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De usos y costumbres del pueblo cebuano y más

Os encantará saber, si habéis leído mi aventura anterior, que estoy en exactamente la misma habitación donde me dejasteis el otro día. Porque, efectivamente, no me han dejado mudarme. Dicen que la ducha ya está arreglada pero que aún tienen que limpiar, y, bueno, no parece que tengan mucha prisa. Esta noche, me ha dicho la de abajo [más risas].

No pasa nada, esta habitación está bien también. Hay algunos inconvenientes, como que la ventana no aísle mucho el ruido. Luego, investigando un poco, he visto que tanto ésta como el aire acondicionado están colocados en sus respectivos agujeros en la pared, pero no sellados, así que el sonido pasa exactamente igual cierres o no cierres la ventana. Veremos si el monzón o los tifones también pasan.

El exterior, además, lo forman casitas de pequeñas familias con muchos niños que juegan al baloncesto (deporte nacional) y gritan y esas cosas, eso no me molesta porque lo hacen a horas normales. Es peor cuando escucho gente cantando en el karaoke a la 1 de la mañana.

Y luego, claro, como hay tanta naturaleza, es muy bonito porque se escuchan los geckos croar (o lo que sea que hagan) por las noches. Y eso tampoco me importa, es peor lo de los gallos cantando al amanecer (que aquí pasa a las 5 de la mañana), no con un alegre kikiriki, si no con un berrido desproporcionado que no sé cómo no despierta a la ciudad entera, que no es normal el sonido que hacen, que debe ser porque son gallos de pelea (deporte nacional) o porque de tanto jaleo que arman se han debido dejar las cuerdas vocales tocadas.

Pues, como os iba diciendo, desde esta que no es mi casa (y que, por tanto, tiene todas mis cosas esparcidas por el suelo esperando a ser trasladadas al hogar verdadero, todo muy cómodo) he visto pasar el fin de semana.

Como el sábado fue mi primer día sola ante el peligro y no me sentía excesivamente aventurera, decidí recorrer en jeepney el camino que ya conocía, pero sin compañía, para ver si podría sobrevivir o iba a morir en el intento.

Cómo explicar lo de los jeepneys. Son especie de camiones, bueno, buses, bueno, medios de transporte que recorren la ciudad con rutas establecidas que nadie conoce y que no aparecen en internet (por el amor de dios, qué siglo es este), en los que te juegas más o menos el destino, pero que a una mala y por alguna razón siempre vuelven al punto de partida. Parece ser que son los automóviles que utilizaban los americanos para trasladar a sus militares, y que a los filipinos les parecieron graciosos, se los compraron, los tunearon de colores varios y ahora son el único transporte público que se puede utilizar porque los autobuses de toda la vida están prohibidos en la ciudad. Y no tienen ventanas, así que además puedes aspirar el fresco aire de cada atasco.


Esto es un jeepney



Como decía, todos tienen un número y palabras escritas a los lados, que equivalen a zonas de la ciudad, así que tienes que atar los dos cabos y rezar mucho, para acabar donde tú quieres.

El funcionamiento, en realidad, es sencillo. Cuando ves uno que tú crees que es el tuyo, te pones en medio de la carretera y haces aspavientos para que pare a recogerte (lo mismo esperabais que hubiera paradas). Si hay suerte y tiene el día majo, se para, y te subes. Se sube uno por la parte de atrás, que tiene un agujero (lo mismo esperabais que tuviera puertas), agachado, porque no caben de pie ni ellos (que no son muy altos), y eliges tu sitio en algún lugar libre que haya en alguno de los dos largos bancos que hay a lo largo de la parte de atrás. Por alguna razón ilógica que escapa a toda la educación que yo he recibido, se sientan ellos cuanto más cerca de la puerta mejor, de manera que el nuevo pasajero tiene que recorrer muchísima distancia de pasillo, teniendo en cuenta que vas agachado, dándote con las rodillas de los demás, y en marcha (lo mismo esperabais que se esperara el conductor a que te hubieras sentado). De momento, y para mí, al menos se paran cuando voy a subirme, pero he visto cómo ellos montan al vuelo.

Después, dentro, y cuando la intuición te da a entender, sacas 7 pesos (como 15 céntimos de euro), que es lo que cuesta el viaje siempre, y te pones a mirar fijamente a alguien que esté más cerca del conductor que tú y te caiga bien. Bueno, esto lo hago yo, ellos se hablan entre sí y se dicen algo que yo no entiendo. Y ya cuando esta persona te mira, le das amablemente el dinero sonriendo, mientras ellos te miran fatal, y se lo pasan al conductor. Estoy casi segura de que si no pagas no pasa nada, pero no quiero probar.

