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De Ayutthaya y más

Dicen que una de las ciudades más bonitas de Tailandia es Ayutthaya. Antes era la capital, pero luego se cambió a Bangkok. No está muy lejos, digamos que a unos 80 kilómetros. No estoy cien por cien segura y los blogs dan informaciones diferentes, así que no sé.

Si me animé a ir ayer y no cualquier otro día fue porque la hermana del último lector en llegar está aquí aburrida e iba a ir sola, y me parece muy feo que la gente, la conozca o no, vaya sola a los sitios, así que le dije al chaval que nos pusiera en contacto y me fui con ella. Y porque igual hubiera tenido que ir sola yo también otro día, y así matábamos dos pájaros de un tiro.

Lo que sí decían los blogs es que puedes ir en tren, bus o furgoneta. Así que decidimos decantarnos por lo último, que es un euro más caro que el bus (pero un euro y medio en total). Quedamos a las 9 para llegar allí a una hora decente. La furgoneta fue fácil de encontrar, en una de las zonas que más furgonetas tiene para ir a cualquier lado. Un hervidero de conductores y turistas, sorprendentemente organizados. Pagamos, nos dieron un numerito y esperamos. Al rato un hombre nos informó de que era nuestro turno, le seguimos, y nos sentamos en una cómoda y acondicionada furgoneta, camino al norte, con cinco guiris más y cinco tailandesas.

Rueda pinchada y mecanismo de señalización
En el viaje nos pusimos al día de las respectivas y desconocidas vidas, y luego observamos el panorama. Carmen se quedó un poco sobada, y yo miraba por la ventana, boom, clack, clack, clack. Nos desviamos hacia un lado. Paramos. Hemos pinchado.  El hombre inmediatamente llama por teléfono y se baja de la furgoneta, en la que los ocupantes nos miramos desconcertados. Y empezamos a hablar, que esto es muy bueno para hacer amigos. Con nosotras van una pareja de españoles, unos franceses y una rubia (no sé de dónde, ese es el mejor dato que puedo dar) a parte de las tailandesas que no hablan inglés. Como además nadie sabe decir pinchar en ningún otro idioma que el nativo, desvariamos sobre lo que está pasando y va a pasar, hasta que los fumadores toman la iniciativa y deciden salir a la autopista, en medio de la cual estamos parados mientras camiones de tamaño exagerado nos pasan a velocidad extrema que hace que se mueva nuestro estropeado vehículo. Bajamos todos, fumadores o no, a ver qué se cuece. La rueda estaba reventadísima y nuestro conductor había señalado el incidente colocando un taburete de plástico verde en el que el señor del chiringuito (o mesa con un toldo) que estaba allí se sentaba. Total, si no llevamos rueda de repuesto, para qué vamos a llevar triángulos reflectantes. En ese momento los dos observaban nuestra rueda porque, obviamente, al no tener la de recambio no había nada más que hacer. Pero no cunda el pánico, echamos unas fotos y unas risas, y al rato llegó otro hombre con otra furgoneta y otra rueda. Nos hicieron trasladarnos a  la nueva y ellos se quedaron mirando qué podían hacer, hasta que el nuevo conductor dejó al antiguo a su suerte y nos llevó a nosotros a nuestro destino.

Nuestro tuk tuk
Habíamos leído que hay tres maneras de visitar los templos de Ayutthaya: en bici por 40 baths, en coche privado por… más baths, y en tuk tuk, por hora. Llegamos a cualquier lugar del pueblo sin tener ni idea de dónde estábamos, y lo único que había eran tuk tuks. Cuando les preguntamos por las bicis nos dicen que, obviamente, es lo peor para un día, es mejor utilizar sus servicios. Y cuando nos hicimos con un mapa y les pedimos que nos sitúen, no saben hacerlo, porque en este país los mapas son un extraño desconocido. Así que venga, nos animamos a alquilar el tuk tuk, que nos dice que por tres o cuatro horas nos cobra 600 baths por persona. Como nuestros nuevos amigos catalanes están bien perdidos también, se nos unen a la aventura y conseguimos tener el cacharro el día entero por 350 cada uno. Viva el regateo, para que luego digan que no es divertido.

Nuestro conductor sabe dónde llevarnos y nos da vueltas por todos los templos importantes de la ciudad. No voy a comentaros todos ellos porque no tienen mucha diferencia unos de otros. Son grandes moles de ladrillo, impresionantemente colocados, algunos de altura impactante, que tienes que estar ahí para ver. Dentro tienen figuras de budas destrozadas (es una ciudad en ruinas) que los birmanos decapitaron, porque eso hacían los birmanos, decapitar budas, así que forma todo un espectáculo desolador y siniestro, con líneas eternas de figuras de buda sin cabeza. También hay a veces grandes budas tumbados (no tan grandes como el dorado de Bangkok, pero de un buen tamaño), y encontramos también la famosa cabeza de un buda metida entre las ramas de un árbol, atractivo turístico que tenía su propia cola de turistas con cámara. Os pongo fotos representativas de todo ello.






La cabeza del árbol







Budas decapitados


Y, al ver entre viaje y viaje que nos quedábamos impactados por los elefantes por la carretera (es el medio de transporte que no mencionaban las guías, pero que ahí estaba) también nos llevó a ver el parking de animalitos. Bien enseñados, los grandes transportan guiris viejos de acá para allá, y los jóvenes se sientan de una manera muy graciosa para que el turista de turno que se deja allí los dineros se ponga encima de su patita y se saque la foto. Tal es el adiestramiento que cuando tú sacas tu cámara, el animal hace el amago, hasta que ve que el domador no ha recibido el dinero y no está interesado en ti, que entonces se vuelve a levantar y se acerca para ver si tienes algo que ofrecerle (un nabo o una patata).

Terminado el agotador recorrido, tostados y culturizados, con el sol poniéndose tras los picos de los templos, nos devuelve sanos y salvos a otra furgoneta de vuelta, que esta vez no pincha pero pilla todo el atasco de las seis en Bangkok.


Una aventura más, y una escapada fuera de la gran ciudad, que siempre se agradece.

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1 cerca de veras!:

Nóinín dijo...

Me encanta todo (hasta lo del pinchazo): me encantan esas construcciones, me encanta que haga calor y te tostes, me encantan los elefantes comiendo nabos, me encanta pasear por las calles, las plazas, las avenidas... pero sobre todo me encantan estos comecocos que salen al final de la entrada

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