Había tres plazas de universidades en Bangkok. Las tres parecían estar relativamente
cerca del centro: una al lado del palacio, otra al lado del metro, la tercera
cerca del que va al aeropuerto. Guiada por algún comentario amigo y la
intuición, eché a una de las tres, un poco al azar. Resultó ser la que estaba
cerca del palacio. Y resultó ser también la única que no usa ese campus, si no
otro situado no sólo lejos de Bangkok, si no en otra provincia. Así es el
destino.
Así que decidí, un día que no tenía clase, ir a probar cuánto podría tardar
yo en llegar a la universidad. Salí de casa por la mañana tempranito, cogí el
skytrain una parada hasta llegar a la última, que es baratito y rápido. En dos
minutos si acaso estás allí. Y empieza el drama.
No me dijeron dónde tenía que coger la furgoneta de la universidad, me
ayudaron sin embargo apuntando que está nada más bajar del metro. Todos los
metros tienen 4 salidas, no me dijeron por cuál. Cogí una y resultó ser en la
que paran los autobuses. No vale. Así que me di la vuelta y ahí ya sí vi varias
furgonetas. Obviamente, las furgonetas se sitúan una detrás de otra, sin ningún
tipo de orden, y es muy fácil porque los destinos vienen indicados en letras
pegadas en los laterales. En tailandés. Así que, una por una, pregunto a todas
si van a mi universidad, con un perfecto acento. Los pocos que me entienden
dicen que no, hasta que uno me señala otra, voy hacia esa, y allí me dicen que
sí. Subo. Pregunto a un chiquillo con uniforme, esperanzada (porque sabe inglés
y porque dónde va a ir este niño si no es al mismo sitio que yo) y me dice que
sí, que esa es la furgo.
Interesante medio de transporte, este. Entran como mucho 15 personas, es
cómodo y tiene aire acondicionado. Pero parece que vamos en misa, por un
silencio sepulcral, y porque el sistema de pago es pasar un cestillo en el que
todos van echando el precio estándar del viaje (que yo tuve que preguntar al de
al lado). Si no tienes justo, esperas a que otros echen y coges tu cambio. Se
lo pasas al de al lado y cuando llega al final, en vez de recogerlo un monaguillo,
lo tienes que volver a pasar hacia adelante. Si cuentan si hemos pagado todos
antes de irnos o no, no lo puedo decir.
Me dedico a leer, que este año se ve que voy a avanzar libros que es una
maravilla, hasta que el muchacho guía me dice: aquí es. Miro por la ventana y
estamos en medio de una autopista. No, no es. Sí es. Que no. ¿Dónde vas? Repito
el nombre de la universidad. Aaaaah, no, no es aquí… Empieza el pánico porque
obviamente me he metido en otra furgoneta que no va a donde yo quiero ir, y un
error aquí puede traducirse en horas o días de viaje. Me tranquiliza diciendo
que sí, que esta furgoneta llega igual. Seguimos el trayecto y para, finalmente
en un centro comercial, que tampoco es mi destino, pero me obligan a bajar. Un
poco por costumbre vuelvo a soltar el nombre del famoso lugar, y me indican otra
furgoneta diferente, y me meto allí, porque total, a algún sitio llegaré de un
lado a otro. Vuelvo a pagar en el cestillo y sí, esta vez acabo en la
universidad.
Por supuesto, y aunque lo descubrí bastante más tarde, en una tercera
salida del skyline hay una furgoneta que sí lleva directamente y sin
preocupaciones a la universidad, pero no me lo iban a decir, igual que no me
iban a decir que no me montara en algo que me iba a dar vueltas por la ciudad,
o no me iban a decir que no tenían solución a mis problemas, porque no, en este
país no existe la palabra “no”. Suena exagerado, pero es verdad, tienen una
palabra para “sí” y otra que es algo así como “lo contrario de sí”. Vamos, que
el concepto no existe, y o te acostumbras a no preguntar, o te dejas llevar
intentando saber si estás teniendo suerte o una aventura. No nos vamos a
engañar, es bastante divertido, gracioso y emocionante. Mañana tengo mi primera
clase a las 8 de la mañana, veamos si me echo unas risas o no entonces…
La universidad un día feo, ahora es más bonito |
Y las clases ya las he empezado, eso sí, y los alumnos son encantadores,
educados, tímidos y sonrientes. Cultural, también, por supuesto, pero se
agradece que tengan siempre la sonrisa en la cara, da confianza aunque estés
liándola parda. Y viven por y para las nuevas tecnologías, así que en cada
sesión requiso una media de 5 teléfonos, que vienen a recoger al final
pidiéndote perdón, haciéndote una reverencia y juntando sus manitas. Para luego
volverlo a usar en la siguiente, pero qué más da, si son así de majos, y da hasta alegría cogerles el móvil. Así sí que se trabaja contenta.
Pero no todo es perderme y trabajar. De los avances en tursimo y vida social, para la próxima vez.
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