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Del renacimiento, el Lalbagh, y más.


Tengo una vida nueva.

Ana llegó la madrugada del martes al miércoles, perdida y alucinada, superada la fase del miedo a no encontrar a nadie en el aeropuerto y de ser acosada por taxistas y otros conductores. Intercambiamos impresiones y dormimos. Y al día siguiente yo me fui a trabajar.

Allí nos encontramos, en la escuela. Le enseñé lo que sabía, le mostré nuestra futura casa, a la que también quería mudarse ya, y poco más, porque poco más había que hacer. La escuela cerró pronto porque al día siguiente era fiesta y nos volvimos a casa. Comimos (una cosa sin carne que había comprado antes, y es que sí, Ana es vegetariana de las auténticas, de las que no comen leche y huevos o queso sólo cuando es necesario) y salimos a ver el barrio, que se traduce en ir al supermercado e introducirla en la apasionante técnica del cruce de carreteras, peligrosa aventura del día a día indio. Ahí me doy cuenta de mi avanzado nivel en la supervivencia en esta ciudad, ahora soy yo la que protege, la que indica y la que cuenta historias que parece que ha sabido siempre.

Ana trae ganas de cerveza, pasión por la ropa india, chocolate y una guía que ya ha empezado a abrirnos camino en la ciudad. Ante tanta revelación y con una emoción extrema por poder intercambiar impresiones, salimos a cenar, encontramos un chino cerca de casa que resulta toda una experiencia y no bebemos cerveza porque no es algo común en los restaurantes de la ciudad. Así que decidimos probar el pub del barrio pero está lleno de hombres y lo dejamos para otro día, y pasamos a sentarnos a la puerta de nuestra nueva residencia, a ver la vida pasar, los indios pasar, los coches pasar, las motos, los triciclos, los perros… no es una calle llena de emoción, pero nos da el aire y nos vamos poniendo al día de nuestras vidas.

Lalbagh Park
El jueves era fiesta y los templos se llenaron de luces. Quedamos con Isabel para conocer el parque del que tanto me ha hablado y que el monzón nos impidió visitar. Comimos, ahora sí, en un indio auténtico, recomendado en la guía, que nos dio por fin una visión real de cómo es la comida aquí, aunque pedimos sin picante, y por fin pude comer pollo (aunque la salsa la elegí a dedo, ya que no entendía ninguna otra palabra) y naan, lo único que comparten los menús indios de España con estos. Del resto de cosas que me gustaban allí no he encontrado nada. Aunque dicen que la comida del norte y la del sur es muy diferente, quizá la que comemos allí sea de otra zona. En cualquier caso, el restaurante nos encantó y la experiencia también.


Monos, que no ladrones.
El Lalbagh es gigante y estaba lleno de gente, porque era fiesta. Nada más entrar nos preguntan si pueden sacarnos fotos (no, la exclusiva de la primera visita al parque la tiene ¡Hola! …), y el resto ya nos las hacen sin preguntar. Una mujer, incluso, se acerca a darnos la mano y a comprobar, supongo, que no somos un holograma. Ya me he acostumbrado a ver gente, a los pitidos, a la contaminación… creo que no podré asumir ser un bicho raro, sentirme siempre observada. Paseamos el parque entero, vimos monos grandes y pequeños pero no nos atacaron ni intentaron robarnos nada, y nos llamaron más la atención unas pequeñas ranas que había en la hierba, haciendo que todo el mundo que estaba sacando fotos a los macacos pasara a rodearnos intrigados al vernos mirar al suelo. Después de crear tanta expectación, seguimos nuestro camino hacia el lago, grande y refrescante pero poco cuidado, con esa costumbre india de no apreciar del todo lo que tienen, y nos sentamos a leer la guía y planear viajes y vacaciones. Isabel nos habla de las ciudades del norte, llenas de monumentos y maravillas, y de la costa suroeste, con sus canales y arrozales, ambos destinos navideños. También de las playas hippies paradisiacas a las que intentaremos ir a finales de mes, en la fiesta de la luz. Nos cambia la actitud, y nos urge pedir las vacaciones y el sueldo, porque hay tantas, tantas, tantas cosas que ver en el sur del país… El resto son castillos en el aire: extensiones de visado para poder saltar a Tailandia, tan cerca de aquí, poder viajar de mochileras en una ruta que pase por Sri Lanka, Nepal, Delhi … y no sabemos, dependerá de lo que hayamos ahorrado de aquí a agosto. Es un primer plan, por qué no.

El lago del parque.
La búsqueda de cerveza resulta inútil, los días de fiesta, al revés que en España, la venta de alcohol está prohibida porque calculan que habrá mucha gente queriendo consumirlo, así que en el supermercado la sección de bebidas está tapada y el pub cerrado.

