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Del incendio y más.


Como la luz se va tan a menudo, las chicas de la residencia han comprado velas. Nosotras no, porque sobrevivimos con la lucecita del móvil de la médica. Ayer, con el apagón, volvemos a reunirnos aunque esta vez no cenamos, porque Pauline (la de la pipa) ha quedado con una amiga, así que sólo seguimos nuestras reflexiones sobre culturas y religiones. Esta vez me dice que tenga cuidado con la gente porque soy blanca, y me van a intentar timar y aprovecharse de mí, y la médica le dice que no me llame white, que es un término muy despectivo. Así que cuando son racistas nos llaman así, y aprendo una cosa más.

Pauline se fue a cenar y nosotras nos quedamos jugando al Uno a la luz del móvil, y cuando volvió la de verdad cenamos y nos pusimos a ver una peli ya empezada, porque como los apagones son a las 9, nos perdemos todos los principios. Una chica de otra habitación pasó por nuestra puerta, porque iba a lavarse los dientes, y volvió diciendo algo que no entendí. La médica salió asustada y yo fui a ver qué pasaba, sospechando que habían encontrado otra rata, y vi un humo muy negro salir de la habitación de Pauline. La médica se acercó hasta la puerta. Sonaba como si alguien estuviera haciendo palomitas. Nos pidió agua y empezamos a llevar cubos, pero el humo se extendía y empezamos a llorar, y ante este panorama yo decidí salir fuera. Ellas cogieron sus cosas y salieron también, así que entré a por mi mochila de cosas básicas y a por el bolso. Y con todo esto me planté en la puerta. El humo ya había llegado hasta el salón y ellas intentaban llamar al casero pero no lo cogía. Todo esto estaba pasando en una mezcla de inglés e hindi que yo no conseguía entender muy bien.

Empezaron a llegar hombres que entraban y salían de la casa, nosotras llenábamos cubos desde fuera y se los dábamos, y la médica estaba dentro también, y salía llena de ceniza y llorosa. Las del piso de arriba también bajaron a ver qué pasaba. Llamaron a los bomberos pero no vino nadie, y al final consiguieron apagar el fuego, pero las cosas de Pauline estaban, obviamente, destrozadas, y es que resulta que se debió dejar una vela encendida encima de la televisión, con el consecuente destrozo. De hecho, nos dicen que menos mal que lo hemos visto, porque si no igual habíamos echado todas a arder…

Se crea la incertidumbre. La casa está llena de humo y nos dicen que nos esperemos una hora, así que convencemos al del bar de al lado para que deje abierto y nos dé café (a mí no) y cuando volvemos allí está el casero para decirnos que no pasa nada, que podemos dormir en la residencia porque ya está todo apagado y bien. Sólo nos quedábamos tres, porque la médico y su amiga se iban a casa de no sé quién porque tenían que ir al aeropuerto a las 4 de la mañana y las otras chicas habían conseguido amigos que las acogieran. La médica, que a estas alturas de la historia ya se ha convertido en la madre que tranquiliza a todo el mundo y en la heroína oficial de la historia, nos llevó a parte y nos dijo que ella opinaba que era bastante tóxico lo que nos estaba pasando y que no nos quedáramos, y así se lo hicimos saber al señor. No pareció gustarle mucho aquello pero no le quedó más remedio que ofrecernos alojamiento en su casa, después de comentarme, al ver mi cara, que debería estar alucinando por estas cosas que pasan en estos países, que seguro que no pasan en el mío. Y como efectivamente estaba alucinando un poco y no le conocía de nada, no le dije que era más por la situación que por lo extraño en sí, porque si en España dejas una vela encendida encima de una tele casi seguro que la lías parda también.

Así que esperamos un rato y nos lleva a su casa, que es la de al lado de la nuestra. Para empezar subimos unas escaleras de palacio de sultán y pasamos al salón, en el que entra toda nuestra residencia, y cuya pulcritud demuestra que la fauna con la que convivimos no es costumbre de la familia, a ellos no les deben gustar las cucarachas. Además tiene cuatro sofás bien grandes, por lo que deduzco que o son muchos miembros o de vez en cuando invitan a media ciudad (o a los 200 mosquitos de nuestra casa).

Y nos lleva a la habitación, que sólo tiene una cama, pero es una cama redonda en la que entramos perfectamente las tres sin tocarnos. Voy a subrayar esto: es una cama redonda gigante. Supongo que si en mi cabeza alguna vez había cruzado la posibilidad de que las camas redondas existieran fuera de las películas, no me la habría nunca imaginado con sábanas rosas con ositos, pero así era esta. El baño, sin embargo, tiene la misma ducha indefinida y tampoco tiene papel higiénico (sí ese grifo que le ponen al lado a los váteres), así que confirmo el aspecto cultural del detalle.

