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De plantar árboles y más

Uno de estos grupos a los que me he apuntado en las redes pero que está formado por exactamente las mismas personas que forman los demás, se llama Cebú Green Project, nació en mayo de este año y se dedica a realizar acciones de voluntariado por y para la naturaleza en esta ciudad en la que todo el mundo hace lo contrario a ayudar. Normalmente, por lo que me han contado, se dedican a limpiar zonas de la ciudad, pero hoy tenían el primer evento de plantación de árboles, y como es domingo y no tengo amigos, me pareció un plan bastante apropiado.

Quedamos a las 7:30 de la mañana en la estación de furgonetas de uno de los centros comerciales de la ciudad (que aquí son los puntos de orientación) para salir puntuales a las 8. A las 8:30 aún estábamos allí. Que no vino mal porque así fui haciendo amigos. Los dos más raros de todo el grupo, de 30 personas, me identificaron perfectamente, mi imán innato para atraer a los más frikis sigue actuando, y mi costumbre adquirida de no decir nunca que no a nadie nos hizo a los tres mejores amigos ya desde antes de desayunar, que es todo un logro para un domingo.

La furgoneta nos llevó a Mactán, que es la isla de al lado de Cebú, donde está el aeropuerto, y que está conectada por dos puentes en los que siempre hay tráfico. Y allí, en el puerto, tras media hora más de espera, montamos en el barco. Al subir, el que va a mi lado se persigna. Esto todavía me tiene despistada. Al principio pensaba que todos los filipinos eran mi abuela y no podía dejar de mirarles. Pasada la primera impresión me dediqué a investigar el factor común entre las persignaciones, intentando adivinar qué buscamos con esto, y lo hacen mis alumnos antes del examen como si a estas alturas alguien fuera a ayudarles. Lo hacen al montar en el jeepney por razones obvias, que yo lo haría también si no fuera con una mano agarrando el bolso, otra en el hierro de arriba, otra cubriéndome la cabeza porque soy súper alta y me doy arriba, otra moviéndome las piernas dependiendo de quién tenga que salir… pues no me quedan manos para persignarme. Y ahora lo hace uno en el barco, ¿por qué? ¿Pero por qué? ¿Vamos a morir todos? ¿Es eso? ¡Quiero bajar!

El barco de estos típicos que ya os he enseñado, con su bambú a los lados. En el barco íbamos todos los cebuanos del mundo, un americano y yo, y dos motos. Puedo demostrarlo.

Todos en el barco

Y desembarcamos en la siguiente isla, que se lama Olango, y ahí tuvimos que coger un triciclo, que son los tuk tuk de aquí, más pequeños que los de otros países pero, sorprendentemente, entra más gente que en ningún otro que yo haya visto. Nos dividieron de seis en seis, más conductor, y yo iba con mis mejores amigos y tres japoneses (que son muy voluntarios y están muy concienciados, y había un buen número de ellos en la excursión). Por lo que sea, se rompió el cacharro nada más salir. Al principio pensaba que habíamos pinchado (que no sé cómo se dice en inglés, yo solo oí un pum porque iba metida en el carrito, con cero visibilidad) pero luego solo se había salido la cadena (esto tampoco sé decirlo en inglés, es que lo vi cuando nos hizo bajarnos. Así que nada grave que no solucionáramos todos mil veces en los veranos en el pueblo. Nos dio para risas y postureos, que es lo que cuenta al final.

El triciclo averiado

Siempre me sorprende salir de la ciudad. Vivimos ahí metidos, pensando que tal o cual país es así solo por lo que vemos en Bangkok, o Cebú, o Madrid, o Londres, y la riqueza de las zonas rurales no deja de asombrarme. No riqueza de la que nos come la cabeza, no estoy hablando de dinero. Es domingo, y por la calle sin asfaltar corren los niños detrás de los balones, entre los búfalos que pastan, entre naturaleza salvaje que les llega hasta las rodillas y palmeras, al lado de las cabras que tienen como animal de compañía y los gallos que cuidan hasta que pueden pelear. Las familias enteras montan en su moto (aquí lo de comprarte un monovolumen cuando tienes al primer niño no se lleva) y los cinco van juntos a misa. Los que irán luego, se quedan en las puertas de casa viendo la vida pasar, porque sí, aquí se vive en la calle, las casas solo tienen una habitación, el resto de la vida se hace en comunidad, con los vecinos, viendo crecer a los niños, secando la ropa al sol.