Así que ya hecho esto, una vez dentro, si hay sitio para tu culo, lo pones donde veas, y si no hay, lo haces. Un espacio enano entre una y otra persona es un espacio ideal para tu culo, tengas el que tengas. He comprobado que el número de gente que cabe en un jeepney es exactamente el número de gente que necesita ir en ese jeepney, y punto. Y a partir de ahí yo me pongo a mirar por los agujerillos que quedan libres para no perderme los puntos de orientación que aprendí con mi mentor, no vaya a ser que me pierda la parada. El sitio al que voy, quiero decir. Cuando ves que estás llegando a tu destino, tienes tres opciones para hacer que pare. Una es dar con algo metálico (yo lo he visto hacer con monedas y anillos, esto último me encanta, tengo que hacerme con uno), en la barra que tienen para que te agarres, el conductor oye el clin clin y se para. Otra es tirarle besitos muy fuerte (que es lo que hacen los filipinos para llamarse la atención unos a otros) pero esto no lo he probado porque no me suenan tanto como para parar un jeepney y porque me da un poco de vergüencita tirar besos a desconocidos, llamadme loca. La tercera es gritar “lugar, lugar”, y es como magia. Se paran.

Y es que ellos no lo saben, pero utilizan un 60% (esto me lo han dicho, no me lo he inventado, pero a saber cuánta verdad hay) de palabras españolas. Y a ti te hace gracia y les dices “eh, si eso es español” y te miran como si estuvieras tarada o vinieras de otro planeta, qué va a ser español eso, eso es cebuano. Y se quedan muy a gusto llamando “mesa” a las mesas y creyendo que cuando pido un blablablá “para cortinas” es que he aprendido la lengua local. Luego está que a veces usan palabras en español pero no con el significado que nosotros conocemos, y eso me confunde un poco, pero me sigue haciendo gracia.

Esto se piensan que lo han inventado ellos


Bueno, el caso es que llegué sana y salva, el sábado, a donde yo quería llegar. Compré cosas de supervivencia femenina básica en el Watsons (ya, qué queréis, cuando sepa más compraré local, de momento había cosas que en mi súper no tenían) y como tengo la sensación de que todo el mundo me mira todo el rato y eso me desconcentra y me cansa mucho me fui a casa, mismo sistema, contenta por volver a ser (casi) independiente.

Y el domingo di un paso más. Encontré una clase de salsa en un sitio cercano a este único sitio al que sé ir (que es un centro comercial, no os vayáis a pensar tampoco que ando arriesgando), así que comí en este sitio que conozco (aunque la comida no es muy buena en general… eso lo sigo investigando) y me aventuré hacia la clase que empezaba a las 4. Es tranquilo Cebú los domingos, no hay tráfico y apenas hay gente por la calle, así que fue un respiro de paz y mediana tranquilidad. Cuando llegué al sitio (un restaurante mejicano) no había nadie, y me dijeron que la clase empezaba a las 5, pero en Facebook ponía que…, ah no sé, pues no, a las 5, así que me fui con un chico que andaba por allí a tomar una cerveza, un americano que hablaba espanglish porque había vivido en Méjico y que me explica que en Filipinas nada es a la hora a la que se supone que es. Volvemos a las 5 y nos dicen que la clase se ha cancelado, y me explica que en Filipinas nada es como han dicho que va a ser. Así que nos vamos a tomar otra cerveza y él llama a otra amiga americana y entre los dos me aclaran las cosas de la vida filipina, que se explican todas diciendo que en Filipinas blablablá. Como excusa no tiene precio, pero no sé si va a ser fácil saber qué es todo lo que en Filipinas sí y lo que en Filipinas no. Y de paso me explican que los domingos las calles están desiertas porque está todo el mundo en misa, hasta las 9 que terminan los sermones y la gente vuelve a salir y llenar calles, restaurantes y bares.

Al final volvemos al baile, ya no a clase, y nos echamos unas salsas y unas bachatas con un grupo pequeño de gente muy rara, pero bueno, algo es algo. Al final me meten en un taxi y me dicen que lo de los jeepneys es para filipinos, que los extranjeros no los usan porque no los entienden (no sé por qué, con lo fácil que es), y que de hecho lo suyo es que me compre una moto, como tienen ellos, porque si no la movilidad va a ser complicada. Apunto esto en mi lista de cosas en las que pensar y de momento introduzco el taxi como método de vuelta a casa en la noche, a ver cómo va.

Y bueno, en estas estamos, entre gente que me mira, que me vuelve a llamar ma’am, que hace mucho ruido y a la que no entiendo, pero descubriendo cosas nuevas y buscando un hueco en el que hacer mi vida.


Hoy he vuelto a la universidad, pero de ese surrealismo os hablo mañana. También he ido al supermercado, en el que ya había estado antes, pero en hora punta, y como la gente me mira e intimida y además me llamaron los del frigo no me dio tiempo a nada, así que hoy he recorrido pasillos interminables de cosas que no entiendo y de otras que sí. Me han intentado engañar con algo que se llama “choriso” pero que todos sabemos que no es lo que a mí me gustaría, he podido leer unas mil etiquetas de latas diferentes (parece ser que es el método de conserva definitivo) y me he dejado llevar por alimentos que no tenían sentido. Como aún no tengo casa he comprado solo lo que me parecía a mí que me iba a ser útil para la supervivencia, así que cuando empiece a comprar y probar cosas locas, seréis los primeros en saberlo. Hasta entonces, sigo bien y me alimento como puedo, no se me preocupen, mientras siga escribiendo es que no he llegado a la inanición… 

Sardinas españolas con aceite de maíz, que a ver quién ha usado aceite de maíz en la vida en España...

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