Dormimos y por la mañana volvemos a la residencia a ver en qué estado la encontramos. Toda negra y llena de cenizas, en absolutamente todas las habitaciones. No tocamos nada, yo me voy a trabajar sin cambiarme, y nos prometen haberla limpiado para por la tarde.
En la lista de cosas por confirmar estaba que la chica que me lleva al trabajo no me hace ni caso, y confirmado queda. No sé si es porque no me entiende, porque yo tampoco la entiendo a ella, o porque no le dejan hablar conmigo (es una especie de sirvienta, que va descalza por la escuela y que hace todo lo que le mandan, y a la que nadie habla si no es para pedirle cosas. Ella va a por mi comida y no se me permite ir ni a coger folios porque los trae ella. Pero a mí me incomoda inmensamente que lo haga todo por mí y que además no me hable, y no sé cómo evitarlo), pero le digo que se me acaba de quemar la casa y me dice “sí sí, aham”, moviendo la cabeza así como lo hacen ellos (de un lado para otro, como cuando nosotros queremos decir no sé, o regular, movimiento oreja – hombro… creo que para ellos eso significa sí.), y no sé si realmente no me ha entendido, si no me escucha, o si le importa bastante poco. ¡Y yo necesito contarle a alguien lo que me ha pasado!

Llegamos a la escuela y se lo cuento a la otra, a la que tampoco parece interesarle mucho mi apasionante historia, pero al menos la recibe, y tengo mi primera clase con tres niñas que tienen clases particulares para ponerse al nivel de los otros, y así poder seguir el curso normal. Después paso todo el día repasando exámenes para que no haya errores y corrigiendo otros. La necesidad de hablar con alguien se hace cada día más apremiante. No es que me sienta sola, porque al menos ahora tengo acceso a internet, es que me siento… ¡ignorada! Intento entablar conversaciones, más o menos estúpidas, pregunto sobre cultura, sobre comida, sobre lo que veo, sobre el tiempo, sobre cualquier cosa… y nada. Sólo pienso, y pienso, y pienso, y doy más vueltas, y ya no queda nada más en qué pensar, ¡ya está todo analizado!

Después de la escuela me llevan a MG (de Ghandi) Road. Allí más tiendas, más restaurantes, pero más orientalizado, todo. Paseamos, comemos maíz, y de vuelta a la residencia.

Las cosas sí están más limpias, pero tampoco en profundidad, así que al tocar el interruptor me lleno de ceniza otra vez, y no hay luz en el baño… y no sé cómo me voy a duchar. Les preguntaré a mis nuevas amigas con las que duermo en camas redondas, porque las otras dos hoy están de viaje. De momento he vuelto a mi habitación, he rehecho la cama, he olido un poco para ver si iba a intoxicarme esta noche, y he cerrado la ventana porque prefiero la intoxicación al ruido que me aturde enormemente, sobre todo a esta hora, y me crea un extraño estado entre ansiedad e insomnio. Además me da miedo enchufar la tele, y sólo oigo coches.

Se fue la luz otra vez. Hoy más pronto que otros días. Si me arrepiento de no haber traído algo, o de no haberlo ni siquiera pensado, es del frontal, que no sé por qué no se  me ocurrió. Veremos qué depara la noche… ¡que al final nunca es tranquila!

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De la inauguración del blog y más.


Y ayer, tras otro apagón que se convierte en reunión en la habitación, la amiga de la pipa me ofrece su puerto USB para tener internet. Me dijo que no podía estar más tiempo sin hablar con la familia, así que llamara ya… pero me conecté a Skype y no estabais ninguno. Y es que, claro, aquí es otra hora. Así que me fui a dormir más contenta, y pensando que las chicas estas son mucho más majas de lo que yo pensaba.

Por la mañana vuelvo a la escuela. Como nadie me explica nada, paso allí el tiempo leyendo, en internet, o preparando clases que no sé si voy a tener. Hoy se supone que empezaba con unas niñas que al final creo que tendré mañana, que parece ser que no tengo colegio (y me he enterado porque lo comentaban en secretaría… no a mí), y en lugar de eso doy una clase de introducción totalmente improvisada porque nadie me había comentado que la tuviera.

Pero he conocido a otra española que trabaja en un colegio al sur. Vive en Bangalore con su novio de Nepal, lejos del centro, pero está muy contenta de conocerme y de tener por fin una amiga, y no quiero decirle que en el fondo la que se moría de ganas de hablar en español era yo, porque ella está demasiado emocionada. Quedamos para comer el domingo y que me enseñe parte de la ciudad… y se me alegra el día. También porque una de las de la clase introductoria me ha dicho que su vecina de abajo es española y acaba de llegar, y que el profesor del cole de su hija está en la misma situación, y que me pasa el teléfono de los dos. Puede ser que no les conozca nunca, o puede ser que hagamos piña y creemos la comunidad Españoles en Bangalore. Nunca se sabe.

