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De (i)legalidades y más.


La clase de Aikido reúne a las personas más frikis de la ciudad, hombres todos ellos, y pocos, y exige demasiada fuerza para levantar un palo que en teoría debería ser una espada. La finalidad, por mucho que intenten evitarlo, es poder acuchillar a alguien y ni siquiera es entretenido, porque no hay música ni baile. Pero a Ana, por alguna razón, le gusta, así que es posible que volvamos. Porque puede ser que sea una excesiva fanática de la comida sana y el deporte, y me tenga comiendo tortillas sin huevos o me mire mal cuando hago bocadillos con el jamón que ha traído la jefa, pero le estoy cogiendo cariño y no quiero dejarla ir sola a ese lugar extraño. Creo que ni a mi peor enemigo le dejaría ir solo a ese sitio. Qué le vamos a hacer. Al menos sabemos que los indios bajitos no van a poder acabar con nosotras, en caso de que quisieran intentarlo.

O a lo mejor nos sirve para entrar en el Ferrero (como llamamos a la oficina de extranjeros, incapaces de pronunciar como ellos hacen las siglas FRRO) y que nos hagan caso. La noticia de ayer (que escuché mientras me ponía una minifalda, ya que íbamos de concierto y Mafalda puso el grito en el cielo al vernos llevar vaqueros, obligándonos a cambiar) fue que, tras haber pasado ya 7 veces por dicha oficina, tras haber llevado papeles, haber firmado sin leer, habernos hecho miles de fotos, haber esperado inmensas colas, haber hablado con todo el personal de la oficina, haber conocido extranjeros y habernos reencontrado con amigos, tras haber conseguido el papel… igual no nos amplían el permiso. Y es que por alguna razón que nadie ha sido capaz de encontrar, nos concedieron el registro por tres meses, aunque el visado lo tengamos a un año. Parece ser que han cambiado ciertas leyes y en principio la jefa podría arreglarlo, no sabemos si de manera legal o pagando alguna cantidad adecuada, pero han pasado ya tres semanas y sólo están poniendo más problemas. Nos dijeron que le estaba pasando a más gente pero que las empresas lo arreglaban subiendo sueldos, porque el que te paguen poco impide conseguir el permiso, pero nuestra jefa no pasa por ese aro. Y ayer la otra jefa, la que nos arregla los problemas y tiene el toque de realidad de la escuela, le dio a entender a Ana que no está segura de conseguir la ampliación del papel en cuestión que, en mi caso, llega hasta el 20 de diciembre. No queremos poner el grito en el cielo y tenemos fe en que esto se arreglará en el último momento, porque así son los indios, pero la noticia me turba la noche.

Noche que no estuvo mal, fuimos a un pub a escuchar un concierto moderno que nos hizo olvidar en qué ciudad estábamos, porque de nuevo tacones y faldas llenaban el lugar, la música podría haber salido de las mejores calles de Bristol y los hombres no lucían el mostacho de moda de la ciudad. Mafalda nos presentó a sus amigos, y nos trajeron de vuelta a casa, superando dos controles de alcoholemia que no vieron (gracias a los cristales tintados que tienen todos los coches aquí) que íbamos cuatro personas en el asiento de atrás, aunque no sé si eso es ilegal aquí ya que es el mismo número de personas que puede ir en una moto, y nadie dice nada.

Pero la noticia del día es la que es, aunque no podamos hacer nada porque nos lo impida la embajada india. Sólo espero que vosotros, fieles lectores, estéis a pie de cañón intentando evitar el casi seguro futuro de aquel país que dejé. Que si no podemos cambiarlo, sigamos pudiendo ocupar la calle.

Y la noticia de la semana es que acabó Paula, con la sensación de abandono que te deja cerrar un libro que ha compartido tantos momentos, porque leí con la calma del que no quiere acabar lo que le gusta hacer, y la sensación de estar ante otra gran obra. Cerré Paula con lágrimas sanas. Y hoy cierro compartiéndola, para qué decir yo lo que dicen mejor otras.

Me gustaría volar en una escoba y danzar con otras brujas paganas en el bosque a la luz de la luna, invocando las fuerzas de la tierra y ahuyentando demonios, quiero convertirme en una vieja sabia, aprender antiguos encantamientos y secretos de curandero. No es poco lo que pretendo. Las hechiceras, como los santos, son estrellas solitarias que brillan con luz propia, no dependen de nada ni de nadie, por eso carecen de miedo y pueden lanzarse ciegas al abismo con la certeza de que en vez de estrellarse saldrán volando. Pueden convertirse en pájaros para ver el mundo desde arriba o en gusanos para verlo por dentro, pueden habitar otras dimensiones y viajar a otras galaxias, son navegantes en un océano infinito de conciencia y conocimiento.

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1 cerca de veras!:

*Alba!* dijo...

La vida de Isabel Allende es alucinante y, aún así, a pesar de todo lo que vivió, tiene esa energía mágica de sus libros... Paula es increíble (y a mí esas lágrimas sanas me cayeron un domingo cualquiera de invierno entrando a Madrid en auto res para empezar la semana).

Ya ves que de todo, aún del más absoluto dolor, se aprende :)

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