Me
preguntáis mucho por la universidad, y os contesto poco. No porque no quiera,
cuidado, sino porque no puedo, qué más me gustaría a mí que poder. Pero como no
me gusta dejaros así, os voy a contar los datos que tengo hasta la fecha.
Llevo
aquí semana y media ya y he ido todos los días a la universidad. Nada más
llegar, de hecho, ya fui, el primer día. Allí conocí al decano, al secretario,
al presidente no, que estaba de vacaciones, y a los otros profesores de
español. Esto ya os lo había contado. Me enseñaron el campus, que es pequeñito,
y me explicaron, unas cincuenta veces, que el edificio principal lo
construyeron los americanos. Luego, uno más sincero, me dijo que los japoneses
lo habían utilizado de cuartel para encarcelar a sus prisioneros en la guerra
(no sé en cuál, eso ya os lo cuento otro día), y es todo muy bonito. Podéis
imaginar que moderno, lo que se dice moderno, pues no es. Ni ese ni ninguno de
los edificios, que tiene cada uno un nombre que no está escrito en ningún sitio,
para facilitarle la existencia a los profesores nuevos.
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El edificio de los americanos |
En
estas visitas diarias que hago a la universidad he conseguido varias cosas. He
conseguido que me registraran, así que ahora cada vez que entro y salgo pongo
mi dedo en un lector de huellas digitales, que es lo más novedoso de toda
Filipinas. He conseguido que me dieran un horario con las clases que ellos
creen que yo debería dar y el aula en la que se imparten. He conseguido que,
tres días después, limpiaran la mesa que se me ha asignado, no de polvo, sino
de libros e incluso un casco de moto que sabe Dios a quién pertenecía. He
conseguido conocer a todos los profesores que dan clases de español. He
conseguido que los guardas de la puerta me dejen de parar porque no se creen
que trabaje allí.
Hay
un puñado de cosas que no he conseguido, también. No he conseguido adivinar
dónde están las aulas en las que voy a dar clase, y cuando sí he llegado a
ellas, el horario que me han dado estaba mal y, o no era esa hora, o no era esa
aula. No he conseguido que nadie me dé un calendario escolar, en el que ponga
cosas tan tontas como cuándo son vacaciones (aunque las navidades me las han
asegurado, y me han dicho que el día que sea fiesta lo sabré porque llegaré a
clase y no habrá alumnos) y cuándo hay exámenes (que “son dentro de dos
semanas, creo”, “oye ¿tú sabes algo?”, “no, a mí no me han dicho nada”, “pero
serán el día 15”, “yo creo que sí”…). No he conseguido firmar el contrato, ni
verlo, así que a día de hoy no sé cuánto me van a pagar (esto me lo explican
diciendo que así es Filipinas, y a vosotros os hace gracia, pero me gustaría
saber si alguno estaría aquí sin tener ni idea de salario o sin haber firmado
papeles…). No he conseguido que me dejen de mirar alumnos y profesores, así que
me sigo sintiendo como si me hubiera salido un tercer ojo y me estuviera
paseando con él por la vida.
Para
pasar el rato, he ido a observar las que serán mis clases a partir de este
lunes. Iba a ir el lunes pasado pero como algunas no las encontré y otras no
eran, no pude, así que empecé el miércoles. Y la verdad es que admiro lo que
están haciendo estos profesores en clases de 50 alumnos, sin aire
acondicionado, sin puertas (la comunicación es prácticamente un milagro), con un libro guía en el que solo hay gramática y errores, sin
pantallas, proyectores o equipos de sonido, y sin pupitres (pero sí sillas, de
estas con mesa incorporada, perono de las modernas de plástico, sino de las de
madera antiguas, comodísimas para estar hora y media escuchando la chapa de
alguien que habla en otro idioma). Así que ahí está el desafío de este año…
Por
lo pronto, a ninguno de los chiquillos (que tienen entre 16 y 19 años, porque
aquí no hay bachillerato, acaban el colegio obligatorio y si quieren seguir
estudiando pasan directamente a la universidad) les ha hecho gracia que una
nativa vaya a ocupar el puesto de sus profes. Todos han preguntado si hablo
inglés, todos han reaccionado muy inapropiadamente al saber mi edad (aunque no
me han llamado vieja a la cara, que está feo), y todos me han dicho que soy muy
guapa (para compensar, y porque lo soy).
Así
que le digo adiós a años trabajando las nuevas tecnologías, toca pausar los
progresos que estaba haciendo en Power Points con animaciones, tirar a la
basura los Prezis de moderna, cambiar los blogs para clase por cartulinas que
tengo que comprar yo, olvidarme de los vídeos molones para páginas web de
éxito, que los Kahoots para canciones sean audios que hagan en casa, y volver
a mancharme las manos de tiza. Y me da pena, pero son los retos los que nos
hacen crecer, no la vida fácil. Hola, pasado, no puedes conmigo.
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Un poquito del campus |
Y
no es poco el trabajo por hacer. Empezando por una programación y una puesta en
común de las clases, rehaciendo o empezando un libro nuevo, e incluso quieren
que monte un seminario para profesores perdidos que no sabían lo que era dar
clase. Sospecho que por un módico, quiero decir, gratuito, precio. El tercer
mundo ataca de nuevo.
Así
que hasta aquí puedo contar. Mañana, cuando empiece de verdad de la buena, os
daré más detalles, y ampliaré mis aventuras del día a día, que, por supuesto,
se desarrollan entre alegrías y surrealismos, como debe ser.
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