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De Ayutthaya y más

Dicen que una de las ciudades más bonitas de Tailandia es Ayutthaya. Antes era la capital, pero luego se cambió a Bangkok. No está muy lejos, digamos que a unos 80 kilómetros. No estoy cien por cien segura y los blogs dan informaciones diferentes, así que no sé.

Si me animé a ir ayer y no cualquier otro día fue porque la hermana del último lector en llegar está aquí aburrida e iba a ir sola, y me parece muy feo que la gente, la conozca o no, vaya sola a los sitios, así que le dije al chaval que nos pusiera en contacto y me fui con ella. Y porque igual hubiera tenido que ir sola yo también otro día, y así matábamos dos pájaros de un tiro.

Lo que sí decían los blogs es que puedes ir en tren, bus o furgoneta. Así que decidimos decantarnos por lo último, que es un euro más caro que el bus (pero un euro y medio en total). Quedamos a las 9 para llegar allí a una hora decente. La furgoneta fue fácil de encontrar, en una de las zonas que más furgonetas tiene para ir a cualquier lado. Un hervidero de conductores y turistas, sorprendentemente organizados. Pagamos, nos dieron un numerito y esperamos. Al rato un hombre nos informó de que era nuestro turno, le seguimos, y nos sentamos en una cómoda y acondicionada furgoneta, camino al norte, con cinco guiris más y cinco tailandesas.

Rueda pinchada y mecanismo de señalización
En el viaje nos pusimos al día de las respectivas y desconocidas vidas, y luego observamos el panorama. Carmen se quedó un poco sobada, y yo miraba por la ventana, boom, clack, clack, clack. Nos desviamos hacia un lado. Paramos. Hemos pinchado.  El hombre inmediatamente llama por teléfono y se baja de la furgoneta, en la que los ocupantes nos miramos desconcertados. Y empezamos a hablar, que esto es muy bueno para hacer amigos. Con nosotras van una pareja de españoles, unos franceses y una rubia (no sé de dónde, ese es el mejor dato que puedo dar) a parte de las tailandesas que no hablan inglés. Como además nadie sabe decir pinchar en ningún otro idioma que el nativo, desvariamos sobre lo que está pasando y va a pasar, hasta que los fumadores toman la iniciativa y deciden salir a la autopista, en medio de la cual estamos parados mientras camiones de tamaño exagerado nos pasan a velocidad extrema que hace que se mueva nuestro estropeado vehículo. Bajamos todos, fumadores o no, a ver qué se cuece. La rueda estaba reventadísima y nuestro conductor había señalado el incidente colocando un taburete de plástico verde en el que el señor del chiringuito (o mesa con un toldo) que estaba allí se sentaba. Total, si no llevamos rueda de repuesto, para qué vamos a llevar triángulos reflectantes. En ese momento los dos observaban nuestra rueda porque, obviamente, al no tener la de recambio no había nada más que hacer. Pero no cunda el pánico, echamos unas fotos y unas risas, y al rato llegó otro hombre con otra furgoneta y otra rueda. Nos hicieron trasladarnos a  la nueva y ellos se quedaron mirando qué podían hacer, hasta que el nuevo conductor dejó al antiguo a su suerte y nos llevó a nosotros a nuestro destino.

Nuestro tuk tuk
Habíamos leído que hay tres maneras de visitar los templos de Ayutthaya: en bici por 40 baths, en coche privado por… más baths, y en tuk tuk, por hora. Llegamos a cualquier lugar del pueblo sin tener ni idea de dónde estábamos, y lo único que había eran tuk tuks. Cuando les preguntamos por las bicis nos dicen que, obviamente, es lo peor para un día, es mejor utilizar sus servicios. Y cuando nos hicimos con un mapa y les pedimos que nos sitúen, no saben hacerlo, porque en este país los mapas son un extraño desconocido. Así que venga, nos animamos a alquilar el tuk tuk, que nos dice que por tres o cuatro horas nos cobra 600 baths por persona. Como nuestros nuevos amigos catalanes están bien perdidos también, se nos unen a la aventura y conseguimos tener el cacharro el día entero por 350 cada uno. Viva el regateo, para que luego digan que no es divertido.

