Hay muchas maneras de ser turista, y acostumbrada una como lo está al
mochilerismo puro y duro, la vida cómoda y de élite le sorprende en cada
ocasión. Y llegó Untzi, y me dejé sorprender.
No os cuento mucho de lo que se ve y hace aquí porque ya estuve, y no me parece
nuevo, pero es muy injusto, así que vamos a empezar desde el principio, como si
nunca hubiera hecho las cosas antes. Y comienzo a través de los ojos de las
visitas.
Estuvieron tres semanas en Tailandia, pero solo una en Bangkok, que dio
para mucho. Como yo trabajaba, dejaba a Untzi con su madre el turismo de día, y
me unía a ellas por las noches. Empezamos en Kao San Road.
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Curry y Pad Tai en Kao San |
Kao San Road es el centro guiri por excelencia. Son dos calles a las que sólo
se puede llegar en taxi o en tuk tuk (si eres fan del dinero, la contaminación
y las emociones fuertes), y están llenas de tiendas que piden regateo a voces
(pantalones, lámparas, pendientes, lo que quiera oiga), puestos callejeros de
comida, puestos callejeros de bichos que se consideran comida (no nos demos a
engaño, esto solo pasa en esta calle y solo es para extranjeros, los
tailandeses no están tan tontos, con la comida rica que tienen, como para
ponerse a comer escorpiones), bares de cerveceo barato y discotecas para una
vez avanzada la noche tener un sitio donde echarse unos bailes. Otra característica
peculiar del lugar es que no hay un solo autóctono que esté allí por algo que
no sea trabajo, y que cuando intentas volver a casa el taxi te va a clavar sí o
sí. Por blanco, te lo mereces. Parece mal, pero no, es un sitio muy divertido,
con buen ambiente y tranquilo. Os llevo a todos cuando vengáis a verme.
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Chatuchak |
El domingo hay que madrugar, pero no vamos a misa, vamos a Chatuchak. Un
mercado situado en un parque enorme a las afueras de la ciudad, muy cerca de mi
casa. Las peculiaridades vienen a ser las mismas que las de la calle anterior:
mucho regateo, mucha ropa, mucha joya, pero además, todo lo que te puedas
imaginar. No sé qué podéis imaginar que se puede vender, pero ahí lo tienen, y
lo tienes que regatear. En un día bueno puedes salir con diez bolsas y no haber
gastado más de veinte euros. Os desafío. Allí Untzi se hizo con un par de
bolsos, otro par de pantalones, unas zapatillas para su madre, un batido de
mango para cada una… y el descubrimiento in situ de un hombre español que se
dedica a hacer paellas los fines de semana, para regocijo de los españoles de
la ciudad, que le llenan la terraza religiosamente. Yo aún no he pasado a
formar parte de sus filas, pero pienso empezar pasado mañana.
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Esperando a las compuertas |
Seguimos la ruta turística con un bonito paseo en barco por el río. Hay dos
tipos de barco: el que coge todo el mundo como medio de transporte, vamos, que
no se llama bus porque va por el agua, pero la función es esa; y el que cogen
los extranjeros para darse unas vueltas por los canales y que les hagan
monadas. Cogimos los dos. El primero es mi medio de transporte cuando voy al
campus del centro, eso lo cuento en otro momento. El otro es una broma del
destino para tener a los guiris aireados. Puedes hacer un tour de una hora,
hora y media, o dos horas, con limitadas diferencias. La mitad del trayecto la
pasas en las compuertas que separan los canales del río, que se cierran para
subir y bajar el agua (ya, lo normal, pero a mí me dejó muy impactada) y la
otra mitad es un agradable paseo entre casas a medio derruir, señoras que se
acercan con sus barquitos para ver si te pueden vender un buda y peces que
saltan para devorarte cuando les tiras el pan que te da el barquero. Como de
costumbre, lo más emocionante es lo que no está preparado, y vimos iguanas
cruzadas con cocodrilos de tamaño de elefantes a las orillas del río. Me
pareció genial esto porque no vivo allí, porque si viviera igual no me hacía
tanta gracia…
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Posados de altura, en el High Tea |
Ellas se quedaban a dormir en uno de los hoteles más impresionantes y
famosos de Bangkok: el Lebua Tower. Es impresionante porque tiene 64 pisos,
blanco y con balcones redondos, y acaba en una cúpula dorada. Es famoso porque
sale en Resacón II, una película de renombre internacional que podéis
evitar ver si no tenéis ningún interés extra como estar viviendo en Tailandia.
