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De la universidad y más (2016)

Me preguntáis mucho por la universidad, y os contesto poco. No porque no quiera, cuidado, sino porque no puedo, qué más me gustaría a mí que poder. Pero como no me gusta dejaros así, os voy a contar los datos que tengo hasta la fecha.

Llevo aquí semana y media ya y he ido todos los días a la universidad. Nada más llegar, de hecho, ya fui, el primer día. Allí conocí al decano, al secretario, al presidente no, que estaba de vacaciones, y a los otros profesores de español. Esto ya os lo había contado. Me enseñaron el campus, que es pequeñito, y me explicaron, unas cincuenta veces, que el edificio principal lo construyeron los americanos. Luego, uno más sincero, me dijo que los japoneses lo habían utilizado de cuartel para encarcelar a sus prisioneros en la guerra (no sé en cuál, eso ya os lo cuento otro día), y es todo muy bonito. Podéis imaginar que moderno, lo que se dice moderno, pues no es. Ni ese ni ninguno de los edificios, que tiene cada uno un nombre que no está escrito en ningún sitio, para facilitarle la existencia a los profesores nuevos.

El edificio de los americanos


En estas visitas diarias que hago a la universidad he conseguido varias cosas. He conseguido que me registraran, así que ahora cada vez que entro y salgo pongo mi dedo en un lector de huellas digitales, que es lo más novedoso de toda Filipinas. He conseguido que me dieran un horario con las clases que ellos creen que yo debería dar y el aula en la que se imparten. He conseguido que, tres días después, limpiaran la mesa que se me ha asignado, no de polvo, sino de libros e incluso un casco de moto que sabe Dios a quién pertenecía. He conseguido conocer a todos los profesores que dan clases de español. He conseguido que los guardas de la puerta me dejen de parar porque no se creen que trabaje allí.

Hay un puñado de cosas que no he conseguido, también. No he conseguido adivinar dónde están las aulas en las que voy a dar clase, y cuando sí he llegado a ellas, el horario que me han dado estaba mal y, o no era esa hora, o no era esa aula. No he conseguido que nadie me dé un calendario escolar, en el que ponga cosas tan tontas como cuándo son vacaciones (aunque las navidades me las han asegurado, y me han dicho que el día que sea fiesta lo sabré porque llegaré a clase y no habrá alumnos) y cuándo hay exámenes (que “son dentro de dos semanas, creo”, “oye ¿tú sabes algo?”, “no, a mí no me han dicho nada”, “pero serán el día 15”, “yo creo que sí”…). No he conseguido firmar el contrato, ni verlo, así que a día de hoy no sé cuánto me van a pagar (esto me lo explican diciendo que así es Filipinas, y a vosotros os hace gracia, pero me gustaría saber si alguno estaría aquí sin tener ni idea de salario o sin haber firmado papeles…). No he conseguido que me dejen de mirar alumnos y profesores, así que me sigo sintiendo como si me hubiera salido un tercer ojo y me estuviera paseando con él por la vida.

Para pasar el rato, he ido a observar las que serán mis clases a partir de este lunes. Iba a ir el lunes pasado pero como algunas no las encontré y otras no eran, no pude, así que empecé el miércoles. Y la verdad es que admiro lo que están haciendo estos profesores en clases de 50 alumnos, sin aire acondicionado, sin puertas (la comunicación es prácticamente un milagro), con un libro guía en el que solo hay gramática y errores, sin pantallas, proyectores o equipos de sonido, y sin pupitres (pero sí sillas, de estas con mesa incorporada, perono de las modernas de plástico, sino de las de madera antiguas, comodísimas para estar hora y media escuchando la chapa de alguien que habla en otro idioma). Así que ahí está el desafío de este año…

Por lo pronto, a ninguno de los chiquillos (que tienen entre 16 y 19 años, porque aquí no hay bachillerato, acaban el colegio obligatorio y si quieren seguir estudiando pasan directamente a la universidad) les ha hecho gracia que una nativa vaya a ocupar el puesto de sus profes. Todos han preguntado si hablo inglés, todos han reaccionado muy inapropiadamente al saber mi edad (aunque no me han llamado vieja a la cara, que está feo), y todos me han dicho que soy muy guapa (para compensar, y porque lo soy).

Así que le digo adiós a años trabajando las nuevas tecnologías, toca pausar los progresos que estaba haciendo en Power Points con animaciones, tirar a la basura los Prezis de moderna, cambiar los blogs para clase por cartulinas que tengo que comprar yo, olvidarme de los vídeos molones para páginas web de éxito, que los Kahoots para canciones sean audios que hagan en casa, y volver a mancharme las manos de tiza. Y me da pena, pero son los retos los que nos hacen crecer, no la vida fácil. Hola, pasado, no puedes conmigo.

Un poquito del campus


Y no es poco el trabajo por hacer. Empezando por una programación y una puesta en común de las clases, rehaciendo o empezando un libro nuevo, e incluso quieren que monte un seminario para profesores perdidos que no sabían lo que era dar clase. Sospecho que por un módico, quiero decir, gratuito, precio. El tercer mundo ataca de nuevo.

Así que hasta aquí puedo contar. Mañana, cuando empiece de verdad de la buena, os daré más detalles, y ampliaré mis aventuras del día a día, que, por supuesto, se desarrollan entre alegrías y surrealismos, como debe ser.

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