Nuestro conductor sabe dónde llevarnos y nos da vueltas por todos los templos importantes de la ciudad. No voy a comentaros todos ellos porque no tienen mucha diferencia unos de otros. Son grandes moles de ladrillo, impresionantemente colocados, algunos de altura impactante, que tienes que estar ahí para ver. Dentro tienen figuras de budas destrozadas (es una ciudad en ruinas) que los birmanos decapitaron, porque eso hacían los birmanos, decapitar budas, así que forma todo un espectáculo desolador y siniestro, con líneas eternas de figuras de buda sin cabeza. También hay a veces grandes budas tumbados (no tan grandes como el dorado de Bangkok, pero de un buen tamaño), y encontramos también la famosa cabeza de un buda metida entre las ramas de un árbol, atractivo turístico que tenía su propia cola de turistas con cámara. Os pongo fotos representativas de todo ello.






La cabeza del árbol







Budas decapitados


Y, al ver entre viaje y viaje que nos quedábamos impactados por los elefantes por la carretera (es el medio de transporte que no mencionaban las guías, pero que ahí estaba) también nos llevó a ver el parking de animalitos. Bien enseñados, los grandes transportan guiris viejos de acá para allá, y los jóvenes se sientan de una manera muy graciosa para que el turista de turno que se deja allí los dineros se ponga encima de su patita y se saque la foto. Tal es el adiestramiento que cuando tú sacas tu cámara, el animal hace el amago, hasta que ve que el domador no ha recibido el dinero y no está interesado en ti, que entonces se vuelve a levantar y se acerca para ver si tienes algo que ofrecerle (un nabo o una patata).

Terminado el agotador recorrido, tostados y culturizados, con el sol poniéndose tras los picos de los templos, nos devuelve sanos y salvos a otra furgoneta de vuelta, que esta vez no pincha pero pilla todo el atasco de las seis en Bangkok.


Una aventura más, y una escapada fuera de la gran ciudad, que siempre se agradece.

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De Loy Krathong y más

Loy Krathong es una celebración que tiene lugar la noche de luna llena de noviembre. La teoría es más técnica: la decimosegunda luna después de que Buda blablabla, pero vamos, que es cuando es luna llena y es noviembre. Es curioso cómo todas las celebraciones aquí van estrictamente ligadas a los estados de la luna. Lo hace más bonito, más regular que guiarnos por un calendario que nosotros hemos inventado. Y más fácil de llevar, solo tienes que mirar al cielo. Y contar después de que naciera Buda, quince lunas menguantes y a la quinta que las estrellas se alinean con… bueno, algo así debe ser.

Nos habían comentado que había celebración y que iba a ser en el río. El Chao Phraya corta la ciudad entera, y yo no sé cuántos kilómetros atravesarán Bangkok. Como para ponerte a buscar dónde está el jaleo. Así que, aunque debe haber jaleo en cualquier lugar donde haya agua, este día, nos dieron las indicaciones de uno de los lugares más famosos.

Vistas desde el barquito
Cogimos el skytrain hasta el río y de ahí un barco para turistas, porque la cantidad de gente que se agolpaba en una fila que solo se mantenía hasta que el barco bus aparecía a lo lejos era inmensa, y hacía que mereciera la pena pagar los 50 céntimos de más que cuesta ir sin pegarse con nadie y sin un posible peligro de hundimiento (porque no hay límite de personas, en los barcos. El límite es que uno se caiga al río, ese no entraba).
El paseo por el río al atardecer es precioso, la luz es cálida y se iluminan todos los templos y hoteles de las orillas. No sé si sería solo ese día, hay que volver a comprobarlo.

Nuestra parada era la última, y con nosotros, obviamente, se bajaban todas las personas del barco. Seguimos indicaciones hasta llegar a la torre blanca donde había un parque en el que se desarrollaba toda la festividad.

