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De cosas de chicas y más.


El lunes había algún tipo de fiesta hindú. No sé cuál ni dedicada a qué dios, porque a nosotras nos dio igual, ya que los lunes libramos igualmente, y no hubo grandes celebraciones callejeras.

La que sí tuvo vacaciones fue Isabel, así que el domingo, cuando acabamos las mil horas de clase del fin de semana, nos encaminamos a su casa para una prometida sesión intensa de “cosas de chicas”, que entre tanto trabajo y tanto impacto cultural, hace tiempo que no nos dedicamos a nuestra feminidad (si es que queda algo de ella).

¡La tarta!
A la puerta nos encontramos con Amjad, el novio de Isabel (que, pese a ser hombre, no estropea en absoluto nuestros mujeriles planes), que se iba a por nata y luego, a través de la ventana, ella nos dice que él se ha llevado todas las llaves de la casa y no puede abrirnos. En esta cómoda situación, nosotras fuera y ella dentro, tramamos el primer plan de noche de estrógenos: taller de cocina. Así que cuando él vuelve y nos abre la puerta nos ponemos manos a la obra: machaca galletas, mezcla con mantequilla, nata, leche, cuajada española, fresas, guarrear toda la cocina y cotillear. Al final tenemos una tarta de queso estupenda no lista para comer, que se tiene que enfriar. Mientras la pareja nos desvela los secretos de su cocina de fusión, cociendo tortilla de patata en dhal[1], planeamos abrir un restaurante de gran éxito en España, la India o Nepal. Pero tendrá que esperar a que los planes de futuro de Isabel, también tramados en estas noches y algunos cafés (aparte de sus devenires mientras la peinan) se lleven a cabo. Algún día este proyecto nos sacará de pobres (el primero o el segundo, no lo sé).

La cena está buenísima, el postre es un éxito (un poco dura la base, pero juro haber seguido instrucciones), y pasamos la noche compartiendo vídeos, ideas y tonterías, acostándonos bastante tarde para lo pronto que lo he resumido.

Y el lunes era el gran día, porque Isabel nos había vendido las maravillas del centro de belleza de la china de su barrio y era el momento de descubrir en qué consistía, sin tener muy decidido qué queríamos probar.

Nos recibe una india gorda del noroeste (que antes denominamos “china” y así será a partir de ahora también, con esto sólo aclaro que no es una china de la China verdadera, pero que los indios de esa zona pasan por asiáticos estándar, no como los del sur), bajita y repintada, e Isabel nos explica el menú de posibles tratamientos de reafirmación de nuestra indudable hermosura.

Las tres y la tarta
Yo empiezo depilándome las cejas por menos de 30 céntimos de euro con un innovador método ancestral (si es que los dos adjetivos pudieran compaginarse) consistente en enrollar un hilo alrededor de los pelos y tirar. O eso creo, porque tenía los ojos cerrados y llenos de lágrimas, lo que me impidió seguir claramente el desarrollo del proceso. Diré a su favor que fue bastante rápido y que Isabel dice que en España no se hace tan bien (yo no puedo contrastar esta información, que estas cosas no las frecuento mucho, así que me dejo llevar).

De ahí pasamos a una limpieza de cara, que opinamos que puede ser bastante útil tras meses de piel contaminada por tubos de escape, polvo y otras delicias de la ciudad. Así que me pongo una especie de falda que me proporcionan a modo palabra de honor y me dejo embadurnar y tocar apaciblemente, hasta que la china me quita la telilla y pierde las fronteras del pudor. Eso ya no es muy relajante y acabo la sesión bastante poco tranquila, aunque muy limpia y olorosa, eso sí. La china de Ana, sin embargo, respeta sus vergüenzas y ella sale más contenta. Isabel se conforma con manicura y pedicura. Y la cuenta de cada una no sube de los 5 euros, así que al final la experiencia, que como todo aquí, así ha sido, no ha salido tan mal.

Continuamos nuestro plan con una sesión de rebajas, explorando toda la sección india de la planta de ropa, y Ana se hace con unas sandalias, yo con dos camisetas apropiadas para el trabajo y el verano (dos situaciones difíciles de compaginar en el país en el que no puedes enseñar el hombro pero si te haces un masaje de cara te tocan todo lo que te queda por encima del ombligo), e Isabel con artículos de pelo muy monos.

Comemos allí, en un intento de sushi que quedó en pollo agridulce, y bajamos a recorrer la planta que nos falta del centro comercial. Isabel necesita estanterías, camas y alfombras, pero acabamos llevándonos sólo una mesa rebajada negociada entre las tres, de manera que va ahora a nuestra casa y cuando nosotras nos vayamos pasará a la de Isabel. Somos mejores comerciantes que los sindhis[2].

Y de ahí a casa, con menos aventuras de las esperadas por el camino (porque trasladar una mesa de un lado a otro podría acabar en cualquier apasionante historia, pero el vigilante de la tienda la lleva hasta el rickshaw, y el del rickshaw nos la deja a la puerta, así que fue un traslado perfecto) y menos dinero del sospechado, aunque hay que señalar que a veces es casi reconfortante dejarse llevar por nuestro consumismo cultural de nacimiento, que tenemos olvidado entre el poco tiempo para rememorarlo, el poco dinero para llevarlo a cabo y el peso de conciencia de habértelo ni siquiera planteado, cuando miras a según qué zonas de la ciudad. Parece ser que, aún así, sigue ahí escondido en algún lugar de nuestro subconsciente. Y es siempre agradable compartirlo con Isabel, que nos cuida y nos quiere, y rompe nuestra dual monotonía.

