Tengo
una vida nueva.
Ana
llegó la madrugada del martes al miércoles, perdida y alucinada, superada la
fase del miedo a no encontrar a nadie en el aeropuerto y de ser acosada por
taxistas y otros conductores. Intercambiamos impresiones y dormimos. Y al día
siguiente yo me fui a trabajar.
Allí
nos encontramos, en la escuela. Le enseñé lo que sabía, le mostré nuestra
futura casa, a la que también quería mudarse ya, y poco más, porque poco más
había que hacer. La escuela cerró pronto porque al día siguiente era fiesta y
nos volvimos a casa. Comimos (una cosa sin carne que había comprado antes, y es
que sí, Ana es vegetariana de las auténticas, de las que no comen leche y
huevos o queso sólo cuando es necesario) y salimos a ver el barrio, que se
traduce en ir al supermercado e introducirla en la apasionante técnica del
cruce de carreteras, peligrosa aventura del día a día indio. Ahí me doy cuenta
de mi avanzado nivel en la supervivencia en esta ciudad, ahora soy yo la que
protege, la que indica y la que cuenta historias que parece que ha sabido
siempre.
Ana
trae ganas de cerveza, pasión por la ropa india, chocolate y una guía que ya ha
empezado a abrirnos camino en la ciudad. Ante tanta revelación y con una
emoción extrema por poder intercambiar impresiones, salimos a cenar, encontramos
un chino cerca de casa que resulta toda una experiencia y no bebemos cerveza
porque no es algo común en los restaurantes de la ciudad. Así que decidimos
probar el pub del barrio pero está lleno de hombres y lo dejamos para otro día,
y pasamos a sentarnos a la puerta de nuestra nueva residencia, a ver la vida
pasar, los indios pasar, los coches pasar, las motos, los triciclos, los
perros… no es una calle llena de emoción, pero nos da el aire y nos vamos
poniendo al día de nuestras vidas.
Lalbagh Park |
Monos, que no ladrones. |
El
Lalbagh es gigante y estaba lleno de gente, porque era fiesta. Nada más entrar
nos preguntan si pueden sacarnos fotos (no, la exclusiva de la primera visita
al parque la tiene ¡Hola! …), y el
resto ya nos las hacen sin preguntar. Una mujer, incluso, se acerca a darnos la
mano y a comprobar, supongo, que no somos un holograma. Ya me he acostumbrado a
ver gente, a los pitidos, a la contaminación… creo que no podré asumir ser un
bicho raro, sentirme siempre observada. Paseamos el parque entero, vimos monos
grandes y pequeños pero no nos atacaron ni intentaron robarnos nada, y nos
llamaron más la atención unas pequeñas ranas que había en la hierba, haciendo
que todo el mundo que estaba sacando fotos a los macacos pasara a rodearnos
intrigados al vernos mirar al suelo. Después de crear tanta expectación, seguimos
nuestro camino hacia el lago, grande y refrescante pero poco cuidado, con esa
costumbre india de no apreciar del todo lo que tienen, y nos sentamos a leer la
guía y planear viajes y vacaciones. Isabel nos habla de las ciudades del norte,
llenas de monumentos y maravillas, y de la costa suroeste, con sus canales y
arrozales, ambos destinos navideños. También de las playas hippies paradisiacas
a las que intentaremos ir a finales de mes, en la fiesta de la luz. Nos cambia
la actitud, y nos urge pedir las vacaciones y el sueldo, porque hay tantas,
tantas, tantas cosas que ver en el sur del país… El resto son castillos en el
aire: extensiones de visado para poder saltar a Tailandia, tan cerca de aquí,
poder viajar de mochileras en una ruta que pase por Sri Lanka, Nepal, Delhi … y
no sabemos, dependerá de lo que hayamos ahorrado de aquí a agosto. Es un primer
plan, por qué no.
El lago del parque. |
El
viernes volví al registro, porque tenía que hacerlo a los 15 días de haber ido
por primera vez, y después de esperar me dijeron que volviera a la semana.