Nuestro barquito
Consiste, el Loy Prathong, en un homenaje a la diosa de las aguas, así que cada uno debe hacerse con un barquito pequeño con una vela y unos palitos de incienso, y dejarlo en la corriente del río, para que se lleve con él todas las maldades y fechorías (en el budismo no existe lo de los pecados) que has cometido durante el año, y puedas empezar una nueva vida sano y feliz. Digo yo que esto es muy fácil, tú echas la cosita esa cada noviembre, y luego tienes todo el año para liarla parda. Pero oye, mejor y más bonito que rezar no sé cuántos padrenuestrosavemarías es.





La máxima laguna que se me ocurría a mí, que ya desarrollé, creo, en mi viaje por la India (donde tenían costumbres muy parecidas a estas, por cierto, por más que se empeñen los budistas en decir que ellos no tienen nada que ver con el hinduismo y que jamás salieron de allí), es a dónde va tanto barquito por el río, porque no sé yo qué tal le sentará a la señora diosa que le manchen las aguas con tanta basura. Y obviamente di en el clavo. Al parecer al día siguiente se recogen los barquitos, pero no deja eso de ser contaminante y no hay nadie que se crea que absolutamente todos son recuperados. Para ello, los tailandeses, que no quieren enfadar a sus alabados, han creado barquitos de pan. Así que el devoto puede elegir en qué formato manda sus pecados corriente abajo, si en la contaminante o en la que ayuda al bien de la naturaleza. Nosotros elegimos pan, por supuesto, y decidimos echar los pecados de los tres que íbamos en un solo barquito, para ser aún menos malignos si cabe (la otra opción hubiera sido no participar de la historia, pero a ver quién es el listo que se arriesga a ir acumulando mal karma todo el año).

Barquitos bien

Barquitos mal



Luces en el agua y el cielo
Una vez hecho esto, que era a lo que veníamos, nos dispusimos a seguir la tradición tailandesa, no de este día, si no de su vida habitual, que es comer como si no hubiera mañana. Así que para la ocasión habían preparado millones de puestos de absolutamente todas las comidas imaginables en el parque. No son gente de restaurante, en este país, a ellos les gusta poder elegir entre muchas variedades, si es posible elegir varios manjares, además, y comérselo en la calle al fresco aire libre. No pudimos hacer menos que eso, así que nos cogimos unas viandas (entre ellas una cosa grasosísima que se correspondía poco con la dieta tai, pero bastante rica, a decir verdad) y dimos cuenta de ellas en el parquecillo, rodeados de velas, luces en el cielo (porque también lanzan lámparas al aire, pero debe ser algo que se hace más en el norte que aquí) y música de Muay Thai (que es el boxeo tailandés, y nosotros no sabíamos que había una música especial para eso, pero contábamos con un autóctono en nuestras filas, esa noche).


Mucha comida
Comida con toda la grasa

Una vez hecho todo esto, nos volvimos a casa por una calle abarrotada de bares y buena música, que al parecer el barrio en cuestión es por donde salen los hipsters de la capital. Habrá que ir otro día a hacer cuestiones menos espirituales y empezar a ensuciar un poco el alma, que tanta limpieza no puede ser buena.

Este no lo tiraban al agua

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De visitas, turismo, templos, playas y más

Hay muchas maneras de ser turista, y acostumbrada una como lo está al mochilerismo puro y duro, la vida cómoda y de élite le sorprende en cada ocasión. Y llegó Untzi, y me dejé sorprender.

No os cuento mucho de lo que se ve y hace aquí porque ya estuve, y no me parece nuevo, pero es muy injusto, así que vamos a empezar desde el principio, como si nunca hubiera hecho las cosas antes. Y comienzo a través de los ojos de las visitas.

Estuvieron tres semanas en Tailandia, pero solo una en Bangkok, que dio para mucho. Como yo trabajaba, dejaba a Untzi con su madre el turismo de día, y me unía a ellas por las noches. Empezamos en Kao San Road.