Y al volver a casa me conecto a ver cómo va lo del Skype, pero estáis muy rancios. Abro este blog, que ya tenía preparado desde hace tiempo, y al que le añadiré fotitos según vaya teniendo… (estamos en construcción) y actualizo mi facebook. La amiguita me dice que ella se va mañana y no vuelve hasta el domingo pero que me deja el USB aquí y lo use cuando me apetezca. Y Ana me escribe desde Barcelona para decirme que si necesito que me traiga chocolate.

Se ha ido la luz otra vez, así que esto es todo por hoy (quizá debí haber hecho algo con la batería de mi ordenador antes de venir…). Con una actitud más positiva, pero con ganas de salir de este sitio (y es que internet siempre fue una ventana…).

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De los apagones y más.


Ayer fue mi primer día libre, y casi prefiero que no los haya. Aunque dormí todo lo que diversas circunstancias me lo habían impedido hasta ahora, y otro corte de luz apagó incluso el ventilador, que también mete más ruido del necesario.

Así que el día fue con calma. Me enfrenté a la ducha (que deduzco sigue el sistema que yo pensaba, porque encuentro el baño encharcado muy a menudo), me vi la Torre de Suso (muchas, muchísimas gracias) y eso llevó a un bajón saludable que me tuvo expulsando penas un ratito. Luego me fui a pasear el barrio y a ver qué encontraba en otro súper (que es verdad que se encuentran muchas cosas, pero no usan espuma del pelo y hay un gran vacío de carne). A la vuelta la tele aún no funcionaba y mi compi pide pizza para cenar. Cuando llegó la pizza lo celebramos con otro apagón de luz, que unen mucho a la comunidad, porque la otra chica se vino a cenar y tuvimos una profunda conversación religiosa a la luz del móvil. Ellas dos son cristianas protestantes, una minoría en el país, que convive alejada de las pequeñas disputas entre hindúes y musulmanes, las dos grandes mayorías. En la residencia hay gente de las tres religiones y me cuentan que cuando rellenan formularios, la opción del ateísmo no existe, y el agnosticismo ni siquiera lo llegan a entender. Ellas se consideran blessed by God y, aunque no van siempre a la iglesia, sí intentan ir de vez en cuando, y leen la Biblia cuando están tristes o enfadadas, porque eso les ayuda a seguir hacia adelante. Me hablan de dioses y festividades… y vuelve la luz, y la tele ya funciona, así que cada una a su habitación, y como ya voy cogiendo confianza comento que, en la actualidad, la TV es el único dios, y ahí queda.

Hoy me levanté muuuy pronto para ir a ver el cole. Está mucho más lejos que otros sitios a los que he ido, pero por el camino voy descubriendo nuevos lugares. Umita me dice que la gente se está yendo a vivir a las afueras porque vivir en el centro cuesta como hacerlo en Europa (pero nos pagan bastante menos… ¬¬), y veo más futuro metro y mezquitas. Al llegar al colegio resulta estar cerrado, y es que parece ser que a cada empresa le dan 12 días de vacaciones al año para distribuir según su religión, y a los colegios más porque hay que tener contentas a las familias. Hoy era uno de esos días.

Volvemos a la escuela y hay un examen tipo DELE que me toca vigilar, y luego hacerme los 16 orales. Y me pregunto quién estaría haciendo esto si yo hubiera tenido colegio, pero la verdad es que tampoco tenía nada mejor que hacer.

Cuando todo acaba me llevan a un Spar, a comprar sartenes, y hay carne también, aunque en cantidades industriales, así que decido dejarlo para cuando llegue Ana (que me ha escrito para entrar en contacto y pedime consejos… y no he sabido muy bien qué decir), si es que volvemos a encontrar el súper, porque entre que me llevan a todas partes y siempre por caminos diferentes, que me dicen el nombre de los sitios como si hubiera nacido aquí (y no diferencio una calle de un tipo de comida) y que no hay mapas, vivo todo el día perdida.

He comprado zanahorias, tomates y sardinas, y me propongo rechazar la comida basura que seguro que me ofrece la médico, para recuperar una dieta que asumo que antes o después morirá y me volverán a valer esos pantalones que traje de Wellington. Pero es que sigo sin entender las costumbres alimenticias del país (aunque, dedicado a mis amigos los veges, he comprado una especie de kebab – tofu, os asombraría mi nueva vida).

Mañana más, si consigo dormir hoy.

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De paseos por la ciudad y más.


La clase hoy ha sido más aburrida. Es ese libro, que no es la fiesta, y mi inconexión que me impide buscar canciones o juegos más entretenidos. Voy a tirar de lo que ya tenía, y ya me han dicho cómo hacer fotocopias (o quién me las puede hacer, porque aquí hay rangos claramente diferenciados, y no te dejan mover un dedo. Si está la que trae el café y pone el agua, no intentes ir tú a la cocina).