Y, por lo demás, no vivimos emociones ni tenemos nada que contar. La rutina nos absorbe y el trabajo nos consume, pocas cosas nos sorprenden ya y vivimos por y para los cuatro días de vacaciones de marzo.

El resultado de la encuesta (gracias a los votantes) es el esperado. Os conozco demasiado (de no ser por los votos al inglés, uno de los cuales seguro es el materno, pero no adivino que otra cruel persona quiere que me ponga a estudiar). Pero voy a tener que defraudaros, así como este país lo hace: las clases de Bollywood nunca llegaron a empezar y la única opción viable va a ser volver a la aero-danza del vientre. Nunca se sabe, de todas formas. Os mantendré informados.


[1] Especie de puré de lentejas, típico del sur de India.
[2] Casta negociante que se dedica a comercial con todo lo que pillan, a la que pertenecen ambas jefas.


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Del karma, el destino y más.


Como si nos hubieran escuchado, o para demostrar que, en el fondo, son buena gente, las jefas nos aseguran el aumento de sueldo prometido en el contrato (aunque de momento nos han pagado lo de siempre), nos conceden un par de fines de semana libres para dentro de dos meses y a mí me quitan las clases el primer domingo de cada mes. Ante tanta amabilidad decidimos no castigar a nuestro karma, dejar de quejarnos y quedarnos a disfrutar de la India y del tiempo que planeamos pasar aquí en un principio. Yo prometo no volver a lanzar bombas informativas antes de que nada suceda, porque “todo es posible en la India” y hacer planes nunca funciona.

Esta semana despedimos con pena a Preeti, habitual paño de lágrimas y sufridora de injusticias, que huyó a Delhi con la excusa de estudiar español en el Instituto Cervantes. El sábado quedamos con los españoles en un bar rockero como yo dudaba que existieran en esta ciudad, y recuperamos el sentido de la fiesta de nuestro país, nos volvemos un poco más patriotas recordando lo bonito que era pasarlo bien y echar unas risas sin el miedo a sentir que todo el mundo quiere casarse contigo o te están juzgando o examinando. Y el domingo Isabel me regaló otro capítulo de la emocionante serie por entregas que es su vida. Con este recupero la fe en el destino y el positivismo, todo lo que pasa tiene una razón, y si el país más espiritual del mundo me hace olvidarlo, ella me lo recuerda. También me lee la mano y me informa de mi inminente muerte o de una vida extremadamente corta. Eso no me hace tanta gracia. Y el lunes salimos decididas a visitar un templo de Hare Krisna, pero nos ponemos la falda de los días de fiesta y el alumno de Ana, que es el que nos lleva, nos dice que así no se puede entrar. Nos da una vuelta por un mercado musulmán que nos traslada inmediatamente a Marruecos, pero no nos quedamos porque no hay aparcamiento (y damos gracias, porque las faldas tampoco iban a quedar bien entre tanto burka), así que acabamos en una tienda monísima extrahippi donde empezamos a gastar el sueldo recién salido del banco. Y de ahí a otro bar nuevo, porque igual templos no los conoceremos todos, pero no vamos a dejar un garito sin pisar. Allí me confirma, el alumno, lo de la línea de la vida corta. No sabemos por qué, aquí quién más quién menos sabe leer la mano.

Como ya no tenemos danza del vientre (porque han decidido que nuestra profesora china tiene que empezar otro curso y no acabar el nuestro, y nos han metido sin consultar en algo que llaman cardio belly dancing, un tipo de aerobic mezclado con movimientos de tripa que cansa terriblemente a las indias que sólo se mueven en coche pero que a nosotras no nos motiva. Ahora dudamos entre apuntarnos a salsa o a bollywood. Podéis votar a la derecha), esperamos a Rosa viendo una peli en la tele nueva que han comprado para la escuela. Pero Rosa no llega y se vuelve a España sin que la vea, no sin antes lanzar telefónicamente una buena y razonable lista de improperios racistas contra la cultura, el país y sus gentes.

Y esto me hace gracia porque no es algo que yo no haya dicho, escrito o avisado, es la conclusión a la que todos acabamos llegando, y sin que esta haya cambiado descubro que, o la tolerancia y los valores en los que tanta gente trabajó durante mi educación han vencido a mi incipiente racismo, o me he acostumbrado a ello, pero ya no me saca de mis casillas la ineficacia, la lentitud, la falta de respuestas, la ausencia de lógica o la mentira. Son parte de lo que vivo y tan asumido está que ya no resalta. Creo que empiezo a disfrutar cien por cien de la experiencia porque he eliminado el estado de nerviosismo, y ahora me dejo sorprender con cada ocurrencia.

Agradezco el sol, disfruto de las clases y aprovecho las noches. Sigo sintiéndome sola pero me conozco mejor y gano independencia. Y, sobre todo, me mantiene viva poder seguir haciendo planes. Tengo mil vuelos en mente. Y echaremos a volar. (No dudéis en avisar si os cansáis de caminar).

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