El
lunes había algún tipo de fiesta hindú. No sé cuál ni dedicada a qué dios,
porque a nosotras nos dio igual, ya que los lunes libramos igualmente, y no
hubo grandes celebraciones callejeras.
La
que sí tuvo vacaciones fue Isabel, así que el domingo, cuando acabamos las mil
horas de clase del fin de semana, nos encaminamos a su casa para una prometida
sesión intensa de “cosas de chicas”, que entre tanto trabajo y tanto impacto
cultural, hace tiempo que no nos dedicamos a nuestra feminidad (si es que queda
algo de ella).
¡La tarta! |
La
cena está buenísima, el postre es un éxito (un poco dura la base, pero juro
haber seguido instrucciones), y pasamos la noche compartiendo vídeos, ideas y
tonterías, acostándonos bastante tarde para lo pronto que lo he resumido.
Y
el lunes era el gran día, porque Isabel nos había vendido las maravillas del
centro de belleza de la china de su barrio y era el momento de descubrir en qué
consistía, sin tener muy decidido qué queríamos probar.
Nos
recibe una india gorda del noroeste (que antes denominamos “china” y así será a
partir de ahora también, con esto sólo aclaro que no es una china de la China
verdadera, pero que los indios de esa zona pasan por asiáticos estándar, no
como los del sur), bajita y repintada, e Isabel nos explica el menú de posibles
tratamientos de reafirmación de nuestra indudable hermosura.
Las tres y la tarta |
De
ahí pasamos a una limpieza de cara, que opinamos que puede ser bastante útil
tras meses de piel contaminada por tubos de escape, polvo y otras delicias de
la ciudad. Así que me pongo una especie de falda que me proporcionan a modo
palabra de honor y me dejo embadurnar y tocar apaciblemente, hasta que la china
me quita la telilla y pierde las fronteras del pudor. Eso ya no es muy
relajante y acabo la sesión bastante poco tranquila, aunque muy limpia y
olorosa, eso sí. La china de Ana, sin embargo, respeta sus vergüenzas y ella
sale más contenta. Isabel se conforma con manicura y pedicura. Y la cuenta de
cada una no sube de los 5 euros, así que al final la experiencia, que como todo
aquí, así ha sido, no ha salido tan mal.
Continuamos
nuestro plan con una sesión de rebajas, explorando toda la sección india de la
planta de ropa, y Ana se hace con unas sandalias, yo con dos camisetas
apropiadas para el trabajo y el verano (dos situaciones difíciles de compaginar
en el país en el que no puedes enseñar el hombro pero si te haces un masaje de
cara te tocan todo lo que te queda por encima del ombligo), e Isabel con
artículos de pelo muy monos.
Comemos
allí, en un intento de sushi que quedó en pollo agridulce, y
bajamos a recorrer la planta que nos falta del centro comercial. Isabel
necesita estanterías, camas y alfombras, pero acabamos llevándonos sólo una
mesa rebajada negociada entre las tres, de manera que va ahora a nuestra casa y
cuando nosotras nos vayamos pasará a la de Isabel. Somos mejores comerciantes
que los sindhis[2].
Y
de ahí a casa, con menos aventuras de las esperadas por el camino (porque
trasladar una mesa de un lado a otro podría acabar en cualquier apasionante
historia, pero el vigilante de la tienda la lleva hasta el rickshaw, y el del rickshaw
nos la deja a la puerta, así que fue un traslado perfecto) y menos dinero del
sospechado, aunque hay que señalar que a veces es casi reconfortante dejarse
llevar por nuestro consumismo cultural de nacimiento, que tenemos olvidado
entre el poco tiempo para rememorarlo, el poco dinero para llevarlo a cabo y el
peso de conciencia de habértelo ni siquiera planteado, cuando miras a según qué
zonas de la ciudad. Parece ser que, aún así, sigue ahí escondido en algún lugar
de nuestro subconsciente. Y es siempre agradable compartirlo con Isabel, que
nos cuida y nos quiere, y rompe nuestra dual monotonía.
Y,
por lo demás, no vivimos emociones ni tenemos nada que contar. La rutina nos
absorbe y el trabajo nos consume, pocas cosas nos sorprenden ya y vivimos por y
para los cuatro días de vacaciones de marzo.
El
resultado de la encuesta (gracias a los votantes) es el esperado. Os conozco
demasiado (de no ser por los votos al inglés, uno de los cuales seguro es el
materno, pero no adivino que otra cruel persona quiere que me ponga a
estudiar). Pero voy a tener que defraudaros, así como este país lo hace: las
clases de Bollywood nunca llegaron a empezar y la única opción viable va a ser
volver a la aero-danza del vientre. Nunca se sabe, de todas formas. Os
mantendré informados.
3 cerca de veras!:
Que me muero de la risa!!
Me voy contigo ya! Y me parece increíble que te hayas dejado tocar por una china(con todo lo racista que ha sonado ese comentario!), pero una allí nunca sabe lo que es normal y lo que no verdad? Qué aventura lo de los centros de belleza!
la depilación con hilo no duele tanto, al menos aqui, y es mil veces mejor que la cera y las pinzas.
Pero si hay algo que tenías que hacer es comer tarta y irte de compras, claro que si! Y cuidarte y romper la monotonía a ritmo de "body cardio no se cuantos" aunque sea.
Se nota la alegría, claro que sí, sigue asíiiiiii!
Quien bien te quiere te hará... ¡estudiar! La del inglés era yo y no tu madre. Pero reconozco que el mío fue un voto interesado: porque si te animas al examen del Cambridge, yo también me apunto. Ya sabes que necesito que me empujen a estas cosas.
Eso de la china parece la historia del sastre tocón de Joey, ¿no? A ver si para otra vez te toca una un poco más recatada!!!
Y esa tarta.... es tu especialidad!! y por lo que veo más madurando y no la tiras al suelo, enhorabuena!!
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cerca de veras!!