A la 1 se acabó la clase y me devolvieron a la residencia, donde la médica dormitaba. Me hice unos espaguetis con los cacharros de la de la pipa de ayer, que como le conté mi problema me ofreció todas sus cosas, y me medio dormí yo también, con la tele puesta. Cuando nos despertamos la tele se había estropeado (otra vez, porque son cosas que pasan, que se vaya el cable o que corten la luz de repente) y había una especie de crisis por toda la zona. Así que la médico, para salir de ella, me dijo que si la acompañaba de compras, y fuimos en coche a una especie de droguería cercana a la que puedo ir andando, a otro supermercado (en el que tampoco encontré carne… de esta me hago vegetariana, a la fuerza) y recorrimos media ciudad para ir a una tienda de saris a que ella revolviera cielo y tierra para comprarse dos. Mientras lo hacía, yo me enamoraba de alguno de ellos y me ponía como meta no salir del país sin uno. Aunque a la vuelta, la amiga de las sartenes me ha dicho que esa tienda es súper cara, y probaré en otros sitios. Como la tienda estaba lejos nos ha dado tiempo a hablar de lo humano y lo divino. Ella es cristiana, sólo hace dos años que vive aquí porque antes vivía en Japón y tiene un trabajo que la obliga a viajar cada muy poco tiempo, cosa que le encanta porque además lo paga la empresa, y aspira a conseguir cambiar de país de residencia porque no quiere estar más en la India, pero sus padres quieren que se case, y eso… siempre es difícil. Aunque supongo que pertenece a una nueva generación de chicas que no se casan porque se lo digan sus padres, pero siempre queda algo ahí. Es una generación que viste con saris modernos, con vaqueros y a veces camisetas, que trabajan y no quieren quedarse en casa haciendo lo mismo que hicieron sus padres. En el fondo se ve el cambio y la actitud emergente, el deseo de salir y no depender de padre o marido (porque incluso en los formularios tienes que rellenar eso: padre o marido, sin importar si estás soltera o lo vas a estar siempre, o si tu padre vive tan lejos que ellos difícilmente podrán ir a preguntarle algo).

Hacemos una parada en el camino para probar agua de coco, que a ella le encanta y a mí me gusta también, aunque luego comer el coco en sí es un poco asqueroso porque tiene un tacto como a chipirón, que no deja de ser extraño para una fruta. Esto lo tenéis que probar (los que vengáis a verme). Aunque no sé si sabré pedirlo porque me ha dicho que los vendedores de coco no hablan inglés. Y es que aquí la mayoría de la gente lo habla, pero sólo si han pasado por el colegio. El resto se comunica en hindi, que es común para todos, y luego en la lengua del estado, que en este caso es el kannada, pero como viajan tanto no siempre hablan kannada entre ellos porque no todos son de aquí, y tampoco necesariamente hindi. Así que les oigo cambiar de idioma y mezclarlo mientras yo todavía estoy asimilando si estoy entendiendo o no lo que me dicen.

Volvemos a casa y la tele sigue rota, así que vemos una película en su portátil mientras cenamos y… poco  más. Poco más hay que hacer en general aquí. Y mañana no sé qué voy a hacer con un día entero por delante totalmente sola… qué ganas, qué ganas de que venga Ana, de estar en mi casa, de tener internet, de saber moverme, de perder el miedo, de… ¿vivir? Intento ser positiva y no ahogarme en esta habitación, pero no está siendo fácil. Sí lo es fuera, pero se hace terrible aquí dentro.

Mañana es lunes, o domingo. 

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Del primer sábado y más.


Sin el galaô portugués de los sábados por la mañana no soy persona. Aún así, allá vamos, y unos juegos de precalentamiento siempre animan, cosa que no hace el libro este que seguimos, porque ellos están más interesados en la cultura española que yo llevo que en los museos del mundo, así que hablamos, comentamos, y la clase resulta bastante bien. Una, al final, incluso me dice que se lo ha pasado muy bien, y ante mi capacidad de pronunciar y recordar sus nombres me los traducen, y les llamo Ojos de Estrella, Éxito, Pavo Real o Seda. Al final lo que le da sentido a cualquier estancia es el trabajo, porque los alumnos siempre acaban por ser majos, querer estar donde están y ayudarte a integrarte.

Hoy la jefa me ha dado el horario y confirmado mi trabajo los sábados y domingos, dejando libre el lunes. Voy a dar clase en un colegio, a los niños de 14, 15 y 16 años, de nuevo. Empiezo el martes.