Regresé a la escuela y Ana me dio la gran noticia: nos mudamos el lunes. Ante
nuestras continuas y desesperadas lágrimas por la incomodidad, suciedad e
inanición que nos provoca la residencia (bueno, yo aquí estoy bien, a Ana no le
gusta mucho… pero es porque no estuvo en la anterior) nos han concedido la
mudanza, pero la casa no está acabada. Ana insistió en que a ella, que no ha
sacado la ropa de la maleta porque la habitación le da asco, no le preocupa la
falta de armarios en el nuevo piso y que no importa que no haya cocina, porque
aquí tampoco estamos cocinando. Así que nos dicen que de acuerdo, que cuanto
antes, pero que no nos mudamos ya mismo porque aquí, según el dios al que siga
cada uno, hay un día para empezar lo que haces y tener éxito en ello, y el de
nuestra jefa es el lunes, así que ese será el día del traslado. Para celebrarlo
nos llevan a elegir nuestros armarios y el microondas, pero viene Aekta, y nos los
enseña, nos pregunta, y le da igual lo que le contestemos porque hace lo que
quiere. Bueno, no lo que quiere, ella pregunta y no puede tomar decisiones,
porque es Umita, la jefa, la que tiene que hacerlo, así que ve unos cuantos
armarios, coge unas cuantas tarjetas, compara unos cuantos microondas, hace
unas cuantas llamadas (nos planteamos si tendrá ella de esto en casa o por qué
duda tanto) y no compra nada pero lo tiene todo apuntado. Y digo yo si no sería
más fácil que la persona que sí puede tomar decisiones fuera la que viera y
eligiera, en vez de tener a los subordinados paseándose la ciudad sin poder
hacer nada sin su bendición. Me empieza a poner un poco nerviosa esta
costumbre, ralentiza las cosas y no soluciona nuestras dudas o necesidades,
sólo las aplaza hasta que alguien sí pueda decidir, y esa persona normalmente
viene una vez por semana o está demasiado ocupada para ayudarnos. Ante esta
situación tiendo a actuar sin preguntar pero me cortan y no podemos dar un paso
si antes no ha sido reflexionado, decidido y ordenado por alguien superior, así
que no puedo comprar un móvil (ya me han dado la tarjeta, y de momento estoy
usando el español. Igual lo mantengo), y no puedo abrirme una cuenta del banco
hasta que otra persona no lo vea necesario.
Ese
día comimos en un indio profundo, de los de comer con las manos y en los que no
te pueden quitar el picante, y fue toda una experiencia. No nos atrevimos con
las manos así que usamos la cuchara de servir, y yo elegí lo menos picante del
plato, sintiendo aún así el fuego en la boca, pero cada día lo llevo mejor y cada
día somos un poquito más indias.
Encontramos
cerveza en el súper, al fin, y nos sentamos a cenar a la puerta de casa, que ya
es una costumbre, aunque yo enseguida sustituí la bebida por el Cola Cao (he
encontrado uno que sabe a chocolate, aunque sigue siendo raro) porque estaba
incubando alguna enfermedad, aunque creemos que puede ser que la lluvia me dé
alergia, porque sólo moqueo cuando hay tormenta. Allí estábamos, cerveza y Cola
Cao en mano, haciendo migas con el de seguridad (que da poca, por cierto),
comentando la noticia de actualidad en el edificio, que es que han hecho un
video con un móvil a una chica cuando se estaba duchando (y ahora nos obligan a
cerrar la puerta cuando nos sentamos en la escalera, porque a las chinas de
arriba les parece que es eso lo que ha traído a los delincuentes mirones),
cuando cruza la verja una que nos saluda con un feliz “¡Hola!” y a la que no
sabemos qué responder, en total estado de shock. Se ríe, entra, nos dice que se
llama Mafalda, y ya la ubico, porque Preeti me habló de ella y de su intención
de contactar conmigo ahora que tengo teléfono. Ella estuvo trabajando en IFLaC
el año pasado durante 6 meses y ahora ha vuelto a Bangalore a estudiar danza,
que es lo que ella hace, porque decidió que esta ciudad es para vivirla sin
tener trabajo (o al menos este, que te tiene ocupada fines de semana y las
vacaciones son un lujo escaso). Y a pesar de ser una ciudad de no sé cuántos
kilómetros y nueve millones de habitantes resulta que ella está viviendo en
nuestra misma residencia, en el piso de arriba. Se queda hablando con nosotras
y después se sube a su casa, previo intercambio de teléfonos.
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