Gente,
esto es como la India.
He
pensado mucho en cómo empezar, en cómo explicaros por qué vuelvo a estar aquí,
detrás de una pantalla y un teclado, si contaros que esto es el caos, la
desorganización, el ruido, la suciedad y el estrés, si deciros que llevo tres
días y me han pasado más cosas de las que puedo recordar, y… eh, un momento,
esto ya lo había escrito antes… ¡esto ya me ha pasado! Sí, esto es la India. Ya
está, nada más que decir, volved a releerme desde el principio y sabréis cómo
estoy.
No,
venga, va, no me voy a poner a exagerar y no quiero crear dramas. Al fin y al
cabo, han pasado cinco (ohmygod, cinco) años y soy más feliz, más fuerte, más
atrevida y más experimentada que antes. Así que esto podrá ser como la India,
pero no va a superarme. Es más, os lo voy a contar todo para que veáis cómo no
solo no me supera, si no que me voy a comer las Filipinas con patatas. Ea.
Empezaré
por el principio, y me voy a dejar mil cosas en el tintero, pero las recuperaré
con el tiempo, esto no va a acabar aquí.
El
principio coincide, claramente, con el final de mi etapa anterior. Dejé
Tailandia sin haber dormido y con toda la pena que puede una tener después de
tres años fantásticos de felicidad, armonía, facilidad y amistades preciosas
(de esto, de todo lo que le debo a Tailandia, también os hablo otro día).
Y
los problemas empezaron, si no habían empezado antes ya, en el aeropuerto.
Porque por muy español que seas, y por mucho que te creas viajando allí a las
colonias, que son tuyas por derecho de sangre, a ellos no les parece oportuno
que vayas tú a trabajar, y no, no te van a dar un visado. Así que una, que va
de guay porque tiene un lectorado, viajaba con un pasaporte de servicio, que es
el pasaporte oficial que te dan cuando molas y quieres pasar fronteras sin que
nadie te pregunte. Pero llámalo filipinos o llámalo tailandeses (el concurso al
espabilado del año lo hacemos en otra ocasión, también, si queréis), allí en el
aeropuerto nadie había visto el documento azul en la vida, y que yo de allí no
salía sin un vuelito de escape del país. Uno. El que fuera. Que tuve que comprar como en
las pelis pero con más mala leche, a una hora del despegue y con unos franceses
delante en la cola intentando que los de AirAsia les devolvieran noséqué dinero
de noséqué retraso, ja, ja, ja, novatos. Cartera en mano: “dame el vuelo más
barato que tengas, el día más barato, al destino más barato, de aquí a un mes”.
“¿Qué día?” “No me importa” “¿A Kuala Lumpur está bien?” “O a la Conchinchina,
me da igual” “Prefiere el de las 3 o el de las 7” “Señora, no voy a coger ese
vuelo, ya se lo he explicado” “De acuerdo, le repito la información:
suvuelosaldráeld” “Señoraaaa, que voy tarde, por Buda...”.
Llegué
al avión en tiempo récord, con mucho más equipaje del permitido (y una mochila
que se me rompió corriendo por el aeropuerto, como digo, muy de película) y un
humor fantástico. Tres horas después estaba en Manila, taxi y al hotel.
Amanece
Manila al día siguiente y, oh, sorpresa, me habían contestado de la embajada,
por fin, que sí, que me pase por la mañana por allí. El nivel de estrés que
esto me ha supuesto solo lo conocen mis allegados, y lo de plantarme en un país
sin que nadie me haya dado señales de vida antes no lo voy a entender ni yo,
pero ahí vamos.
Así
que voy caminando apaciblemente por la ciudad, que en vez de tener pasos por
encima de la carretera, como en Bangkok, los tiene por debajo, que da bastante
más miedo, pero los tienen muy decorados y muy bonicos. Y consigo reunirme con
una filipina encantadora que me habla de la sorpresa general ante mi llegada
(no sé si me creeréis, pero juro haber mandado tropecientos emails antes de
aparecer, si hubiera sido adrede me hubiera informado de cuándo era su
cumpleaños), me arregla algunos papeles, me da algunos contactos, y me manda a
pasear hasta la tarde. Que es cuando consigo reunirme con una de las personas
que se encarga de mí, y me reitera que no sabían nada de mi llegada, y además
está enfadado porque nadie se lo ha contado, porque nadie ha arreglado nada de
mi estancia, porque no han ido a buscarme al aeropuerto, porque no sé nada de
la universidad, porque no me contestan a los emails, porque hace calor, porque
tiene una inauguración de una exposición luego. Está muy enfadado en general
pero es muy majo, hablamos de proyectos, de vida, de todo lo que depositan en
mí, las cosas. Y esto me tranquiliza bastante, no lo puedo negar, alguien sabe
que existo y eso es bonito.