¿Qué significa esto? Significa que cuando llega la tarde y estamos cansadas,
nos vamos a tomar algo llamado High Tea, ofrecido por el hotel, totalmente
gratis para sus inquilinos y para mí (bueno, que no saben que no estoy alojada…)
El requisito es estricto: ni chanclas, ni pantalones cortos, ni bañador, ni
blablabla. Ni siquiera niños. Vamos, elegancia y glamour. Así que Untzi me dejó
un vestido y nos fuimos a por el té, que resultó desembocar en dos piñas
coladas, muchos pastelitos, jamón, queso (¡queso! Solo podéis entender esto si
de repente os salen los 100 gramos a 5 euros, del malo) y bombones. Y es que,
digo yo, ¿por qué a la gente con dinero le sale todo gratis y a los que no
tenemos un duro nos toca pagar hasta el agua?
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Famosa cúpula |
El caso es que, ya aclimatada al ambiente, habían reservado mesa para cenar en
el restaurante de la planta 64, el Sirocco, donde se rodaron las imágenes de la
película. No os voy a negar que al final se disfruta un poco de la buena vida,
sobre todo si te permite subir hasta tan arriba, y poder contemplar un
impresionante Bangkok desde las alturas. No sé cómo de grande es esta ciudad,
pero nos rodeaba hasta más allá de donde podíamos ver. Las vistas son
magníficas, la brisilla reconfortante, el mojito bastante bueno, la cena
fantástica. Lo que me sigue sin gustar del todo es que te tengan que retirar la
silla cada vez que te quieres levantar para hacer una foto, que te tengan que
echar vino o agua cuando se te acabe (lo que significa que te están observando,
y eso da mal rollo) y que te pongan ellos la servilleta en el regazo. Me estás
tocando. Si yo sé sola. Déjame. Pero una experiencia fantástica y altamente
recomendable.
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Las vistas noctunas |
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Buda tumbado |
Y también hay monumentos y otras cosas que ver. Todos ellos relacionados o
con la religión, o con la monarquía, si es que hay alguna diferencia, porque
los altares se los dedican a ambos por igual y es difícil entender a quién
están rezando… Porque, digo yo, en las religiones es obvia la teoría: tú rezas
y alguien te escucha, ponle el nombre que quieras, y luego te ayuda o no,
depende del estado de ánimo o nivel de ocupación. Pero si le rezas a un señor
que está vivo (por mucho que se encuentre en estado crítico)… ¿quién te
escucha? Él no, porque no le envías una carta como a los Magos ni un privado en
Tuiter… ¿entonces? No sé, necesito más información. El caso es que mientras yo trabajaba
a ellas las mandé al Palacio (que yo ya he visto y os lo cuento cuando vuelva)
y me reenganché para ir al templo de Wat Pho. Wat significa templo en
tai. Pho no lo sé. El gran atractivo del lugar no es el templo en sí, si
no un buda dorado gigante que está en el interior del edificio, más bien oculto
entre columnas y cazuelas para ritos, que impresiona por su tamaño y porque
parece estar hecho de oro, que luego no, pero brilla como si lo estuviera. Un
buda tumbado, como lo está este, con los ojos a medio cerrar, no es que se esté
quedando dormido, es que está yendo lentamente hacia el nirvana. Vamos, que las
está palmando, el pobre, pero es muy común esto y varias veces lo representan
así. Creo que hay siete formas diferentes de representarlo, pero no estoy
segura de eso todavía.
