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Del fracaso de la mudanza y más.


La casa se va estropeando sola, pero nuestra capacidad de supervivencia es asombrosa. No funciona el frigorífico, después de la limpieza exhaustiva, así que se nos pone mala la leche y les damos los restos de comida a los perros callejeros que Ana quiere adoptar. El efímero chorrito de agua que sale del grifo de la cocina ha desaparecido y ahora fregamos en el baño. En el mío, al menos, hay agua caliente. Tenemos una llave para todas (nosotras y coordinadora) que abre el candado de la puerta de abajo, único obstáculo para llegar a nuestra casa. Llega internet pero sólo funciona con cables. Las sillas y las mesas no están de moda. Y a todo nos prometen ponerle solución hoy, mañana, quizá pasado… no parece que haya mucho estrés. A mi clase del sábado iba a venir la jefa una hora pero se le debió olvidar, y también esperábamos al periódico, que iba a venir a las 11, luego a las 12, y finalmente no vino. Es obvio que el ritmo del país es diferente, que el estrés sobra y que no se puede poner fechas o marcar metas, las cosas suceden cuando tienen que suceder, o cuando otro quiere que sucedan.

Así que, obviamente, el viernes tampoco fui a la oficina del registro y aún no puedo hacerme la cuenta del banco, y mis vacaciones penden de un hilo, porque para lo que sí hay que estar atento es para coger un billete que te saque de una ciudad de 9 millones de habitantes en la semana de vacaciones que para ellos se compara a la Navidad. Adonde sí fuimos fue al Spar, a comprar objetos conocidos tales como escobas (de medio lujo, que hemos conseguido que pague la jefa, y es que aquí no usan) y perchas, imposibles de encontrar en otros sitios. Añadimos también una botella de vino para celebrar la  mudanza, que está mejor de lo que su precio prometía, y alimentos no perecederos, que sobrevivan al calor sin frigorífico.

Y ahora Ana trabaja los fines de semana por la tarde. La incompatibilidad de horarios no nos impide hacer planes, así que después quedamos con las chicas de mi residencia anterior, la pirómana y la médica, que nos llevan a comprar ropa fuera de nuestro alcance en una especie de Corte Inglés indio (en el que hay Escada y Body Shop, pero no espuma para el pelo), y al cine. También nos enseñan dónde hay un pub cerca de nuestra casa y les prometemos invitarlas a cenar pasta algún día, porque nunca han probado nadie que la cocine y alucinaban al verme meter espaghettis en agua… pero luego eran capaces de cocinarse sus platos de lentejas indias con mil especias sin pestañear. El cine en inglés siempre me hace olvidar dónde estoy, y cuando encienden las luces no entiendo quiénes son todas esas personas a mi alrededor. Pero nuestras nuevas amigas cumplen y siempre nos desvelan secretos de la ciudad. Es interesante juntarse con gente autóctona, porque te dan la visión no turista de la experiencia y te desvelan secretos y costumbres que para los demás también son enigmas. La mezcla de poder compartir anécdotas con los que las viven y con los que te las explican será lo que nos dé el equilibrio, creo.

Y hoy, cuando Ana salió de trabajar, y después de la acostumbrada merienda que nos salva del bajón que nos da diariamente entre 5 y 6, nos obligamos a salir a un concierto que hay en la Alianza Francesa, a la que se llega caminando desde casa. Nos invita un chico que también da clase en la escuela y que, además de enseñar, se va a presentar al DELE y también estudia francés. Llegamos tarde y el espectáculo es algo bizarro, pero cuando se van los teloneros sale el grupo en cuestión, que fusiona un poco de todo, y él canta en árabe acompañado de un laúd, un acordeón, un cajón y una guitarra. No sabíamos si estábamos en el zoco en Marraquech, debajo de Notre Dame, en una taberna celta o en un concierto ska. Pero les queda perfecto. Me fascina cada sonido que escucho en este país, la capacidad de fusionar melodías, las escalas tan diferentes a las nuestras, cada canto por la calle o la música que sale de coches y tiendas. La riqueza musical es enorme, y creo que será uno de mis principales intereses en la cultura. Aunque ya tenemos profesora de hindi y el idioma puede conquistarme. Es, por fin, uno de esos momentos en los que pienso que es aquí donde debo estar. Que mi mente está con el 15M en el 15O, que me encantaría poder recibir a los que vienen de los Alpes y lo celebrarán por todo lo alto, que leo cada actualización del facebook con verdadera angustia por estar tan lejos, que echo de menos cosas y personas que ni siquiera entraban en mis planes… pero que esto que estoy viviendo y sintiendo está completándome, no sólo por poder ir a un concierto, si no por todo lo demás.

Con Akim
A la salida, vino y queso gratis para todos. Definitivamente será un sitio al que venir a menudo. Los franceses se lo tienen muy bien montado y hacen, además de conciertos, ciclos de cine, teatro… Saludamos a los músicos, nos hacemos la foto de rigor y nos volvemos andando, que cuando hay pocos coches Ana supera su miedo a cruzar la carretera y vivimos más relajadas. Creemos que el barrio, después de esto, puede ser un lugar bastante habitable, a pesar de lo que nos habían dicho.

Y al final no hay momentos de aburrimiento, más bien todo lo contrario… y tengo la maleta sin deshacer, el armario sin lavar, la habitación sin adecuarse al feng shui. Creo que va a ser fácil acostumbrarme al estilo de vida indio, sospecho que se parece bastante al mío y que, como dicen ellos, en alguna de mis vidas ya pasadas estuve por aquí.

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