El
final del día va bien, porque me acogen los becarios de la embajada y un
compañero lector y me voy con ellos de cervezas, que todo el mundo sabe que se
arregla muy bien la jornada así. Y, oh, casualidades de la vida, en el
restaurante nos encontramos con su vecina, una americana que estuvo viviendo un
año en Cebu y que vuela al día siguiente para allá, como yo, y ha quedado con
sus amigos de allí para tomar algo y “por supuesto, vente, te dejo mi número”.
Al
día siguiente me fui a inscribir en la embajada, pero con mi pasaporte de gente
que se mola no te dejan hacer el chanchullo, así que me obligaron a ser registrada como residente. Me han quitado la ciudadanía charra. Mis raíces. Mi vida. Voy a
tener que cambiar el hornazo por el arroz. Matadme. (Leed este último párrafo
así como con tono dramático y desesperado. Que ya sé que luego te puedes
cambiar otra vez, pero es mi momento).
Después
de esto, y por el cargo de conciencia que he creado, me llevan en coche al
aeropuerto. Y todo es bonito. Hasta que me dicen que no es esa la terminal en
la que tengo que estar. Y que para ir a otra hay que coger un bus que recorre
media ciudad. Y no sé si alguien os ha contado algo del tráfico de Manila, no
sé, googleadlo.
Así
que tardo una hora desde mi supuesta feliz llegada al aeropuerto hasta la real.
Calculad todos que yo había calculado las horas como cualquier persona normal
lo hubiera hecho. Vamos, que no iba con una hora de antelación a la antelación
con la que te adelantas normalmente. Que perdía el vuelo, vaya. Así que llegué
corriendo, facturación cerrada, la mochila abierta, déjenme pasar (mi vida es
una película, pero de las malas) y no, llevas sobrepeso por todos lados, qué me
va a contar a mí, señora, es que me mudo, a mí no me cuentes tu vida, paga.
Bueno, no me arruiné, pero mi dignidad se vio un poco afectada. Sobrepesos. A
mí. Que he colado kilos en todas las compañías del mundo. Que si lo sé cuelo la
maleta de 35 kilos como equipaje de mano. Esto no, a mí así no.
Bueno,
que entré. Y que no llegué tarde, no. No, porque el vuelo se había retrasado
una hora. Hasta me dio tiempo a comer. Porque luego lo retrasaron otra hora,
hasta me pude comer un donuts. Y ya embarcamos. Y dentro del avión, ya todos
sentados, se retrasó una hora más. Porque sí, me lo habían dicho y no quise
creerles. Los vuelos en Filipinas nunca salen a la hora. Ni a las dos horas,
por lo que se ve.
Al
aeropuerto en Cebú sí me vinieron a buscar. Me habían alojado ellos en un hotel,
cerquita de la universidad. Modesto, me dijeron. La traducción literal es que
tiene cucarachas y que las toallas tienen agujeros. Que no te dan papel
higiénico. Que jamás lo hubieras elegido tú, de haberlo buscado. Pero una se
adapta a todo y oye, con que haya wifi vamos tirando.
Y
al día siguiente, para no andar perdiendo tiempo, a la universidad. Un lugar
curioso, la universidad. Bueno, curiosa la gente, porque soy la primera y única
guiri de la zona, y me miran que dan ganas de extender un brazo y decir: “toca,
toca, ¡que soy de verdad!” Y soy presentada oficialmente ante gente que ya no
sé cómo se llama, y me prometen que me van a hacer papeles, que a lo mejor me
pagan, que esta va a ser tu mesa pero que como vamos a estar todos aquí hablando igual te vas a
volver loca y entonces te subes a este despacho solo para ti, que este es el
decano, este el secretario, este el jefe de noséqué, esta la profe de nosécuál.
Así, muchas cosas.