Y luego me ha dicho que tenía toda la tarde libre para salir a donde quisiera, así que le he comentado que me da un poco de miedete salir a mí sola por ahí sin saber a dónde y sin saber cómo volver. Me ha repetido que la ciudad es muy segura y que no tenga miedo, que aquí la gente es muy tolerante. Y es verdad. En una ciudad de 9 millones de habitantes conviven a la vez religiones, culturas, formas de vestir, de vivir, trabajos, ricos y pobres, colores de piel y lenguas, sin que importe qué hace cada uno. Mientras que nosotros, que hemos vendido nuestra alma a la globalización y la moda, no queremos sentirnos diferentes o rechazamos al que lo es. Y el término más difícil de explicar a la clase es marginación, porque aunque pueden intuir lo que es, no alcanzan a entenderlo en su terrible realidad. Y cuánto nos queda por aprender…

La coordinadora del centro, maja pero no muy habladora, me llevó a la calle principal de las compras, una especie de mezcla entre el zoco más grande que haya visto y Oxford Street, donde encontramos tiendas llenas de saris de colores o sandalias, al lado de Levi’s o Benetton. Tiendas de dulces típicos junto a McDonalds (con su selección de pollo, hamburguesas para vegetarianos y pescado, porque las grandes multinacionales tampoco dan vaca o cerdo) y el KFC. Pero todo coexiste con naturalidad y la gente pasea porque es sábado por la tarde y el fin de semana trae esa tranquilidad. Aekta me dice que la próxima vez me lleva a otra de las calles importantes (que ahora está destrozada por las obras del metro, que les dijeron la última vez que retrasaron la apertura que inaugurarían en septiembre, pero no tiene pinta) y a lo mejor el próximo sábado a ver una peli de Bollywood. Si cuento el tiempo así pasa más rápido, aunque llevo sólo 4 días aquí y parece que llevo meses, y la llegada de la otra profe o la mudanza a la casa (el 13, han dicho) parecen estar todavía muy lejos. No puedo medir el tiempo con el reloj o calendarios, creo que pasa en momentos y vivencias, lo estoy midiendo con palabras.

No quería cenar en la residencia porque ayer las chicas me riñeron por cocinar con sus cosas, porque yo no sabía que cada uno tenía sus platos, y la próxima vez que vaya a la cocina será armada con sartén propia. La médica me dijo que en la cafetería de al lado daban comida e iba a probar, pero ella llegó y me dijo que se iba a acercar con el coche a coger algo y que si iba con ella, así que me enseñó el camino a la zona más cercana de restaurantes y tiendas (que no sé por qué nadie me había enseñado antes) y me dio más o menos las pautas para no perderme. Cogimos comida en Subway (ya sé, ya sé, eso no es nada indio, pero las cosas que conocemos allí aquí también se vuelven diferentes, así que en cierto modo… todo lo que hago es indio) y volvimos a casa. Era sábado, así que todo el mundo estaba danzando por la residencia, y la amiguita de la médica con otra chica amiga suya vinieron a nuestra habitación, trajeron pipa y cervezas (que yo no bebí porque no sé si me estoy haciendo rancia o demasiado responsable…) y jugamos a Uno con Harry Potter de fondo. No creo que Uno cuente como parte de la cultura india, pero ellas sí, así que podéis estar contentos con mis avances.

Y esto es lo máximo que conseguí el primer sábado noche… de un montón que van a parecer viernes de los de antes.

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Del registro y más.


El Cola Cao sabía raro. Creo que probaré otra marca, pero no tengo muy claro lo que es Cola Cao y lo que no…

Esta mañana seguimos con el papeleo y me entró en pánico, porque Preeti no puede entrar conmigo en la oficina de extranjeros y me dejó allí con una dirección escrita en un papel para dársela a uno de esos triciclos amarillos a la salida, y allí estaba yo sola con un montón de papeles, un número, y rodeada de gente desubicada por hablar el inglés normal que aquí es poco más que una lengua muerta, o asesinada y reinventada en un dialecto propio que manejan sorprendidos de que nadie les entienda.

