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De embutidos, turrones y más.



¡Y ya llegaron! ¡Aquí les tengo! Y mientras hago como que trabajo (por esa manía extraña que tienen de atarnos a la escuela aunque los alumnos hayan decidido no tener clase y los últimos materiales que les pareció oportuno mandarnos ya están acabados) os lo cuento.

Llegaban a las 3 de la mañana y nuestro taxi vino a buscarnos a las 2, media hora antes de lo planeado. Esperamos en el aeropuerto con un chocolate caliente, y a la hora y media empezábamos a sospechar que algo había pasado, pero no teníamos muy claro qué podíamos hacer para solucionarlo. Hasta que vimos a mi hermano dar saltos detrás de la puerta automática. Nos acercamos, y nos dice que vayamos, que no entienden nada, pero no les dejan salir. Pagamos la cifra adecuada a la situación (porque si aquí se paga por todo, entrar en el aeropuerto no va a ser una excepción), y nos acercamos hasta la siguiente pared de cristal, desde la que les veo y nos comunicamos a gritos, porque ahí tampoco nos dejan entrar. Me dan a entender que el policía opina que están traficando con chorizo porque mi padre ha metido en su maleta unos 15 kilos de embutido (empiezo a sospechar que sí, exagero en este blog, y se piensa que estoy muriendo de hambre) y unos 5 de chocolate (porque Ana le pidió, y él creyó que era para sobrevivir hasta agosto), y el policía me informa de que no se puede pasar comida de un país a otro, y menos cerdo a un país musulmán (mi padre, que no entiende por qué le retienen, le había explicado mediante gestos al hombre que, por si le quedaba alguna duda, eso que trae es pata de cerdo -añadiendo levantamiento de pierna y palmaditas, para explicar a qué se refería- y que es lo más normal trasladarlo por la geografía mundial si eres español). A estas alturas, aunque aseguran que el colega empezó enfadado, lo cómico de la situación ya se había extendido y el señor era todo risas. Negociamos, le digo que es navidad, que es mi regalo, que ellos no sabían, y deja pasar la carne pero se queda los turrones, porque lo primero es ilegal pero lo segundo a él le parece que está más rico. Y eso es innegociable. 

Y ya nos volvemos, a dormir y a empezar un día de estúpido trabajo sin tenerlo.

El jueves, la jefa, para que no nos aburriéramos, hace una reunión que yo llevo (por si tenía alguna intención de poner excusas para escaquearme) y que a nadie le importa. Superado esto comemos la primera comida india (que es, para nosotras, la diaria) y no tiene mucho éxito, pero asumen que aquí se come lo que se come aquí. Y por la tarde hay un intento frustrado de arreglar internet en casa, seguido por una inspección a fondo de cosas que necesitamos. En cuanto cierra la escuela nos cogemos un rickshaw y nos dirigimos al súper, que mi padre piensa quemar a golpe de tarjeta. Es emocionante compartir, por fin, todas estas experiencias con alguien, poder demostrar que no exagero tanto, poder explicar y reirnos del caos de la ciudad, de las costumbres, de los tres meses que hemos superado.

En el súper recuperamos el estilo de vida europeo, y mi padre se marca un escurreplatos, lejía y sábanas, entre otros lujos de los que nos habíamos olvidado. Nos regaña por vivir como vivimos y pienso que si llega a venir cuando estábamos en aquella residencia me hubiera comprado inmediatamente un billete de vuelta, así que nos dejamos guiar hacia una vida más cómoda y aceptamos los lujos, navidad es navidad por un momento.

El viaje de vuelta no tiene desperdicio, porque un rickshaw acepta llevarnos a los 4 con la maleta, la fregona y el respectivo cubo, y las experiencias peligrosas se confunden con la aventura. Cenamos en el pub de los lunes y mi hermano asume que va a adelgazar (aunque ya ha abierto uno de los salchichones, que como sigamos así al final van a ser pocos) y acabamos la jornada con un parchís a 4 (al que Ana nunca había jugado, y eso le da más gracia) porque no, aquí no hay tele, no funciona internet, y vale mucho más poder disfrutar de estar juntos que de cualquier otra cosa.