Curry y Pad Tai en Kao San
Kao San Road es el centro guiri por excelencia. Son dos calles a las que sólo se puede llegar en taxi o en tuk tuk (si eres fan del dinero, la contaminación y las emociones fuertes), y están llenas de tiendas que piden regateo a voces (pantalones, lámparas, pendientes, lo que quiera oiga), puestos callejeros de comida, puestos callejeros de bichos que se consideran comida (no nos demos a engaño, esto solo pasa en esta calle y solo es para extranjeros, los tailandeses no están tan tontos, con la comida rica que tienen, como para ponerse a comer escorpiones), bares de cerveceo barato y discotecas para una vez avanzada la noche tener un sitio donde echarse unos bailes. Otra característica peculiar del lugar es que no hay un solo autóctono que esté allí por algo que no sea trabajo, y que cuando intentas volver a casa el taxi te va a clavar sí o sí. Por blanco, te lo mereces. Parece mal, pero no, es un sitio muy divertido, con buen ambiente y tranquilo. Os llevo a todos cuando vengáis a verme.

Chatuchak
El domingo hay que madrugar, pero no vamos a misa, vamos a Chatuchak. Un mercado situado en un parque enorme a las afueras de la ciudad, muy cerca de mi casa. Las peculiaridades vienen a ser las mismas que las de la calle anterior: mucho regateo, mucha ropa, mucha joya, pero además, todo lo que te puedas imaginar. No sé qué podéis imaginar que se puede vender, pero ahí lo tienen, y lo tienes que regatear. En un día bueno puedes salir con diez bolsas y no haber gastado más de veinte euros. Os desafío. Allí Untzi se hizo con un par de bolsos, otro par de pantalones, unas zapatillas para su madre, un batido de mango para cada una… y el descubrimiento in situ de un hombre español que se dedica a hacer paellas los fines de semana, para regocijo de los españoles de la ciudad, que le llenan la terraza religiosamente. Yo aún no he pasado a formar parte de sus filas, pero pienso empezar pasado mañana.

Esperando a las compuertas
Seguimos la ruta turística con un bonito paseo en barco por el río. Hay dos tipos de barco: el que coge todo el mundo como medio de transporte, vamos, que no se llama bus porque va por el agua, pero la función es esa; y el que cogen los extranjeros para darse unas vueltas por los canales y que les hagan monadas. Cogimos los dos. El primero es mi medio de transporte cuando voy al campus del centro, eso lo cuento en otro momento. El otro es una broma del destino para tener a los guiris aireados. Puedes hacer un tour de una hora, hora y media, o dos horas, con limitadas diferencias. La mitad del trayecto la pasas en las compuertas que separan los canales del río, que se cierran para subir y bajar el agua (ya, lo normal, pero a mí me dejó muy impactada) y la otra mitad es un agradable paseo entre casas a medio derruir, señoras que se acercan con sus barquitos para ver si te pueden vender un buda y peces que saltan para devorarte cuando les tiras el pan que te da el barquero. Como de costumbre, lo más emocionante es lo que no está preparado, y vimos iguanas cruzadas con cocodrilos de tamaño de elefantes a las orillas del río. Me pareció genial esto porque no vivo allí, porque si viviera igual no me hacía tanta gracia…

Posados de altura, en el High Tea
Ellas se quedaban a dormir en uno de los hoteles más impresionantes y famosos de Bangkok: el Lebua Tower. Es impresionante porque tiene 64 pisos, blanco y con balcones redondos, y acaba en una cúpula dorada. Es famoso porque sale en Resacón II, una película de renombre internacional que podéis evitar ver si no tenéis ningún interés extra como estar viviendo en Tailandia. ¿Qué significa esto? Significa que cuando llega la tarde y estamos cansadas, nos vamos a tomar algo llamado High Tea, ofrecido por el hotel, totalmente gratis para sus inquilinos y para mí (bueno, que no saben que no estoy alojada…) El requisito es estricto: ni chanclas, ni pantalones cortos, ni bañador, ni blablabla. Ni siquiera niños. Vamos, elegancia y glamour. Así que Untzi me dejó un vestido y nos fuimos a por el té, que resultó desembocar en dos piñas coladas, muchos pastelitos, jamón, queso (¡queso! Solo podéis entender esto si de repente os salen los 100 gramos a 5 euros, del malo) y bombones. Y es que, digo yo, ¿por qué a la gente con dinero le sale todo gratis y a los que no tenemos un duro nos toca pagar hasta el agua? 