Así que me siento frente a un mostrador en el que los números no pasan, y a la media hora me acerco a preguntar y me dicen que me siente y me espere, y nada más hacerlo empiezan a pasar los números, cosa que al parecer se les estaba olvidando hacer… no porque estuvieran ocupados en nada más, si no porque les debía parecer normal ver a un montón de gente sentada frente a ellos con cara de desconcierto. Si alguna vez me he quejado de los funcionarios de las instituciones públicas españolas y portuguesas, he de retractarme y decir que su amargura es casi entrañable comparada con la de esta gente.
Después de mirar por encima mis papeles me mandan al piso de arriba o a otra dimensión, en la que unos 100 guiris miran desesperados una pantalla en la que sí pasan los números pero nadie sabe exactamente qué hacer cuando aparece el suyo. Me siento, observo a cada uno de los participantes, me medio duermo, me preparo la clase, intento ver dónde va la gente cuando la llaman, y cuando sale mi número me acerco a un mostrador: “no, aquí no es, ve a ese de ahí”, hay cola, “pasa, pasa, yo no estoy esperando”, paso, “no, ahora sí quiero”, se pone delante de mí y no me quejo porque, total, ya, qué más da, pero a él le parece mal y ya me explica que estaba esperando un fax pero que ya se lo han mandado (está muy contento con el sistema, también), y que de dónde soy, y que qué hago aquí. Le cuento sobre mi nacionalidad y trabajo y él me dice que es americano y médico en un hospital para gente sin dinero en el que investiga y vigila que las cosas no estén infectadas, para que no haya problemas después de las operaciones, cosa que al parecer le pasó a su padre. Me dice también que estuvo en la India dos años antes en un colegio como a una hora de aquí y que si he trabajado alguna vez con niños, porque está seguro de que a estos les encantaría tener una clase de español de vez en cuando… ¡¡Yeeeahh!! Me debió cambiar la cara. ¡¡Me apunto, por supuesto!! Llega mi turno en la cola. Él me ve apurada y me escribe su teléfono y su email en un papel para que me ponga en contacto con él cuando sea, le informo de que no tengo ni teléfono ni internet, me dice que no pasa nada, que también va a estar aquí todo el año. Me toca enfrentarme al papeleo, dejo allí todo lo que tengo, pero ya me ha cambiado la actitud. Sí, puede ser una experiencia dura y cambiarme la vida para siempre, ¡pero no voy a desaprovechar una oportunidad así!

“Los papeles, bien, ahora ve a ese otro mostrador”. Cola. Bien. Mostrador número 4. Ya me toca. “No, ahora no, hora de comer”, y cuando me doy la vuelta han desaparecido las 100 personas y solo quedamos el americano, al que le han dicho que aunque todo el mundo se pueda ir a comer, si él lo hace perderá el turno, y yo. Bajo, compro un par de Coca Colas (que me cuestan los mismo que dos manzanas o un viaje en triciclo… no entiendo el dinero) y echamos la hora contándonos la vida. Vuelven las 100 personas, me toca otra vez, y ¡bieeen! ¡Acabé! Así da gusto, ¡sólo 4 horas para ser legal! Aunque he de decir a su favor que es un detalle que esté todo en el mismo edificio, y no te tengan dando vueltas por la ciudad.

Salgo de allí, me monto en el triciclo y me da otra vuelta por la ciudad. Me va quedando más clara la estructura, y cuando él se pierde yo me voy localizando y voy conociendo el barrio, en el que supuestamente no voy a estar más de 15 días. De ahí a la escuela, para descubrir que el verdadero riesgo de esta ciudad es cruzar andando las calles, porque espacio para peatones… no hay. Me conecto de ilegal, y el acceso a internet es siempre una salida al mundo real, una manera de redescubrir que el nudo que siento es por echaros tantísimo de menos, por sentirme tan sola a este lado de la red, un poco abandonada a mi suerte, porque otras veces encontré desde el principio alguien con quien compartir experiencias y ahora no tengo más que este cuaderno y los ratos que robo en facebook, y no quiero vivirlo sola, y no sé si realmente estáis al otro lado… Y me planteo si el año merece la pena o la experiencia habrá dado de sí en 6 meses, o dónde poner la meta… Es esta habitación, que me sofoca y me encierra, y el miedo a salir sola, que en algún momento espero vencer.
Mañana ¡primera clase!

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De los contrastes y más.


Las noches son difíciles. Hay muchas razones, pero creo que la principal es que este sitio es bastante deprimente y me pongo triste, os echo de menos, me pregunto qué hago aquí, sola… creo que ordené mal mis prioridades.

Por las mañanas todo va mejor, aunque hoy hemos recorrido la ciudad durante 3 horas sin conseguir nada. Hemos llegado hasta la oficina donde se registran los extranjeros y Preeti me ha hecho un bonito discurso sobre la inutilidad y ganas de complicarle la vida a la gente de todos los policías indios. La próxima vez que comente el tema le digo que acampe, aunque ella tiene unos 200 motivos más por los que hacerlo. Las quejas no han servido para nada y no la han dejado entrar conmigo y yo sólo he atravesado el umbral. Mañana intentamos otra vez, pero es reconfortante encontrar un sitio con tanto extranjero, ninguno de ellos europeo, pero todos extraños en la tierra, al fin y al cabo…
En el viaje de hoy he encontrado todos los contrastes que hasta ahora no había visto. Salimos de las calles sin asfalto llenas de gente y con basura a los lados para entrar en una zona de grandes edificios entre los que se encontraban los bancos y grandes multinacionales conocidas, como BMW, Amazon o Glaxo (dedicado con cariño a mis amigas farmacéuticas). Menos motos y más cochazos, pero el mismo sistema de conducción por pitido. Conducción que se guía por intuición, porque si el semáforo está en verde pero pasan coches, no se avanza, y si está en rojo y no pasa nadie, allá van. De ahí que lo de los pitidos cobre más sentido y pueda salvar vidas, pero el estrés sigue estando. La jornada en moto que ayer pareció entretenida, hoy ha resultado cansina, y ya reconozco alguna calle cuando paso por ella (no sé ni cómo hemos llegado hasta allí, ni como salimos, pero reconocer, reconozco).

