Año del caballo |
Este año, el año nuevo chino ha caído en 31 de enero. Digo esto porque cada
año cae en un día diferente, que sé yo que no lo sabíais. Y es el año del
caballo (que también hay un año para cada animal, y vosotros sois un animal,
también. Yo soy un buey, que es muy feo pero os encanta saberlo).
Aquí las celebraciones han durado tres días. No me quiero imaginar en
China. Pero es que lo que les pasa a los tailandeses es que como la tercera
parte tiene raíces en el país del norte, celebran sus festividades. Y el año
nuevo occidental también. Y luego ellos tienen otro año nuevo propio en abril.
No saben nada, estos tailandeses.
Como nosotros a la hora de celebrar culturas diferentes no tenemos ningún
problema, elegimos el mismo día 31 para pasarnos por el barrio chino, cuya
calle principal estaba cerrada para la ocasión, a ver qué se cocía.
Farolillos por doquier |
Llegamos en un taxi que nos intenta timar, porque si juntas a más de dos extranjeros en un taxi es
intento de timo asegurado, y promesas de atascos aunque la zona esté despejada,
pero negociamos un buen precio y allí nos dejó, según lo planeado.
La festividad china se celebra como todas las que hemos visto aquí hasta la
fecha: comida en restaurantes, comida en puestos en la calle, comida ambulante.
Comida, comida, comida. Gente, gente, gente. Todos vestidos de rojo, porque
aunque es el color de “los malos” en las manifestaciones, los pobres chinos
tienen derecho a vestirse de su color por sus fiestas, y así hacen. Así que nos
sorprende la marea roja que nos rodea, más que nada porque hace tres meses que
el color está secretamente prohibido y nadie lo lleva por la calle.
Al parecer, lo que hay que hacer es recorrer la calle arriba y abajo,
comprar algo para comer, o zumos, o dulces. Observar los farolillos y
decoraciones que han puesto por la causa. Hacernos fotos con cabezudos que nos
dan barquitos de oro a cambio de monedas de un bath que hay que meter en una
hucha.
Cosas que se venden |
Cabezudos y chinas |
A decir verdad, nosotros queríamos ver dragones, porque ¿qué se espera del
año nuevo chino, si no son dragones? Pero no había. Hasta que nos dimos cuenta
de que poco a poco la gente empezaba a hacer pasillo y se sentaba a los
laterales de la calle, como niños que esperan la cabalgata de reyes.
Inmediatamente pensamos que efectivamente, los dragones vendrían a modo de
pasacalles, así que nos hicimos hueco al lado de una mujer que parecía que
estaba pidiendo pero luego vendía cosas y un guiri alemán que tampoco tenía
mucha idea de lo que hacía. Escucho a una chica decir que el asunto empieza a
las 7 y como faltaban 15 minutos nos aposentamos y dejamos pasar la vida.
Calle despejada y preparada |
Poco a poco la calle se despeja, pasan los barrenderos para dejarla bien
limpia, luego algunos policías. Se oye música a lo lejos, ya viene, ya viene.
Pasan muchos policías, un montón de ellos, seguidos de un coche. Inmediatamente
después, tres coches más pero descubiertos, no llegan a carrozas pero tampoco
son un coche estándar, llenos de gente vestida de rojo dentro. Algunos
aplauden. Una vez que pasa el último de estos coches, como por arte de magia,
empiezan a montar puestos y mercadillos detrás de ellos. Ni rastro de dragones.
Anonadados, disgustados y un poco con ganas de matar preguntamos a una
pareja de suizos que se nos han sentado detrás, y el hombre nos dice que acaba
de pasar la princesa, la mismísima hija del rey, y que nada de cabalgatas, que
era para eso para lo que habíamos esperado media hora.
El enfado crece y decidimos salir del lugar, que, por otro lado, no tiene
más que ofrecer y todas las tiendas están cerradas (que viene a ser la gracia
del barrio chino, las tiendas). Pero la gente nos arrolla, el número de
personas de rojo aumenta por segundos, el agobio es inimaginable. Callejeamos y
llegamos a la puerta de entrada al mundo chino, que está algo más despejada, y
salimos de allí por el lateral del templo más importante. Dentro del templo se
oyen tambores. Parece que se mueve algo de colores. ¡¡Ahí están!! ¡¡Ahora sí!!
Corremos como locos, no nos da tiempo ni a sacar las cámaras, y los vemos, dos
dragones, uno amarillo y otro blanco, preparados para dar una vuelta entre las
millones de personas, pero como están saliendo nosotros los vemos en primera
fila, emocionados, extasiados, misión cumplida.
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Los dragones |
Así que vamos a nuestra calle favorita a darnos un buen masaje tailandés y cenar en un indio, sin hacer honores ya a los chinos, pero habiendo cumplido.