Mini manglares
Y llegamos al santuario, que es donde vamos a plantar los árboles. Se despeja la duda, no, aquí no se plantan pinos, aquí se plantan manglares. Nos dan instrucciones detalladas del proceso, a un metro de distancia uno de otro, el brote tiene que estar enterrado hasta la mitad en el fondo del agua con el piquito para afuera. Así que nos arremangamos todos y nos metemos en el lodo a enterrar palitos como si supiéramos lo que hacemos. Nos tocaron ocho por persona, yo creo que al menos cinco de los míos salen (estoy casi segura de haber pisado dos de la que volvía y uno lo planté medio de lado porque no se clavaba bien y la tonta de la guiri se estaba quedando la última). Tampoco es que lo vaya a saber porque dicen que tardan en crecer 15 años.


Aquí plantando cosas


Así se anima una fiesta
Después entramos en la zona habitada del santuario, donde íbamos a comer. Alguien trae unas cervezas y eso une mucho al personal alcohólico (los que no bebían se quedaron en otras mesas, y no os voy a engañar, a esos no les he conocido mucho), y empezamos a intercambiar preguntas personales comunes: de dónde eres, en qué trabajas, qué tornillo tienes desapretado para elegir este destino… lo típico.

Y llega la hora de la comida. Parece ser que una de las tradiciones familiares y con amigos de Filipinas es esto llamado boodle fight. Se extienden hojas de palmera en las mesas (más barato que manteles, dónde va a parar) y se pone la comida encima (más barato que platos, dónde va a parar), que siempre tiene una base de arroz como para una boda y luego encima y alrededor lo que haya uno podido encontrar que echar a la barbacoa. En la nuestra había lechón, pescado, pollo y salchichas radioactivas. A los más bilingües no se les ha escapado que este tipo de comida se llama fight, que significa lucha, porque hay que esperar a que todo el mundo encuentre un hueco de pie alrededor de la mesa, y luego, a la vez, meter sus manos en el asunto (más barato que los cubiertos, dónde va a parar) y empezar a comer, sin parar, en un tonto el último un poco cruel, porque aquí no hay amigos, aquí comes lo que puedas sin mirar al de al lado, e intentando no quedarte sin comida. Yo cogí un pescado del que no me separé por miedo, y solo pude comer dos cachitos de lechón (que está bastante rico, amigos segovianos) y un poquito de pollo que le quité del hueso al que estaba al lado. Y uno de mis mejores amigos me dio una salchicha porque veía que claramente me quedaba sin ella. Arroz, sin embargo, hay siempre para todos. Todo bañado con una salsa de soja y vinagre de la que aún no me he quitado la sed.

Boodle Fight

Para la sobremesa todos nos presentamos y contamos nuestra vida (un minuto cada uno, menos mis mejores amigos, que se marcaron sus 10 minutos de fama), y nos prometemos cambiar la ciudad, crecer, seguir manteniendo un evento al mes, educar en reciclaje y limpiar toda la suciedad del mundo. Y no deja de ser emocionante ver que, en un país subdesarrollado en el que ya se notan los efectos de un consumismo que no saben de dónde les viene (bueno, sí que saben) y en el que la basura es el paisaje habitual, ya hay gente dándose cuenta del error y calculando las toneladas de residuos acumulados, buscando soluciones. Probablemente dando pasos hacia ese “país en vías de desarrollo” cada vez más real. Gente local, cebuanos que han crecido en naturaleza limpia y verde y ahora no dejan de encontrar bolsas de patatas vacías y latas de refrescos en las cunetas. Y, bueno, son pocos, pero sí, van creciendo, y sí, se mueven y tienen buenas ideas. Y es bonito, y es todo muy scout. Y yo me emociono.

Para la vuelta, mismo proceso. Primero el triciclo, pero esta vez solo íbamos cinco y no hubo percances (los que iban delante, sin embargo, se atascaron en un bache y tuvieron que bajar a empujar). Después el barco, que no atinó en el puerto y tuvo que retroceder a alta mar para poder empezar de nuevo el aparcamiento. Y finalmente la furgoneta hasta el centro comercial. Desde allí, un taxi a casa, pero uno de mis mejores amigos (el más pesado, por si cabía duda) resulta vivir cerca y compartimos.