Me ha picado un bicho que conseguí matar y a veces se me hincha. Debí guardarlo para analizarlo, porque ahora recuerdo que no me vacuné contra la malaria y entra la hipocondría y me acuerdo de la que me dijo que hiciera lo que hicieran aquí, sin saber ella que aquí no hacen nada.

El caso es que Preeti, cansada de llevarme a todas partes, se tomó el día libre y otra chica me acompañó hasta la escuela en uno de esos triciclos amarillos a motor, donde chupé más polución que metida en una chimenea, y luego me preparé la clase, le eché un vistazo a los deberes de mis próximos alumnos y me conecté a internet con una legalidad dudosa. También creo que si tuviera internet las cosas serían diferentes… ¡no puedo esperar a mudarme! Paciencia…

Hoy la médica psicópata no duerme aquí y he comprado galletas de chocolate y Cola Cao en el super, así que creo que pasaré la noche con alguna peli estúpida y dormiré, que el sueño desgasta mis neuronas y mi ánimo, y eso me estropea el karma.

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De viajes en moto y más.


Los coches me despertaron antes de lo esperado y deseado, aunque igual es porque llevaba dormidas 10 horas (que luego resultó que no, porque también me eché una típica siesta improvisada), así que decidí, hoy con más lucidez, enfrentarme a algo que me tiene un poco preocupada: la ducha. En el baño hay algo perfectamente asociable a una ducha estándar, pero carece de sumidero, plato, o, por supuesto, cortinas. Encontré un agujero apartado en una esquina lejana por el que supuse se iría el agua y procedí a ducharme cerrando muchas veces el grifo y enjabonando poco, aunque nada de esto evitó el pantano en el baño. Recogí y salí, y como nadie me ha dicho nada, todavía no sé si esto es lo normal o cómo lo hace el resto.

Me vino a buscar otra chica diferente, la que da clases a los niños pero no se atreve a hablar español y además va a ser mi alumna, y me dice que como la escuela central (que es otra diferente a la de ayer) está lejos, vamos a ir en moto (ya he explicado lo de la búsqueda de hueco, son obvias las ventajas de las motos frente a los coches).

Toda una experiencia, claro. Hoy ha salido el sol y el viento en la cara me ha refrescado (más que la ducha esa…). La gente se mueve muchísimo en esta ciudad y están siempre en la calle. Bueno, supongo que no todos, pero la cantidad de personas jugándose la vida por las carreteras en increíble. La velocidad hace que los olores se mezclen tan rápido que no me da tiempo a asimilarlos, y los carteles se dividen entre marcas conocidas o desconocidas. Al principio me fijaba en cosas que podían ser útiles, pero perdió sentido cuando comprendí la magnitud de la ciudad y la complejidad de volver a encontrar nada, porque la gente insiste en ofrecerme comida pero a nadie se le ha ocurrido darme un mapa. Y es que esto es gigante, y dudo que vaya a poder salir alguna vez sola de casa.
En la escuela centrar conozco a Sandy, que se pone a prepararme papeles, y allí está Umita otra vez, que me habla sobre mi primera clase, que será el sábado. Porque sí, amigos, aquí doy clases sábados y domingos, id adivinando cuál será el requisito indispensable para mi próximo trabajo.

Las escuelas son pequeñitas pero tienen material y cocinas, y hay buen ambiente.

Después de esto, Preeti, la de la moto, me devuelve a casa, pero antes tomamos una especie de pan relleno de patatas que había que untar en unas salsas, según ella no picantes, del que no sabría qué decir. Estaba rico (aunque evité una de las salsas, especialmente ardiente) y me preparó para un destino inevitable: el picante entra en mi vida (y, bueno, así disimularé los sabores de otras cosas que no voy a poder evitar). A destacar: no usan cubiertos. Ellos lo llevan muy bien pero a mí la salsa picante me llegaba hasta el codo, y hay que añadir al kit de supervivencia diaria un bote de jabón en seco que sacaré de algún sitio.

En la residencia me quedé dormida otra vez y me desperté para volver a la escuela, a coger libros y observar la clase de Preeti con los niños, que me dio ganas de volver a las aulas y, en cierto modo, a los niños también. Volví a ver el piso al que me muero de ganas de mudarme y me enseñaron el ático-terraza que me habían ocultado y en el que Preeti aseguro que se come, cena y fuma de maravilla… y yo sólo puedo esperar que Ana sea una persona entregada por la causa para que podamos sacarle el partido que se merece.
Mi compi de habitación me presenta a una amiguita y me invitan a ir de excursión a la montaña (“no lleves nada porque los monos te lo quitan”) el sábado por la mañana, y ante mi negativa me comentan que nadie trabaja mucho aquí, y que si pongo una buena excusa o recurro al sentimentalismo me dejarán ir. No voy a hacerlo, pero nunca está de más saberlo.

