Ya
había hecho esto otras veces y nunca había dolido tanto. Quizá porque me sentí
más sola que nunca durante la preparación (lo que debería haber ayudado a decir
adiós, pero no lo hizo), o quizá porque no poner fecha de vuelta da miedo y
crea la sensación de lanzarte al vacío…
El
aeropuerto fue triste, desde el principio hasta el final, y las cosas empezaron
a cambiar en el avión, donde un chino se había sentado en mi sitio por lo que
deduje que claramente me estaba dejando la ventana para mí, aunque luego se
pasó todo el viaje interponiéndose en mi espacio vital para mirar por ella,
intercalando esto con conversaciones con otros chinos que venían a verle, y
canturreando por lo bajo pero bastante alto. Yo intentaba, mientras, obviarlo,
viendo películas, lo que no fue siempre fácil, pero añadí a mi cultura
cinematográfica una ñoñada predecible, Super
8 (aunque me dormí el final), y Río.
La
escala no fue tan difícil como esperaba. Fue la última vez que encontré wifi y
avancé Paula. Y comencé a ser
consciente de todo lo que iba a pasar, y la tristeza se fue sustituyendo por
curiosidad: la gente tan diferente del avión, parejas de indios que hablan en
lengua rara pero se comunican con sus hijos en inglés, la señora de al lado que
me despierta preocupada cada vez que pasan comida…
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