RSS

De Calcuta y más


[Desde un tren de la muerte: 14 horas sin aire acondicionado en clase sleeper con un indio con camiseta amarilla enfrente que no me quita ojo]

Así que salimos pitando de Bangalore. Dejándonos la mitad de nuestras cosas, casi seguro, y sin haber dormido (porque vale que no hayamos hecho cientos de amigos, pero sí los suficientes para una gran fiesta final), con las maletas en casa del alumno de Ana y las mochilas de ataque a reventar de porsiacasos, con los que enfrentarnos a la más pura y dura improvisación.

Y dos horas y media después, aterrizábamos en Calcuta. En Calcuta hace mucho, mucho calor. Mucho. Pero a la salida del aeropuerto hay un puesto de taxis legales que nos anima y ponemos rumbo a un hotel que no tenemos reservado pero que Ana vio el día anterior con todas las prisas y del que sólo sabemos la dirección y que tiene piscina. Y, llamadme pija si queréis, no sé si podéis adivinar el estrés, la depresión y la ira precedentes, que nos llevaron a decantarnos por dicho hotel, alejado de la civilización y de la India, para coger fuerzas para lo que se nos venía encima.

Y lo que se nos vino.

Prepagamos el taxi, sólo hasta cierto punto, desde el cual nos avisaron que iríamos con cuentakilómetros. El coche, lejos de tener aire acondicionado (que es que es bastante importante, no creáis), está además conducido por un asesino psicópata que no tiene claro cuál es su lado de la carretera y amaga con estamparnos a velocidades poco legales contra autobuses y camiones que vienen hacia nosotros. En un momento dado, el de atrás choca contra el maletero, pero el momento álgido llega cuando pinchamos y descubrimos que nuestro chófer no sabe inglés. Nos saca del coche y nos deja esperando mientras cambia la rueda pinchada por otra que, a mi parecer, ya había pinchado antes, y seguimos el camino recordándonos él que, a partir de cierto momento, tendremos que pagar “happen down”, a lo que asentimos porque, aunque no tengamos ni idea de qué quiere decir, creíamos que en el aeropuerto había quedado claro.

Llega el cierto momento en cuestión. Él insiste. Nosotras que sí. Seguimos por caminos que ya no son de ciudad y cruzamos a alta velocidad pueblos auténticos, de  verdad, lejanos de la podredumbre física y espiritual que respirábamos en Bangalore.

Pero no, no cantemos Victoria. El hombre se para, compra una rueda nueva (pero no la pone). Vemos pasar las horas y las posibilidades de baño. Le metemos prisa, pero no nos entiende. Paramos a preguntar y nos hemos pasado unos diez kilómetros del sitio. Desandamos el camino y nos para un policía porque, yo lo dije, esa rueda no contaba como legal, y el hombre nos para en mitad de la nada, otra vez. Calculamos que debemos estar cerca y le decimos (no habla inglés, insisto) que vamos a coger un rickshaw. Se vuelve loco pensando que nos queremos ir sin pagarle. Le intentamos explicar que cuando consigamos medio de transporte le daremos lo que le debemos. Para entonces, uno con una camisa a cuadros y otro con rayas se han unido a la conversación. El de rayas le explica mientras el de cuadros busca un rickshaw. Ya hay cinco hombres más. Ahora el taxista nos quiere cobrar 500 rupias (le debemos 100) y ya somos quince personas (de las cuales sólo habla inglés el de las rayas). El taxista, histérico, nos lleva a la policía, dejando allí al público.

El policía es un hombre con el uniforme caqui y gafas de sol de los 50. Nosotras no abrimos la boca (comprobado, en Calcuta NO se habla inglés, los problemas de esto ya os los imagináis vosotros) y el taxista nos ataca gritándole a las autoridades la historia, que suponemos será bastante subjetiva. Ya somos siete. El de las rayas también opina y vienen niños que salen de la escuela, ya somos veinte. Yo le digo a Ana que si todo el mundo tiene algo que decir menos nosotras, mejor nos vamos, y ya somos treinta. El poli me dice que paguemos 200 rupias (en un intento frustrado de conciliar), le digo que él debería saber lo que es justo y  lo que no, y como mucho pago 150, y me voy. El del taxi y otros cuarenta nos siguen. Le doy el dinero, no lo quiere, me voy, nos sigue, el dinero, que no, me voy, nos sigue, vale dame el dinero. Se lo doy, nos deja de seguir.

Y ahí estamos Ana y yo, con 150 rupias menos y poca idea de nuestra localización, en un pueblillo en el que nadie habla inglés y probablemente no hayan visto un blanco en la vida.
Echamos a andar y se nos ocurre llamar a Bangalore para que alguien nos consiga el número de teléfono del hotel, llamamos, nos piden hablar con alguien que esté cerca de nosotras para localizarnos (porque la conversación es algo así como: queremos ir al hotel, dónde estáis, ni idea, y cómo vais a llegar, ni idea) y varias personas después, uno nos mete en un rickshaw. Aquí, los rickshaws son como buses y  aunque ya esté pillado, te puedes subir. En total vamos once (bueno, con niños).

Llegamos al bendito resort y nos da igual la piscina. Nos metemos en la cama y cuando nos despertamos, doce horas después, se nos ha pasado el check out y la posibilidad de encontrar tren. Así que, para alegría del personal, nos quedamos una noche más (y eso sí que sí, se nos sale de presupuesto), descansamos como merecemos, nos bañamos en la piscina, dejamos que reserven tren por nosotras y nos tomamos una piña colada de postre. Ya que vamos de ricas, lo disfrutamos.

Y al final vamos a Calcuta, sin tener ni idea de a dónde ir. Pasamos unas horas en la cadena de cafeterías más famosa de la India, agobiadas por nuestro incierto futuro, y acabamos, a nuestro pesar, comprando la guía (dedicado a mis tirindesas yoyano uso la Lonely Planet… pues sí, la uso) más gorda y pesada del país, alegando que el dolor de nuestra espalda aliviará el de nuestra cabeza.
Victoria Memorial

Visitamos el monumento en memoria de la reina Victoria, alucinamos con el número de gente que hay en esta ciudad, y nos vamos al tren desde el que escribo, camino a Varanasi, donde esperamos encontrar la espiritualidad y la paz esas de las que hablan.
Como conclusiones de la primera jornada de viaje puedo decir:


- El inglés NO es lengua oficial de la India, pero no hay problema que no pueda solucionar cualquier idioma bien entonado acompañado de los gestos adecuados.


- Los viajes siempre tienen que empezar mal para que todo parezca mejor luego (dedicado a la compi de interrail, deja que te lleve el viento hoy).


- Improvisar puede ser gracioso, pero es mejor dejarlo para países seguros o situaciones extremas.


El tabaco de mascar es una cosa muy asquerosa que huele muy mal y hace que la gente tenga los dientes rojos y las calles estén llenas de escupitajos del mismo color, bastante desagradables. Y no entiendo por qué sólo lo toman aquí.


Hace mucho calor en el norte de la India. Todo es muy complicado. Juré que esto no podría pasarme pero sí, echo de menos Bangalore.


Me gusta la India. Porque puede desesperarte, pero las situaciones cómicas a las que se puede llegar superan, siempre, a la ficción o a cualquier historia que yo pudiera inventar.

Me apagan la luz, me voy a dormir. Espero que esto de los trenes sea seguro. Tengo un poco de miedo pero, al menos, eso sí, nos ha salido bien baratito.


  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • RSS

0 cerca de veras!:

Publicar un comentario

cerca de veras!!