Y
a partir de aquí no diferencio los momentos. Expongo mi necesidad de salir del
hotel de lujo e irme a vivir a un sitio. Ponen al cargo al otro profesor de
español (el único que habla el idioma, por lo que se ve… esto me intriga, dado
que hay como otros cinco profes) que se convierte en mi sombra, y hemos estado
desde entonces en búsqueda y captura. Primero nos ayudó una chica que se va a
vivir a Ávila, después la profesora de chino, que como tiene raíces también
tiene negocios, y nos enseña los pisos que alquila para sacarse unas pelas
extra, que son cuchitriles en los que quiero morir, pero ella muy correcta me
explica dónde puedo sacar dinero, comer e ir a la iglesia cerca. Sí, me ha
explicado dónde ir a la iglesia, porque hay que ir a la iglesia, porque la
gente va a la iglesia. Y no he podido decirle que es que yo no tenía intención
de ir. ¡No he podido!
Así
que seguimos buscando. Y la mejor opción es alquilar un piso sin muebles y
comprarlos. Sin muebles nivel no tener aire acondicionado pero sí el agujero
para ponerlo en la pared, que o lo cierras con plásticos o tienes una ventana
extra, que da a la calle, ventilación sí o sí (ideal para monzones y tifones,
supongo).
Os
voy a ahorrar mucho tiempo, que además ya me estoy enrollando, y me salto a la
parte en la que he encontrado un sitio con al menos cama, armario y aire
acondicionado. Ya he comprado lo típico de la supervivencia (que esta vez
incluye sábanas y fregona, ¿veis cómo he mejorado?) y hoy os estoy escribiendo
desde el piso de enfrente, porque en el mío no va la ducha y ya cuando me la
arreglen me cambio. Dos días, me han dicho [risas en lata, aquí]. Permanezcan
atentos a sus pantallas.
Por
lo demás, es un piso enano, en el que no voy a poder alojaros (pero, spoiler,
tampoco vais a querer venir a verme aquí), pero me sirve para dormir y vivir de
momento, y está en una zona tranquila, con guardias en las entradas, con un
supermercado cerca en el que la gente me mira MUCHO cuando compro cosas, y un
sitio para hacer zumba.
Y
el dato que os va a gustar lo dejo para el final. El agente del piso se llama
Carlos, de apellido Antonio, y su abuelo es español. Quiere que montemos un
negocio de clases en la zona común del edificio, que está formada por varias
salas, una de las cuales es un karaoke. El dueño del piso, sin embargo, tiene
antecedentes americanos y vive en la casa de al lado de mi edificio, pero su
suegra, que vive con él, está aprendiendo español porque ve las telenovelas en
la televisión por cable y está deseando conocerme. No creo que tarde mucho en
pasarse por aquí.
Tengo
muchísimas cosas más que contaros, pero muchísimas, de la vida, historia y
costumbres filipinas. Y fotos, que soy consciente de que no os lo he dado todo.
Pero hoy no quiero aburrir más. Este es un resumido informe de lo que no he podido ir
contándoos a todos los que me habéis preguntado de uno en uno porque el
internet escasea y he pateado hasta la infinidad estos días, sin tiempo para
escribir, guasapear, emailear u otras maneras de contactar.
Así
que vuelvo a este medio de comunicación, completamente voluntario y sin
compromiso, para haceros llegar mis aventuras, que calculo que no van a ser
pocas, e informaros de lo bueno y lo malo que tenga que venir.
¿Sensaciones
hasta la fecha? Estoy bien, no pletórica, no rebosante de felicidad y energía,
pero bien. No hay de qué preocuparse. Es viernes por la noche y os estoy
escribiendo para no subirme por las paredes pensando en que debería estar
bailando salsa como cada viernes de mi anterior vida, pero todo cambiará, todo
irá como debe ir, y aún es pronto para dramas.
Gracias
a todos los que habéis preguntado, perdón por no haber podido contactar más, y
a partir de ahora, por aquí nos vemos.
Más
y mejor, pronto.
1 cerca de veras!:
Me encanta!!! Directa a favoritos!!! Y que sepas que a pesar de los dolores de cabeza que puede suponer el dia a dia.... tus aventuras y desventuras y sobretodo tu actitud e ironia, me han hecho soltar más de una sonrilla..... cosa que agradezco muchísimo. De todas formas, please, no dejes que te absorvan el cerebor y te cambien el hornazo por el arroz, que eso para un salmantino es un pecado mayor que no ir a la iglesia. ;-)
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