El viernes volví al registro, porque tenía que hacerlo a los 15 días de haber ido por primera vez, y después de esperar me dijeron que volviera a la semana. Regresé a la escuela y Ana me dio la gran noticia: nos mudamos el lunes. Ante nuestras continuas y desesperadas lágrimas por la incomodidad, suciedad e inanición que nos provoca la residencia (bueno, yo aquí estoy bien, a Ana no le gusta mucho… pero es porque no estuvo en la anterior) nos han concedido la mudanza, pero la casa no está acabada. Ana insistió en que a ella, que no ha sacado la ropa de la maleta porque la habitación le da asco, no le preocupa la falta de armarios en el nuevo piso y que no importa que no haya cocina, porque aquí tampoco estamos cocinando. Así que nos dicen que de acuerdo, que cuanto antes, pero que no nos mudamos ya mismo porque aquí, según el dios al que siga cada uno, hay un día para empezar lo que haces y tener éxito en ello, y el de nuestra jefa es el lunes, así que ese será el día del traslado. Para celebrarlo nos llevan a elegir nuestros armarios y el microondas, pero viene Aekta, y nos los enseña, nos pregunta, y le da igual lo que le contestemos porque hace lo que quiere. Bueno, no lo que quiere, ella pregunta y no puede tomar decisiones, porque es Umita, la jefa, la que tiene que hacerlo, así que ve unos cuantos armarios, coge unas cuantas tarjetas, compara unos cuantos microondas, hace unas cuantas llamadas (nos planteamos si tendrá ella de esto en casa o por qué duda tanto) y no compra nada pero lo tiene todo apuntado. Y digo yo si no sería más fácil que la persona que sí puede tomar decisiones fuera la que viera y eligiera, en vez de tener a los subordinados paseándose la ciudad sin poder hacer nada sin su bendición. Me empieza a poner un poco nerviosa esta costumbre, ralentiza las cosas y no soluciona nuestras dudas o necesidades, sólo las aplaza hasta que alguien sí pueda decidir, y esa persona normalmente viene una vez por semana o está demasiado ocupada para ayudarnos. Ante esta situación tiendo a actuar sin preguntar pero me cortan y no podemos dar un paso si antes no ha sido reflexionado, decidido y ordenado por alguien superior, así que no puedo comprar un móvil (ya me han dado la tarjeta, y de momento estoy usando el español. Igual lo mantengo), y no puedo abrirme una cuenta del banco hasta que otra persona no lo vea necesario.

Ese día comimos en un indio profundo, de los de comer con las manos y en los que no te pueden quitar el picante, y fue toda una experiencia. No nos atrevimos con las manos así que usamos la cuchara de servir, y yo elegí lo menos picante del plato, sintiendo aún así el fuego en la boca, pero cada día lo llevo mejor y cada día somos un poquito más indias.

Encontramos cerveza en el súper, al fin, y nos sentamos a cenar a la puerta de casa, que ya es una costumbre, aunque yo enseguida sustituí la bebida por el Cola Cao (he encontrado uno que sabe a chocolate, aunque sigue siendo raro) porque estaba incubando alguna enfermedad, aunque creemos que puede ser que la lluvia me dé alergia, porque sólo moqueo cuando hay tormenta. Allí estábamos, cerveza y Cola Cao en mano, haciendo migas con el de seguridad (que da poca, por cierto), comentando la noticia de actualidad en el edificio, que es que han hecho un video con un móvil a una chica cuando se estaba duchando (y ahora nos obligan a cerrar la puerta cuando nos sentamos en la escalera, porque a las chinas de arriba les parece que es eso lo que ha traído a los delincuentes mirones), cuando cruza la verja una que nos saluda con un feliz “¡Hola!” y a la que no sabemos qué responder, en total estado de shock. Se ríe, entra, nos dice que se llama Mafalda, y ya la ubico, porque Preeti me habló de ella y de su intención de contactar conmigo ahora que tengo teléfono. Ella estuvo trabajando en IFLaC el año pasado durante 6 meses y ahora ha vuelto a Bangalore a estudiar danza, que es lo que ella hace, porque decidió que esta ciudad es para vivirla sin tener trabajo (o al menos este, que te tiene ocupada fines de semana y las vacaciones son un lujo escaso). Y a pesar de ser una ciudad de no sé cuántos kilómetros y nueve millones de habitantes resulta que ella está viviendo en nuestra misma residencia, en el piso de arriba. Se queda hablando con nosotras y después se sube a su casa, previo intercambio de teléfonos.

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