Hoy les he llevado al centro comercial en el que trabajo miércoles y viernes, el sitio más lujoso de la ciudad, en el que se han aburrido como ostras y han probado todos los sofás de cada pasillo. Y hemos ido a comer a MG Road, que para eso es un día especial.

Así que esta navidad no hay árboles, ni belenes, ni luces, ni canciones, ni frío, ni regalos... y no hace falta. Después de tantos años sospechando que la navidad es un negocio, que lo único bueno es que todos volvemos a casa y podemos ir a cenar muchas veces con toda la gente a la que no vemos durante el año, confirmo que lo importante es poder tener a los que te quieren cerca, para eso, para que te quieran, para volver a sentirte refugiada y acogida. Sólo la hora en el aeropuerto mereció ya la pena, volver a reír, a relativizar los problemas y saber que lo importante no es hasta donde llegues, es que lo hagas bien roedada.

Cada cosa que podemos compartir, cada momento que vivimos o que traen desde allí, y poder olvidar que estoy lejos de todo lo que quiero es el mejor regalo que podían haber traido, y es, probablemente, lo mejor que voy a recibir cualquier navidad, pase lo que pase en las que quedan.

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3 cerca de veras!:

Nóinín dijo...

Ya hemos hablado esta mañana, y no pensaba comentar nada porque ya me habías contado prácticamente esta historia, pero no puedo por menos que decir: ¿las sábanas te parecen un lujo prescindible? Mmmmm.... ¿dormíais envueltas en periódicos??

En fin, que sí, que ese es el espíritu navideño, que te dejes querer y que les quieras mucho también ;) Pasa unos días estupendérrimos y no te olvides de contárnoslo todo cuando regreses ;) Feliz Navidad, membri!

Amjad Prawej dijo...

Maja, acabo de leerle tu post en voz alta a mi madre y aquí estábamos las dos tiradas por el suelo, muertas de la risa. Yo no podía ni seguir leyendo porque me faltaba el aire con tanta carcajada y tanto lagrimón: solo de imaginarme la escena de tu padre dándose palmaditas en la pierna para explicarle al policía lo del jamón pata negra... ¡Ay Dios!

Bueno, no sé cómo mi madre ha podido tener tanta suerte, porque a ella no la han parado: y eso que llevaba 30 kilos de comida en la maleta grande y unos 10 en la bolsa de mano (la ropa, la llevaba toda puesta). Desde luego que si la poli empieza a fisgar dentro de las maletas de los españoles en vuelos internacionales, pronto van a pensar que formamos una gran red de contrabando porcino. Qué pena no haber podido presentarle mi madre a tu padre: seguro que podrían intercambiar estrategias :)

Anda, guárdame una rodajita de chorizo o salchichón, que yo pondré el turrón.

Isabel dijo...

Ya estamos en Alleppey y nos acabamos de comer el primer gran marrón del viaje: ¿te acuerdas de la emoción con la que contraté el crucerito por los backwaters aunque fuese carísimo y hubiese que pagarlo todo por adelantado? Pues llegamos al sitio y de mi no se acuerdan: ni de mí, ni de mi ingreso de 11400 en su cuenta del banco. Al final hemos podido aclararlo y han visto lo de mi pago: pero ya no tenemos el barco para nosotros solos. Nos toca compartir. Sé que no es el fin del mundo, pero me da una rabia tremenda. Además la discusión fue bastante acalorada, ya te contaré.

En fin, que para animarme, me he vuelto a leer tu blog y eso me ha devuelto el buen humor: no falla, cuando llego a la parte de tu padre dándose palmaditas en la pierna, me parto de la risa. Por cierto, acabo de darme cuenta de que ayer publiqué mi comentario bajo la cuenta de Amjad. Un descuido: pero seguro que sabías que era yo.

Bueno, espero que paséis un buen fin de año: ¡a brindar por el 2012 con cervezas camufladas dentro de tazones de té!

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