La reserva, muy cuqui

Y así acaba una semana más en el paraíso. Quizá aún sin amigos, pero, desde luego, no sin planes, y mucho menos sin conocidos dispuestos a no dejarme un solo fin de semana sola en casa. Porque serán muchas cosas, estos filipinos, pero nunca te dejarán aburrida a tu suerte. Y parece que eso nos va a llevar a bastantes nuevas aventuras.

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3 cerca de veras!:

Isabel dijo...

Ya me he puesto al día, qué alegría volver a leerte :-)

Anónimo dijo...

Jooooo....llevo como mes y algo, entrando en el blog y no había visto ninguna actualitzación hasta hoy mismo... cuando se me encendió una lucecita y decidí revisar la URL. Efectivamente, tenia guardado en favorito la entrada de "De cómo he llegado viva a Filipinas y más". Lo sé, lo sé... tengo la cabeza mas hueca que las cuevas de Batu, menos mal que de vez en cuando la neurona le da por trabajar cuando se aburre. xD.

Y aqui ando yo, un sabado noche desconjonandome toooo.. solo de las historietas que vives, y sobretodo esa manera de contarlas que le dá un toque muy refrescante (A dia de hoy, ya puedes decir que has plantado arboles, los tuyos…. y los de otros, asi que puedes pasar al paso dos que es escribir un libro).

Y la verdad que estas risas me han sentado divinas porque después de tirarme dos dias de mis vacaciones pintando el piso (y aun no he acabado), mi body pa mucha fiesta no está. Y aunque esta semana son las fiestas de gracia en BCN, unas fiestas de la leche de estas que te gustan: callejeras con conciertos en la calle, mucho buen rollo,etc,.. he acabado tan roto que el único plan, ha sido tirarme al sofa, a cotillear internet y ver una peli de estas gratis (como buen catalán que soy).

Me alegra saber que no has dejado la salsa a pesar que los planes acaben con muchas birras de por medio y clases canceladas (asi no… vas a dar muchas vueltas, eh!), aunque he flipado con eso de que se le paga a un hombre para baile una toda la noche. Bailadores como si fuera gigolos!!! ver para creer. jajajajaja. Eso si…. bailar con una misma persona toda la noche??? estamos locos??? Eso no es salsa, es una tortura!!! Al menos has conseguido encontrar a un grupo de motivados que se aburren tanto como tu para hacer actividades (no sé porque pero me he sentido super identificado. jajajajaj), aunque lo de los Pokemon y Harry Potter….. Ohhh come on!!! Dissapoint!!! Y luego quieres que no se te junten los frikis!!! Si es que les das pié, coñe!

Y si, salir de la ciudad da mucha vida. No sé si es la naturaleza que nos da energia, o la ciudad que nos embota y nos aturde, pero no hay mejor sensacion que “desconectar” y como dices, ver que los niños saben jugar en vez de estar enganchados al movil, que la gente pasea y habla entre ellos (sin whatsapp de por medio), y que puedes disfrutar de cosas tan tontas y tan baratas como el tomar el sol o pegarte una caminata. Si si… me ha vuelto a salir la vena catalana y anticapitalista, pero es la verdad…. la mayor riqueza no es la que se puede comprar.

Por cierto!!! Si te sientes observada o como si tuvieras un tercer ojo, cuando alguien te mire fijamente…. sacalé la lengua!!! o hazle gañotas!!! Y riete tu misma q no es pa tanto!!! Esa es la actitud!!! Aunq sabiendo de un par de situaciones de Thai, tampoco me extraña que no te acabes de sentir del todo comoda cuando eres centro de atención. xD

Appaaa… disfruta, y gracias por darnos estos buenos ratitos.

Nóinín dijo...

Me encanta que mantengas tu imán a los más person de la manada, que tus planes para hacer amigos incluyan cosas que a su vez te ponen el corazón contento (llámalo salsa, llámalo plantar árboles) y que vayas almacenando historias de las que nos seguiremos riendo en directo cuando vuelvas.

Ánimo, amiga. Adelante siempre, Ana.

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