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Cosas chinas |
Seguimos con el barrio chino, impresionante lugar también. Ocupa unas
ochocientas mil calles de Bangkok. Es fácil llegar porque una parada del barco
bus está ahí. Así que bajas y estás en una calle, normal. Podría ser que fueran
chinos los ocupantes, pero, por lo que sea, yo no diferencio a un chino de un
tailandés (todavía) así que no os sé decir. Caminamos entre tiendas, nada especial,
hasta que llama mi atención un local con complementos del pelo (ando
desesperada en búsqueda de una goma del pelo normaldetodalavida, sin una flor o
estrellas de diamantes, pero se ha considerado un ejercicio imposible, no hay,
no se venden, no las fabrican, no están de moda, no sé… pero no existen). Nos
adentramos en los pasillos de la tienda, parecen no tener final, y de repente
nos damos cuenta de que hemos atravesado el armario a Narnia. Salimos por otro
lugar diferente al que habíamos entrado, y nos plantamos en un laberinto de
calles de locura, estrechas y estrechadas por las mil tiendas de los lados, que
se dedican a vender por dos mil cada cosa especializada que tienen. Tú vas a un
chino y lo tienes todo, en España, eso es así, todo lo tienen los chinos.
Imaginad un barrio entero de tiendas de chinos, pero en cada una de esas
tiendas no hay todo lo que quieras, hay solo una cosa pero a millones. Es el
origen de las tiendas de chinos, la locura hecha consumismo, el acabose de la
cordura. La orientación intuitiva y la curiosidad magnética te confunden y
estás perdido, imposible salir de allí. Hasta que, a las cinco y media, y sin
una alerta tangible, todo cierra y te quedas en medio de la nada, como
abandonada a tu suerte. Gracias a Google Maps y al chachifon (y a sus
inventores, un saludo desde aquí, sois mis salvavidas) llegamos a una calle
principal, y como somos valientes, nos vamos andando hasta el hotel,
descubriendo las mil y una cosas chinas del camino. Interesante experiencia,
también.
Y así me dejaron, con la pena que da siempre que te abandonen las visitas,
sobre todo si sabes que se van a dar un viaje maravilloso por el norte y
después van a estar otra semana en la playa. No, no me iba yo a quedar de
brazos cruzados y me fui con ellas a pasar el fin de semana a Phuket.
Phuket es la isla más conocida de Tailandia, para los turistas. No sé por
qué, porque he estado en pocos sitios pero me parece que cada playa es más
impresionante que la anterior. Quizá porque es grande y bien comunicada. Quizá
por la cercanía con otras islas como Phi Phi (donde se rodó La Playa, de Leonardo
DiCaprio) o esa otra donde rodaron algo de James Bond, que debe ser muy famoso
también pero yo no he visto.
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Ni tan mal |
A destacar, de Phuket: que llueve. Pero será circunstancial. Y Patong. La
playa más concurrida, por la conocida fiesta nocturna. Una calle de locura
hasta arriba de bares llenos de gente que ofrece bebidas a cuál más barata (no
sé de calidad, creo que también bajaría con el transcurso de la noche) y muchos
negocios ilegales y poco decentes. La palabra desfase se queda corta. El
desfile de hombres blancos con mujeres tais que podrían ser sus hijas es
exagerado. Los ladyboys hacen gala de sus galas y piden dinero por fotos aquí y
allí, sin pudor al frote. Se ofrecen shows de lo más original en menús, siendo
el Ping Pong la atracción más aclamada (yo no lo voy a explicar, el que quiera
que lo googlee). Escandalizadas y sorprendidas dejamos la zona para volver a la
tranquilidad de las playas del norte. Pero hay que hacer de todo y hay que
saber estar en todos lados. De todo este negocio del sexo hablaré otro día
también, creo yo, porque hay mucho que comentar.
Y entonces sí que sí, yo vuelvo a la dura realidad del trabajo, y ellas
siguen con sus días de playa. Y con esto solo quiero animaros a venir, porque
soy una guía excepcional, este país no ofrece más que maravillas, y tengo
piscina en casa. He dicho.