Famosa cúpula
El caso es que, ya aclimatada al ambiente, habían reservado mesa para cenar en el restaurante de la planta 64, el Sirocco, donde se rodaron las imágenes de la película. No os voy a negar que al final se disfruta un poco de la buena vida, sobre todo si te permite subir hasta tan arriba, y poder contemplar un impresionante Bangkok desde las alturas. No sé cómo de grande es esta ciudad, pero nos rodeaba hasta más allá de donde podíamos ver. Las vistas son magníficas, la brisilla reconfortante, el mojito bastante bueno, la cena fantástica. Lo que me sigue sin gustar del todo es que te tengan que retirar la silla cada vez que te quieres levantar para hacer una foto, que te tengan que echar vino o agua cuando se te acabe (lo que significa que te están observando, y eso da mal rollo) y que te pongan ellos la servilleta en el regazo. Me estás tocando. Si yo sé sola. Déjame. Pero una experiencia fantástica y altamente recomendable.

Las vistas noctunas

Buda tumbado
Y también hay monumentos y otras cosas que ver. Todos ellos relacionados o con la religión, o con la monarquía, si es que hay alguna diferencia, porque los altares se los dedican a ambos por igual y es difícil entender a quién están rezando… Porque, digo yo, en las religiones es obvia la teoría: tú rezas y alguien te escucha, ponle el nombre que quieras, y luego te ayuda o no, depende del estado de ánimo o nivel de ocupación. Pero si le rezas a un señor que está vivo (por mucho que se encuentre en estado crítico)… ¿quién te escucha? Él no, porque no le envías una carta como a los Magos ni un privado en Tuiter… ¿entonces? No sé, necesito más información. El caso es que mientras yo trabajaba a ellas las mandé al Palacio (que yo ya he visto y os lo cuento cuando vuelva) y me reenganché para ir al templo de Wat Pho. Wat significa templo en tai. Pho no lo sé. El gran atractivo del lugar no es el templo en sí, si no un buda dorado gigante que está en el interior del edificio, más bien oculto entre columnas y cazuelas para ritos, que impresiona por su tamaño y porque parece estar hecho de oro, que luego no, pero brilla como si lo estuviera. Un buda tumbado, como lo está este, con los ojos a medio cerrar, no es que se esté quedando dormido, es que está yendo lentamente hacia el nirvana. Vamos, que las está palmando, el pobre, pero es muy común esto y varias veces lo representan así. Creo que hay siete formas diferentes de representarlo, pero no estoy segura de eso todavía.

