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Del Cervantes, el Islam y más.


Volvimos, pero no regresó la rutina. Las escasas horas de sueño y el estrés reinante en la escuela no consiguieron acabar con la emoción del viaje, y trabajamos casi con alegría. El viernes llegaba la del Cervantes y, aunque hacía un año que esperaban esa visita, el momento para aclararse con el papeleo era éste.

Aún así, yo el jueves hice mi escapada al colegio. Cada vez me gusta más ese sitio, trabajo más a gusto y me siento menos fuera de lugar. Me integro en la estructura del colegio, más clara que la del trabajo habitual, me explican qué tengo que hacer y cómo, se preocupan por mí. Además pruebo la comida de la cantina, que es siempre vegetariana, y hasta me gusta, siendo picante e irreconocible a mi vista y paladar.

Y el viernes llegó Ana, que se llama también así la del Cervantes de Delhi. Ha sido un fin de semana de idas y venidas, todo el personal del Instituto, al que normalmente ni vemos, estaba dando vueltas por pasillos y clases, ya que no hay mesas para sentarnos a trabajar, rellenar papeles, mirar facebook… y la jefa no deja que nadie se vaya. Priya, la que va a por la comida, el café, las fotocopias, limpia… está enferma, pero tampoco dejan que se marche a casa por si acaso Ana necesita algo (y ninguna de las otras 5 personas que miran al vacío es capaz de sustituirla) y allí estamos todos, observando y esperando a que a la buena mujer se le ocurra alguna pregunta que nos saque del aburrimiento y el agobio. Y tampoco se le ocurren muchas. Ella va para un lado y otro escribiendo cosas, comprobando lo que falta y lo que no. También nos reúne para hacernos preguntas capciosas como si nos reunimos el equipo docente, y le contestamos que sí, que para hablar del método, del plan de enseñanza, para cenar, para ir de vacaciones… que es que somos dos. Y nos dice que también cuentan los del otro centro, personas a las que jamás hemos visto. Sospechamos que hay algo que falla y la estamos liando parda. Pero no hay consecuencias graves.

Después del intenso día la jefa se había tirado el rollo y nos había invitado a cenar a todos, incluida Isabel (que al no ser profe titular se había salvado de la apacible jornada), a un restaurante que por Internet prometía. La cita era a las 8, y a y cinco llamó para cancelarla porque la del Cervantes tenía el mal común del extranjero en India (que a nosotras no nos ha dado y a esta señora, que lleva aquí 4 años, se ve que le afecta aún y se tiene que pasar la noche en el baño). Isabel, que vive en la otra punta de la ciudad, estaba a mitad de camino y no quería darse la vuelta, así que quedamos con ella en el restaurante internacional en el que hay ternera, para gastarnos las últimas rupias que nos quedan (porque nos pagan el día 5 de cada mes, a no ser que haya visita desde Delhi, que en ese caso parece ser que el dinero no es prioritario).

A mitad de camino Isabel llama, que nos demos prisa, que tenemos sorpresa. Una vez allí encontramos un mercadillo a la entrada de la fundación Vicente Ferrer liderado por dos españolas, y a Isabel encantada en una conversación con otros dos a los que luego se les irían sumando más, y acabamos cenando en una mesa de 8, pidiendo vino ilegal que un patriarca catalán consigue sacarles a los del restaurante, dándole a la carne prohibida del país y hablando en el tono de voz que caracteriza nuestra nacionalidad. Allí cada uno es y hace una cosa: profesores, grandes empresas, voluntarios… pero nos vuelve a unir la lengua, y quedamos oficialmente invitadas a una paella que este señor organiza mensualmente (única condición, no cocinar él) y a otros eventos que puedan ir surgiendo. Sospecho que la comunidad española en la ciudad no puede ser muy grande, y a estas alturas seguramente conozcamos al 80%. Hay que buscar al resto. Intercambiamos opiniones sobre la ciudad, experiencias de los viajes por los alrededores, invitaciones y contactos, y volvemos pronto rechazando un tomar algo, porque sí, los sábados se trabaja.

El sábado más de lo mismo. Esta vez la mujer se queda a observar nuestras clases y nos dice que muy bien todo, come, arregla más papeles, nos rehace los currículos, nos promete cursos gratis y ciclos de cine y se vuelve a Delhi. Todo el mundo se queda más tranquilo, la jefa se viene arriba y nos perdona el resto de la tarde (que al final no, al final nos tuvimos que quedar) y nosotras nos bajamos a comprar una cerveza, porque el dinero no nos da para salir a ningún sitio.

Y llega el domingo, en el que yo estaba invitada por la profesora de francés a una comida en su casa. Me pongo una camiseta mona y las lentillas y me cojo el rickshaw, sin saber a dónde voy (previa llamada a la mujer, a la que pongo en contacto con el conductor, y me lanzo a la aventura), y llego a una residencia gigante, con vigilancia en la puerta, formada por muchísimos edificios y parques, lugar apacible y tranquilo, con sus vecinos paseando el fin de semana por las calles sin coches.

