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De buenas noticias y más.


Llegué a diez minutos antes de las 7, porque todavía no sé cómo es eso de los buses y si la puntualidad es inglesa también, y esperé esos 10 minutos y media hora más. Ante el abandono llamé a la jefa, que no parecía muy contenta, y me dijo que me volviera a casa. Llega un momento en el que estas cosas se hacen normales, pero lo de las 7 de la mañana no me acaba de parecer decente.

A las 8 me llamó para decirme que a y media me vendría a buscar alguien en coche, y a las 9 se presentó el director del colegio. El hombre es extremadamente simpático, casado con una americana utiliza el acento inglés conocido en el resto del mundo, y nos hacemos amigos durante el camino. Me da consejos de supervivencia, me ayuda a buscar puntos de referencia para no perderme, me habla del capitalismo creciente y de lo poco que valen las vidas ajenas, me enseña el código de pitidos por el que se rige el tráfico, y me comenta que conoce a dos chicas españolas y una francesa que viven por nuestra zona, y que nos invitará a su próxima fiesta para que las conozcamos. A este paso voy a tener más vida social aquí que en Salamanca.

El colegio es estupendo. La gente simpática y sonriente, los niños (sólo dos, de momento) interesados en el español y aplicados hasta el punto de pedirme libros para leer, las clases tienen pizarra de tizas pero hay 20 ordenadores disponibles por si queremos escuchar canciones o conectarnos a internet, siempre alguien te ofrece un té y la de francés me dice que qué tal llevo el idioma, aunque la tengo que decepcionar porque vagamente recuerdo alguna palabra. Todavía hoy no me he quedado a comer, pero el jueves ya hago la jornada completa y usaré el bus y el comedor del colegio.

A la vuelta, todo grandes noticias. Nada más entrar veo a unos hombres subir nuestros armarios a las habitaciones, que luego miraríamos y nos parecerían estupendos, junto con las jarras de cerveza y cuencos que también nos han traído (sobras de la casa de Umita, sospechamos sin que nos importe en exceso). Después confirmo lo de las vacaciones, que no van a ser los 4 días que pensaba, si no una semana, así que ya empezamos a buscar en internet buses, alojamientos y sitios que ver. Encontramos playas en Goa y Gokarna, las primeras conocidas por su fiesta y turismo, las segundas por su tranquilidad y hipismo, y decidimos ir a las dos porque tenemos testimonios a favor de ambas.

Acabamos la tarde trabajando en los exámenes que tenemos que tener terminados antes de las vacaciones, condición justa que no nos parece terrible, porque se trabaja mucho mejor pensando en la playa, y mejor aún haciéndolo juntas. No sé si es más rápido, pero sí más entretenido, y aunque se supone que cada una tiene un nivel diferente sobre el que trabajar, hemos decidido juntarlos.

Ya en casa toca relax. En la tele echan Siete años en el Tibet y parece dedicada a nosotras. La espiritualidad y la paz que se respira en las películas o al mirar cada templo me hace pensar en lo lejos que voy a llegar en este viaje, porque se viven las sensaciones de una manera mucho más fuerte ahora, que ya he superado la parte superficial de lo que me afectaba al principio. Ya no importan el ruido, el tráfico, la multitud; ahora me fijo en los colores, en las personas individuales, en qué hay detrás de cada uno. Ayuda cada conversación con la jefa, que posee la sabiduría de un pueblo de historia itinerante, perseguido y disgregado durante años, ella puede estar contando historias durante horas y que cada palabra suya nos ayuda a comprender mejor lo que nos rodea y a vivir dentro de un cuento que siempre me hubiera parecido lejano.

Llama Isabel para decir que es posible que se apunte al plan y que, en cualquier caso, ella nos ayuda a prepararlo. Después llaman mis compañeras de la primera residencia para decirme que hace mucho que no las voy a ver y que aún tienen mucho que enseñarme, que tenemos que quedar un sábado, que mantengamos el contacto. Y luego Mafalda se pasa a vernos. Ella también se va a mudar. Hablamos de nuestras intenciones de viaje y da un punto a favor de Gokarna (la playa hippy) y nos dice que en vez de Goa, visitemos Hampi, ciudad al norte llena de templos y bazares (y probablemente monos y elefantes, también). Nos parece un gran plan, y consultamos la guía para centrarnos. Aunque cada plan y cada recomendación suenan perfectos y no nos queremos perder nada.

Así que con tanta visita y llamada, con tanto interés y tanto plan, aquella soledad de las dos primeras semanas me parece tan lejana que es como si no hubiera existido. Y no ha pasado ni un mes pero me parece llevar años aquí. Sin duda, el tiempo pasa de otra manera en este país.

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