Cosas chinas
Seguimos con el barrio chino, impresionante lugar también. Ocupa unas ochocientas mil calles de Bangkok. Es fácil llegar porque una parada del barco bus está ahí. Así que bajas y estás en una calle, normal. Podría ser que fueran chinos los ocupantes, pero, por lo que sea, yo no diferencio a un chino de un tailandés (todavía) así que no os sé decir. Caminamos entre tiendas, nada especial, hasta que llama mi atención un local con complementos del pelo (ando desesperada en búsqueda de una goma del pelo normaldetodalavida, sin una flor o estrellas de diamantes, pero se ha considerado un ejercicio imposible, no hay, no se venden, no las fabrican, no están de moda, no sé… pero no existen). Nos adentramos en los pasillos de la tienda, parecen no tener final, y de repente nos damos cuenta de que hemos atravesado el armario a Narnia. Salimos por otro lugar diferente al que habíamos entrado, y nos plantamos en un laberinto de calles de locura, estrechas y estrechadas por las mil tiendas de los lados, que se dedican a vender por dos mil cada cosa especializada que tienen. Tú vas a un chino y lo tienes todo, en España, eso es así, todo lo tienen los chinos. Imaginad un barrio entero de tiendas de chinos, pero en cada una de esas tiendas no hay todo lo que quieras, hay solo una cosa pero a millones. Es el origen de las tiendas de chinos, la locura hecha consumismo, el acabose de la cordura. La orientación intuitiva y la curiosidad magnética te confunden y estás perdido, imposible salir de allí. Hasta que, a las cinco y media, y sin una alerta tangible, todo cierra y te quedas en medio de la nada, como abandonada a tu suerte. Gracias a Google Maps y al chachifon (y a sus inventores, un saludo desde aquí, sois mis salvavidas) llegamos a una calle principal, y como somos valientes, nos vamos andando hasta el hotel, descubriendo las mil y una cosas chinas del camino. Interesante experiencia, también.
Tenemos de todo, señores


Y así me dejaron, con la pena que da siempre que te abandonen las visitas, sobre todo si sabes que se van a dar un viaje maravilloso por el norte y después van a estar otra semana en la playa. No, no me iba yo a quedar de brazos cruzados y me fui con ellas a pasar el fin de semana a Phuket.

Phuket es la isla más conocida de Tailandia, para los turistas. No sé por qué, porque he estado en pocos sitios pero me parece que cada playa es más impresionante que la anterior. Quizá porque es grande y bien comunicada. Quizá por la cercanía con otras islas como Phi Phi (donde se rodó La Playa, de Leonardo DiCaprio) o esa otra donde rodaron algo de James Bond, que debe ser muy famoso también pero yo no he visto.

Ni tan mal
A destacar, de Phuket: que llueve. Pero será circunstancial. Y Patong. La playa más concurrida, por la conocida fiesta nocturna. Una calle de locura hasta arriba de bares llenos de gente que ofrece bebidas a cuál más barata (no sé de calidad, creo que también bajaría con el transcurso de la noche) y muchos negocios ilegales y poco decentes. La palabra desfase se queda corta. El desfile de hombres blancos con mujeres tais que podrían ser sus hijas es exagerado. Los ladyboys hacen gala de sus galas y piden dinero por fotos aquí y allí, sin pudor al frote. Se ofrecen shows de lo más original en menús, siendo el Ping Pong la atracción más aclamada (yo no lo voy a explicar, el que quiera que lo googlee). Escandalizadas y sorprendidas dejamos la zona para volver a la tranquilidad de las playas del norte. Pero hay que hacer de todo y hay que saber estar en todos lados. De todo este negocio del sexo hablaré otro día también, creo yo, porque hay mucho que comentar.


Y entonces sí que sí, yo vuelvo a la dura realidad del trabajo, y ellas siguen con sus días de playa. Y con esto solo quiero animaros a venir, porque soy una guía excepcional, este país no ofrece más que maravillas, y tengo piscina en casa. He dicho.


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De la universidad y más

Había tres plazas de universidades en Bangkok. Las tres parecían estar relativamente cerca del centro: una al lado del palacio, otra al lado del metro, la tercera cerca del que va al aeropuerto. Guiada por algún comentario amigo y la intuición, eché a una de las tres, un poco al azar. Resultó ser la que estaba cerca del palacio. Y resultó ser también la única que no usa ese campus, si no otro situado no sólo lejos de Bangkok, si no en otra provincia. Así es el destino.

Así que decidí, un día que no tenía clase, ir a probar cuánto podría tardar yo en llegar a la universidad. Salí de casa por la mañana tempranito, cogí el skytrain una parada hasta llegar a la última, que es baratito y rápido. En dos minutos si acaso estás allí. Y empieza el drama.