Voy a cenar la pizza que me quedó de ayer y ver si alguien sabe arreglar teles.

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De la llegada y más.


Y aterrizo en Bangalore. Soy la primera en coger la maleta, el de la frontera me hace varias preguntas que no sé contestar (y tengo miedo de que me retengan allí, pero parece ser que no importaban mucho), cambio dinero (me hago rica, con muchos ceros), y salgo a ver quién me espera. Me monto en un coche decorado con abejas y el hombre me habla en hindi o en un inglés cifrado que él entiende por normal. Como no me entero me deja de hablar, y miro por la ventana, a ver qué descubro… y desde entonces no he parado de hacerlo. Los coches son ingleses pero no pondría la mano en el fuego para asegurar que conducen por la izquierda (que luego, a grandes rasgos, parece ser que sí), creo que el tráfico se basa en la supervivencia y la búsqueda de un hueco similar al de tu vehículo, con la consiguiente lucha por mantenerlo si lo encuentras. Las líneas en el suelo son anecdóticas, los semáforos prácticamente inexistentes y la contaminación básicamente acústica, porque pitan todo el rato. Llegué a pensar que era para manifestar su existencia y, a falta de otras normas de circulación, evitar así accidentes, pero ya no lo aseguro. Las afueras están en construcción y la ciudad en parte también. Los edificios viejos y derruidos se mezclan con los nuevos y los andamios de los que lo serán, y me pregunto si no sería más fácil reconstruir los primeros. Y entre tanta inestabilidad arquitectónica se alzan intactos los templos hindúes, de colores fuertes y alegres con sus elefantes y otros animales presidiéndolos, alternados con mezquitas e iglesias más majestuosas pero menos entrañables, a mi parecer.

Ante mi incapacidad de reacción (cansada y descolocada, por el espacio-tiempo) me dejan, explicándome poco, en una residencia con la promesa de volver a las 4. Duermo por las ganas, no porque la caravana de cláxones me lo facilite, y  me levanto a la hora acordada para que me lleven a la escuela. Allí me ven la cara y deciden no darme muchos detalles porque estaba bastante claro que no me encontraba en un estado normal. Me dicen, eso sí, que voy a tener otra compañera española (Ana, como no podía ser de otra manera), que llega el 5 de octubre porque ha tenido problemas con el visado (y a mí que casi se me atragantan las vacunas… de haberlo sabido…) y que cuando esté aquí nos mudamos al último piso de la escuela, que me enseñan y consta de salón con ventanal, dos habitaciones grandes con sendos baños y cocina, y es blanquito y luminoso. En esos momentos estaba aún lo suficientemente empanada como para mencionar que podría mudarme ya, pero se me debió notar en la mirada porque Umita me aclara que todavía no está acabado y que vaya pensando en quedarme en la residencia dos semanas más. La residencia es un lugar oscuro con bichos donde comparto habitación con una india médico que hace experimentos con personas… y no quiero estar aquí. El cansancio y la tristeza se mezclan y tengo claro que no se cumplirá un año de estancia. Lo que veo en las calles me da pena o no lo entiendo, el sonido me aturde y veo difícil conocer gente con la que explorar la ciudad.

Me llevan de vuelta a la residencia, previa parada en Pizza Hut, advirtiendo que no me será fácil digerir nada indio, y me encierro a comer y ver la peli de turno en la tele.

Mañana he quedado a las 10.

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Del viaje y más.


Ya había hecho esto otras veces y nunca había dolido tanto. Quizá porque me sentí más sola que nunca durante la preparación (lo que debería haber ayudado a decir adiós, pero no lo hizo), o quizá porque no poner fecha de vuelta da miedo y crea la sensación de lanzarte al vacío…

El aeropuerto fue triste, desde el principio hasta el final, y las cosas empezaron a cambiar en el avión, donde un chino se había sentado en mi sitio por lo que deduje que claramente me estaba dejando la ventana para mí, aunque luego se pasó todo el viaje interponiéndose en mi espacio vital para mirar por ella, intercalando esto con conversaciones con otros chinos que venían a verle, y canturreando por lo bajo pero bastante alto. Yo intentaba, mientras, obviarlo, viendo películas, lo que no fue siempre fácil, pero añadí a mi cultura cinematográfica una ñoñada predecible, Super 8 (aunque me dormí el final), y Río.

La escala no fue tan difícil como esperaba. Fue la última vez que encontré wifi y avancé Paula. Y comencé a ser consciente de todo lo que iba a pasar, y la tristeza se fue sustituyendo por curiosidad: la gente tan diferente del avión, parejas de indios que hablan en lengua rara pero se comunican con sus hijos en inglés, la señora de al lado que me despierta preocupada cada vez que pasan comida…

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