Ya a la entrada me empieza a saludar gente que no conozco, y es que resulta que lo que yo creía que sería una comida con otra del cole para conocernos, fue una festividad por todo lo alto, que según me explicaron era para ellos como la Navidad. Desubicada pregunto que qué celebran, me contestan que el día en el que el profeta fue a sacrificar a su primogénito pero Dios le perdonó la vida y la cambió por la de un cordero. A mí que esta historia me suena a cristianismo profundamente, me pregunto en qué religión estaré metida ahora, y sí, como ya habéis supuesto todos, que sois muy listos, parece ser que es una tradición musulmana. Así que me sientan en lo que llaman “la mesa de los jóvenes” junto a la hija de mi colega, que es una chica majísima que vive en Francia y sólo está de visita, junto a una francesa real, amiga de la anterior, otra chica india de mi edad con su respectivo marido de una edad avanzada, y otro señor. La comida típica del día se llama biryani y está hecha de cordero y arroz. Dicen que es la paella india y es totalmente cierto, aunque con 200 kilos de picante más. En este momento descubro que me gusta el pepino, con el que hacen un yogur que mezclan con el arroz de un efecto balsámico calmante sorprendente, sobre todo si llevas aquí un mes muriendo y nadie te lo había comentado. Para meterme ya del todo en la tradición, me animan a comerlo con las manos, cosa que sólo había hecho antes con alimentos apoyados en pan, así que tardo bastante más que el resto de los comensales y esparzo mi comida por toda la mesa, pero les parece divertido y quedo en una posición, al menos, digna. Isabel dijo que comer con las manos aumentaría nuestra capacidad de gusto, porque añadíamos una sensación más, pero a mí me pareció bastante difícil y un tanto asqueroso (más que nada porque después, además, el resto del día tus dedos son amarillos y huelen a curry). Una sensación extraña, me temo que susceptible de repetición, y entretenida, en cualquier caso. De postre, y con cuchara, fideos (de verdad, de los de sopa) en una salsa dulce. Se cuidan bien, estos musulmanes, no les faltan calorías.

En estas culturas no hay sobremesas, así que quitan el plato antes de que yo acabe y me pregunto qué harán después, si sacarán los céntimos para organizarse un cinquillo (tradición, ésta, muy común en mi familia). No, pero casi. Nos bajamos a la calle (esto en España en Navidad poco, que hace mucho frío) y se sacan un tablero y unas fichas de un juego llamado carrom, una especie de billar indio, mucho más rústico y familiar, que consiste en exactamente lo mismo, pero con los dedos para impulsar una ficha grande que empuja a las demás al agujero.

Cuando la gente se empieza a ir, y sin tener muy claro el protocolo, me despido y cojo contactos de la de 26 y la francesa, porque nunca se sabe, y me maravillo del carácter extremadamente hospitalario de esta gente, que no te dejan mover y te ofrecen su casa mil veces para lo que sea, incluso te ofrecen a otra gente si ellos no están.

Vuelvo a casa con Ana, que cuando sale de clase los domingos sólo le pide cerveza a la vida, y probamos un pub que nos recomienda Google donde sí, nos gastamos las últimas rupias que nos quedan pero acabamos muy contentas (además de por la cerveza, mal pensados, porque el sitio es muy amigable, y está bien descubrir estas cosas en el barrio) y esperamos que de verdad nos pagaran al día siguiente.

Y sí, sorprendentemente cumplen, y hoy, día libre y con dinero, nos vamos a investigar la zona de compras del barrio. No nos gastamos todo nuestro recién estrenado sueldo pero nos permitimos una comida en un restaurante europeo (aquí, como allí, la comida dicen que es de cualquier zona del mundo y luego cocinan lo que quieren) y un té en un Costa. Recorremos calles intentando recordar lo que habíamos visto en Google Maps y llegamos a buen puerto, cansadas y contentas. Nuestros vecinos musulmanes están ahora en plena celebración, les vemos por la ventana dar vueltas a la manzana llevando una especie de paso en procesión mientras cantan y gritan cosas. No sé en qué momento se dividieron nuestras religiones (me falta cultura aquí, ya lo habéis visto), y no sé si sabemos ya que el Dios al que adoramos es el mismo o aún nos tenemos que pegar muchas más veces.

Feliz Id-ul-Zuha a todos.

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2 cerca de veras!:

Isabel dijo...

Bueno, ya lo tengo claro: la próxima vez que venga a visitar vuestra mansión, os traigo cervezas en lugar de cola cao :)

Criscaa dijo...

Feliz iduzha de ese ... :)

Espero, que gastes tus rupias en comprarme un Sari Rojo o azul intenso ( pero creo que me lo merezco por comentarios y cositas que te mando)

Qué bien lo pasais y cómo te cuidas!

Besou enorme, disfrutaaaa!

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