No me dijeron dónde tenía que coger la furgoneta de la universidad, me ayudaron sin embargo apuntando que está nada más bajar del metro. Todos los metros tienen 4 salidas, no me dijeron por cuál. Cogí una y resultó ser en la que paran los autobuses. No vale. Así que me di la vuelta y ahí ya sí vi varias furgonetas. Obviamente, las furgonetas se sitúan una detrás de otra, sin ningún tipo de orden, y es muy fácil porque los destinos vienen indicados en letras pegadas en los laterales. En tailandés. Así que, una por una, pregunto a todas si van a mi universidad, con un perfecto acento. Los pocos que me entienden dicen que no, hasta que uno me señala otra, voy hacia esa, y allí me dicen que sí. Subo. Pregunto a un chiquillo con uniforme, esperanzada (porque sabe inglés y porque dónde va a ir este niño si no es al mismo sitio que yo) y me dice que sí, que esa es la furgo.

Interesante medio de transporte, este. Entran como mucho 15 personas, es cómodo y tiene aire acondicionado. Pero parece que vamos en misa, por un silencio sepulcral, y porque el sistema de pago es pasar un cestillo en el que todos van echando el precio estándar del viaje (que yo tuve que preguntar al de al lado). Si no tienes justo, esperas a que otros echen y coges tu cambio. Se lo pasas al de al lado y cuando llega al final, en vez de recogerlo un monaguillo, lo tienes que volver a pasar hacia adelante. Si cuentan si hemos pagado todos antes de irnos o no, no lo puedo decir.

Me dedico a leer, que este año se ve que voy a avanzar libros que es una maravilla, hasta que el muchacho guía me dice: aquí es. Miro por la ventana y estamos en medio de una autopista. No, no es. Sí es. Que no. ¿Dónde vas? Repito el nombre de la universidad. Aaaaah, no, no es aquí… Empieza el pánico porque obviamente me he metido en otra furgoneta que no va a donde yo quiero ir, y un error aquí puede traducirse en horas o días de viaje. Me tranquiliza diciendo que sí, que esta furgoneta llega igual. Seguimos el trayecto y para, finalmente en un centro comercial, que tampoco es mi destino, pero me obligan a bajar. Un poco por costumbre vuelvo a soltar el nombre del famoso lugar, y me indican otra furgoneta diferente, y me meto allí, porque total, a algún sitio llegaré de un lado a otro. Vuelvo a pagar en el cestillo y sí, esta vez acabo en la universidad.

Por supuesto, y aunque lo descubrí bastante más tarde, en una tercera salida del skyline hay una furgoneta que sí lleva directamente y sin preocupaciones a la universidad, pero no me lo iban a decir, igual que no me iban a decir que no me montara en algo que me iba a dar vueltas por la ciudad, o no me iban a decir que no tenían solución a mis problemas, porque no, en este país no existe la palabra “no”. Suena exagerado, pero es verdad, tienen una palabra para “sí” y otra que es algo así como “lo contrario de sí”. Vamos, que el concepto no existe, y o te acostumbras a no preguntar, o te dejas llevar intentando saber si estás teniendo suerte o una aventura. No nos vamos a engañar, es bastante divertido, gracioso y emocionante. Mañana tengo mi primera clase a las 8 de la mañana, veamos si me echo unas risas o no entonces…


La universidad un día feo, ahora es más bonito

Y las clases ya las he empezado, eso sí, y los alumnos son encantadores, educados, tímidos y sonrientes. Cultural, también, por supuesto, pero se agradece que tengan siempre la sonrisa en la cara, da confianza aunque estés liándola parda. Y viven por y para las nuevas tecnologías, así que en cada sesión requiso una media de 5 teléfonos, que vienen a recoger al final pidiéndote perdón, haciéndote una reverencia y juntando sus manitas. Para luego volverlo a usar en la siguiente, pero qué más da, si son así de majos, y da hasta alegría cogerles el móvil. Así sí que se trabaja contenta.

Pero no todo es perderme y trabajar. De los avances en tursimo y vida social, para la próxima vez.




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